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Isaac Newton
Columna
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Novena para la otra Navidad (o Nova Novenus)

En contraposición a nuestra arraigada tradición navideña, esta novena celebra el nacimiento y el legado de Isaac Newton

Isaac Newton
Isaac Newton (1642-1727).Print Collector (Getty Images)

No hay reivindicación más bella para la ciencia que aquella que se consumó un 25 de diciembre de 1642 en Lincolnshire, Inglaterra. ¿Cómo iba a anticipar el pontífice Julio I, más de mil años antes, por allá en el 350, que el día que eligió de manera arbitraria, mas no gratuita, para celebrar el natalicio de Jesús iba a ser la -esa sí- verdadera fecha de nacimiento del hombre que se convertiría en un huracán capaz de despejar las tinieblas de la religión renovando al mundo con los buenos vientos de la razón? Hay que decirlo sin pena y ojalá multiplicar esa verdad: el real redentor de la humanidad sí nació un 25 de diciembre, pero no hace 2023 años, sino hace 381.

Una tradición católica en Colombia dicta que los nueve días (o noches) previos a la conmemoración de la convencional natividad de Jesús se ha de celebrar, en familia o junto a los amigos, el rezo de un novenario escrito a finales del siglo XVIII por un monje quiteño y franciscano llamado Fray Fernando de Jesús Larrea. El objetivo de dicha novena es afianzar y preservar el fervor religioso en los días previos al nacimiento del considerado ‘salvador del mundo’. Según la costumbre, cada día se ha de hacer una serie de oraciones idénticas, acompañadas por una breve reflexión (llamadas pomposamente “consideraciones”) que alimenta la expectativa ante el nacimiento del mesías del cristianismo. Todo en el librillo tiene algo de poético, mucho de dogmático, una pisca de metafísica y un exceso de lo sobrenatural que, por ejemplo, lleva a que una de las “consideraciones” revele que en el vientre de su madre el embrión de Jesús (o quizás el feto), en vez de formarse y desarrollarse, permanecía en constante oración. ¡Qué le vamos a hacer! Supersticiones de hace cuatro siglos.

En el año 2015, el arzobispo de Tunja y entonces presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, monseñor Luis Augusto Castro, escribió en la introducción de una versión revisada de dicha novena que “con el correr del tiempo, la novena de aguinaldos ha sido objeto de variados retoques, para adaptarla a los tiempos y las circunstancias”. Pues bien, respondiendo al llamado de tan encumbrado hombre de iglesia, a continuación, y por los nueve días previos al 25 de diciembre, le invito a acompañarme en un ejercicio de adaptación acorde con el presente y la realidad comprobable a la dicha Novena de Aguinaldo. Un necesario esfuerzo para descontar los días previos a la que debería ser una celebración global: el natalicio del padre de la ciencia moderna, Isaac Newton.

Lectura para el día primero

Considere el mundo que le rodea. Haga a un lado las maravillas que el universo y la evolución a lo largo de millones de años nos han legado. No piense en la inmensidad del mar, ni en el infinito del cosmos. No se detenga en los cientos de miles de seres vivos que nos rodean, ni en las plantas que nos alimentan. Aprecie, mejor, esta luminosa pantalla de teléfono móvil o de computador. Imagine el interior del aparato con sus incontables chips o la invisible señal de internet que nos conecta. Vea hacia arriba. ¿Hay bombillos encendidos? Mire a su lado los automóviles que aceleran o se detienen. A lo lejos suena un radio o alguien pone música a través de un estridente parlante. Satélites nos conectan. Aviones nos acercan. Conocemos fotos de estrellas y galaxias que nos llegan desde muy lejos. Sabemos cómo llevar una nave más allá de nuestra atmósfera. Soñamos con conquistar ese lejano espacio. Hace doscientos años todo lo que menciono habría sido resultado de magia o hechicería. Si nos acercamos un poco al presente, digamos hace un siglo, todo parecería creación de la ciencia ficción. En nuestro mundo todo es tan nuevo y a la vez tan poderoso y ubicuo que no imaginamos nuestra existencia sin ello y somos tan estúpidos que creemos que eso siempre ha estado allí.

La verdad es que muchos, por no decir la mayoría, no sabríamos como sobrevivir en un mundo sin ciencia. Esa ciencia que empezó a escribirse e indagarse en la antigua Grecia, pero que entró en parálisis por la superstición y las supuestas revelaciones que tenían una única respuesta: Dios. Si sale el Sol es porque Dios lo quiere. Si la Luna no se cae es porque así lo designa Dios. Considere que hace unos quinientos años hubo unos pocos que se atrevieron a cuestionar esos anacrónicos razonamientos. Ellos alistaron el camino para que, hecho hombre, Isaac Newton, nacido en una casita en la Inglaterra rural, fuera el primero en responder gracias a la razón, a lo medible y comprobable, y no a una inentendible magia, el funcionamiento del mundo que nos rodea.

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Lectura para el día segundo

Considere que el mundo en que vivimos no se hizo en seis días. Ni en siete. Ni en ocho. Todo en nuestro planeta, incluyendo esta página de internet, ha tenido procesos evolutivos más largos o más cortos. Considere esa canción que lleva varios días escuchando. Seguro fue grabada digitalmente, tal vez fue editada y producida en un computador. Unas tres décadas antes esa misma tonada tendría que haber sido grabada en cintas magnetofónicas y construida casi a mano por hábiles productores que jamás imaginaron que algún día su trabajo sería facilitado por un computador. Tal vez seis décadas antes, si esa música que hoy escucha hubiese sido siquiera concebible, la grabación se habría hecho en directo, en simultánea, con todos los instrumentos y el cantante en un mismo estudio, cada uno frente a un micrófono, y lo que se registraba en la pasta plástica del disco maestro en acetato era lo definitivo. No había posibilidad de editar o de cambiar nada. Así ha evolucionado el universo del sonido y asimismo ha evolucionado la ciencia.

Newton lo escribió a sus 33 años en una carta a otro científico de su tiempