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El bum de la prehistoria: somos cavernícolas con internet

Descubrimientos recientes sobre los neandertales, el avance en los yacimientos y el análisis de los fósiles generan un auge en la divulgación sobre la prehistoria

Recreación de una mujer neandertal por los artistas holandeses Andrie y Alfons Kennis.
Recreación de una mujer neandertal por los artistas holandeses Andrie y Alfons Kennis.Joe McNally (Getty Images)
Guillermo Altares

La prehistoria se ha convertido en un campo de estudio extraordinariamente volátil, en una trituradora de certezas. El pasado remoto se ha mostrado cada vez más sorprendente y desafiante desde que, hace una década, un equipo del Instituto Max Planck de Leipzig dirigido por Svante Pääbo descubrió que los humanos modernos tenemos genes neandertales, una especie extinta con la que nuestros antepasados hibridaron en contra de lo que los científicos habían pensado durante décadas.

Esta pasión por la prehistoria y por la ciencia de la evolución humana tiene un reflejo creciente en las mesas de novedades de las librerías. No se trata de novelas, sino de ensayos científicos, como Neandertales. La vida, el amor, la muerte y el arte de nuestros primos lejanos (Geoplaneta), de Rebecca Wragg Sykes; El cáliz y la espada. De las diosas a los dioses: culturas prepatriarcales (Capitán Swing), de Riane Eisler, o El hombre prehistórico es también una mujer (Lumen), de Marylène Patou-Mathis; además de obras de divulgación como La vida contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara), de Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga, que lleva meses ocupando puestos destacados en las listas de best sellers. De hecho, sus autores están trabajando en una continuación: La muerte contada por un sapiens a un neandertal.

“La pasión por la prehistoria no tiene solo que ver con el interés por el pasado, sino también con el futuro”, señala la investigadora Rebecca ­Wragg Sykes por teléfono desde el Reino Unido, aunque pronto visitará España para presentar su libro, que ha sido traducido a numerosos idiomas desde que salió hace un año en inglés. Para explicar esta paradoja prosigue: “Creo que está muy relacionada con nuestra voluntad de querer definir nuestro futuro. Por eso tenemos tanto interés en nuestro origen remoto y en los caminos que hemos seguido como especie, en cómo hemos construido nuestra sociedad y nuestra cultura y, cada vez más, en nuestro impacto sobre el clima y el planeta. Por eso la prehistoria también nos habla de nuestro futuro”.

Pinturas rupestres en la cueva de Altamira.
Pinturas rupestres en la cueva de Altamira.Universal History Archive (Universal Images Group via Getty)

Los neandertales, por ejemplo, no solo nos han mostrado que existe “otra forma de ser humanos”, como escribe Wragg Sykes en su ensayo, sino que nos obligan a enfrentarnos con creciente intensidad al misterio de la propia existencia humana. Se trata de una especie muy similar a la nuestra, que durante 300.000 años resolvió los inexpugnables problemas de la supervivencia en un mundo tremendamente hostil, pero que, de repente, en un plazo relativamente corto de tiempo, se desvaneció de la faz de la tierra, coincidiendo con la entrada de los Homo sapiens, nuestra especie, en Europa. Preguntarnos por qué ellos desaparecieron y nosotros seguimos aquí nos obliga a replantearnos no solo nuestro pasado, sino sobre todo nuestro futuro.

Este punto de inflexión en la historia de la humanidad —que ya tenemos claro que no es una sino muchas, porque durante milenios compartieron el planeta diferentes especies humanas de las que solo sobrevive la nuestra— se complicó todavía más cuando el equipo de Pääbo, premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y autor del ensayo El hombre de neandertal. En busca de genomas perdidos (Alianza), descubrió en 2011 que los humanos no africanos tenemos un porcentaje pequeño, pero significativo (entre el 2% y el 4%), de genes neandertales. Esta certeza convirtió en fosfatina certezas anteriores, como que dos especies diferentes no podían tener descendencia fértil. Algunos científicos sostienen incluso que los neandertales no han desaparecido: nosotros somos lo que queda de ellos.

“La arqueología y la prehistoria tienen el potencial de sorprender y de subvertir ideas, lo que resulta muy atractivo”, prosigue Wragg Sykes en referencia a aquel hallazgo. “Con un solo descubrimiento, puedes verte obligada a cambiar de perspectiva completamente. No es falso decir que hay algo cosmológico en la evolución humana, como ocurre con la atracción por la astronomía y por nuestro papel en el universo. La capacidad de que la prehistoria nos sorprenda es infinita. La gente quiere aprender las realidades del pasado: no solo nos interesa lo que conocemos, sino también aquello que ignoramos e incluso las cosas que ni siquiera sabemos que no sabemos”.

“La ausencia de pruebas no es una prueba”

La prehistoriadora francesa Marylène Patou-Mathis, una de las grandes especialistas europeas en neandertales y autora de numerosos ensayos en los que se ha dedicado a poner en duda certezas asentadas —­como imaginar siempre a los hombres prehistóricos pintando los maravillosos frescos de Altamira, Lascaux o Chauvet y no a las mujeres—, lo plantea con un juego de palabras: “La ausencia de pruebas no es una prueba”. Lo que sostiene es que cuanto más nos adentramos en la larga prehistoria humana, cuanto más escrutamos el pasado remoto, más vestigios corren el riesgo de haber desaparecido. Durante muchísimo tiempo se pensó que los neandertales no habían dejado pinturas y que, por lo tanto, carecían de pensamiento simbólico. Ahora, gracias a la mejora en los sistemas de datación, se ha descubierto que existen pinturas trazadas antes de la llegada de los sapiens a Europa hace 40.000 años que, necesariamente, tuvieron que ser obra de nuestros primos lejanos. No se trata de arte figurativo, sino de signos. ¿Quiere decir esto que los neandertales nunca grabaron o pintaron en las rocas, como nosotros, a los animales con los que compartían su espacio vital? No, significa que no se han encontrado pruebas de que esto fuese así.

Pintura de un mamut en la cueva de Altamira.
Pintura de un mamut en la cueva de Altamira.Universal History Archive (Universal Images Group via Getty)

El científico del CSIC Antonio Rosas, autor de Neandertales y Los primeros homínidos (ambos en Libros de la Catarata) e investigador de uno de los principales yacimientos de neandertales del mundo, el Sidrón (en Asturias), también cree que la fascinación por la prehistoria está relacionada con la cantidad interminable de misterios que oculta y por los constantes cambios que ofrece en el relato del pasado: “El enigma del origen humano y de la interacción entre diferentes especies nos enfrenta a cuestiones fundamentales, a misterios no resueltos. En un sentido histórico profundo, la disciplina que nos da más respuestas a esos problemas es la prehistoria, nos enfrenta a lo que planteaba Huxley en su famoso libro El lugar del hombre en la naturaleza. A eso además hay que añadirle capas de misterio, profundidad del tiempo, el hecho de que muchos yacimientos sean cuevas, que nos fascinan. Es algo que agita nuestros intereses intelectuales, conscientes e inconscientes”.

Cuando la prehistoria comenzó a convertirse en una ciencia, en el siglo XIX, coincidiendo con el cambio de paradigma sobre el origen de la humanidad que desencadenó Charles Darwin con El origen de las especies, este periodo despertó la imaginación de numerosos escritores, creando un subgénero que llega hasta nuestros días. Produjo clásicos como La guerra del fuego, de J.-H. Rosny Aîné, o la apasionante novela Los herederos (Minotauro), del premio Nobel William Golding, que utilizó, en plena Guerra Fría, a los neandertales como metáfora del fin del mundo por la violencia. También surgió toda una cultura pop, que engloba desde los Picapiedra hasta Raquel Welch en Hace un millón de años, o los tebeos de Rahan, de André Cheret y Roger Lécureux, que desde su primera aparición en la revista Pif en 1969 se convirtieron en un puntal del cómic francobelga. Su monumental edición integral se puede encontrar todavía en cualquier librería francesa con una buena sección de tebeos.

“Soy el último de mi raza. Es tiempo de morir”

También surgieron series literarias, más o menos imaginativas, como la que arranca con El clan del oso cavernario, de la estadounidense Jean Marie Auel, un éxito internacional, o la saga prehistórica del español Antonio Pérez Henares que empieza con Nublares (Plaza & Janés). La danza del tigre (Plot), del paleontólogo sueco Björn Kurtén, es citada por muchos expertos como la mejor novela sobre el pasado lejano de la humanidad. Se centra en el tema que más ha interesado a la literatura prehistórica: la relación entre dos especies humanas y la desaparición de una de ellas. “La danza del tigre se desarrolla en el momento de la desaparición de los neandertales”, escribe Juan Luis Arsuaga en el prólogo de la edición española. “En todos y cada uno de los lugares donde ocurrió, alguien pensó: ‘Soy el último de mi raza. Es tiempo de morir”, agrega el codirector de Atapuerca.

Panel de los leones en la cueva de Chauvet.
Panel de los leones en la cueva de Chauvet. Heritage Images (Getty Images)

Sin embargo, todas esas novelas han sido superadas por la realidad, por lo menos en el interés de los lectores. Los éxitos actuales no surgen de la literatura, sino de la divulgación científica. Una parte de ese creciente interés se debe a la fascinación por los neandertales, los otros humanos, pero en el caso concreto de España está profundamente relacionada con un lugar concreto: Atapuerca. El yacimiento burgalés, uno de los más importantes del mundo con restos que superan el millón de años, no solo cambió la percepción del pasado —otra vez—, sino que ha resultado fundamental para nutrir la creciente fascinación por la prehistoria.

“Para mí Atapuerca fue como una caída del caballo”, explica el escritor Juan José Millás, cuyo libro con Juan Luis Arsuaga nació porque quería aprender sobre la prehistoria más que escribir sobre ella. “Hasta entonces había pensado que entre la prehistoria y la historia había una especie de muro, que era una cosa de especialistas. Pero allí me di cuenta de que aquellas personas que habían vivido hace 300.000 años eran mis abuelos. La prehistoria está en nosotros, nosotros somos la prehistoria. Nuestro propio cuerpo está hecho de los retales de nuestros hermanos mayores”.

El paleoantropólogo José María Bermúdez de Castro, codirector de Atapuerca y autor del ensayo Dioses y mendigos (Crítica), que resume décadas de investigación sobre la evolución humana, también cree que el punto de inflexión se encuentra en el yacimiento burgalés. Él mismo relata que no descubrió su vocación hasta los 22 años, ya en la universidad, porque entonces su disciplina era muy poco conocida en España. “El número de personas interesadas en conocer la evolución humana ha crecido de manera desmesurada”, señala. “Y se trata de libros bastante especializados, incluso densos. No son cómics ni novelas. Y eso también se refleja en los datos que tenemos sobre las personas que vienen a visitar el yacimiento durante las campañas de excavación. Todos se van emocionados de Atapuerca, con la sensación de haber descubierto un mundo nuevo, que estuvo tapado durante miles de años”.

Recreación de una mujer neandertal por los artistas holandeses  Andrie y Alfons Kennis.
Recreación de una mujer neandertal por los artistas holandeses Andrie y Alfons Kennis. Joe McNally (Getty Images)

En su libro El hombre prehistórico es también una mujer, recién traducido al castellano tras alcanzar un número considerable de ediciones en Francia, Marylène Patou-Mathis muestra que el cambio de la mirada sobre la prehistoria no depende solo de la ciencia, sino de la perspectiva. Como relata el periodista Gregory Curtis en su ensayo Los pintores de las cavernas. El misterio de los primeros artistas (Turner), cuando Marcelino Sanz de Sautuola descubrió las pinturas de Altamira en 1879 fue acusado de falsificador porque sus contemporáneos consideraron que era imposible que unos dibujos tan bellos y sofisticados fuesen obra de lo que entonces se consideraba seres primitivos. Cuando quedó claro que aquellas pinturas sí habían sido realizadas hace miles de años, los prejuicios continuaron, esta vez centrados en los neandertales, una especie humana necesariamente inferior. El colonialismo europeo no era en absoluto ajeno a esa visión de que unos humanos eran superiores a otros. El pasado se convirtió en una forma de justificar las injusticias del presente.

“Las mujeres prehistóricas no se pasaban el día barriendo la cueva”

En el siglo XXI, esos prejuicios hacia los neandertales parecen superados en el mundo científico (no en la cultura popular), pero todavía queda por romper un techo de piedra. “¡No! ¡Las mujeres prehistóricas no se pasaban el día barriendo la cueva!”, exclama Patou-Mathis en el arranque de un ensayo tan erudito como reivindicativo. “¿Y si resulta que también pintaron Lascaux, cazaron bisontes, tallaron utensilios e idearon innovaciones y avances sociales? Las nuevas técnicas de análisis de los restos arqueológicos, los recientes descubrimientos de fósiles humanos y el desarrollo de la arqueología de género han cuestionado muchas de las ideas y clichés heredados”.

La prehistoria no sirve solo para escrutar el pasado y tratar de entrever el futuro. Ha reflejado siempre las inquietudes y las injusticias del presente. La prehistoria nos fascina porque nos habla de lo que somos, no solo de lo que hemos sido, y de lo que queremos ser, nos ayuda a leer en las líneas de la mano del tiempo. Rebecca Wragg Sykes sostiene sobre los neandertales: “Nos resultan tan interesantes porque nos ofrecen muchas diferencias sobre las que pensar, pero también similitudes. Son un espejo y a la vez una ventana”. Es una frase que se puede aplicar también a los sapiens, esos nosotros que vivieron en un tiempo y un espacio tan diferentes a los nuestros, que formaban parte integral de la naturaleza, fuente de vida y de muerte. Como nosotros, al final, solo pretendían sobrevivir y perdurar. Mirarnos en aquellos antepasados remotos nos obliga a enfrentarnos al misterio mismo de la humanidad.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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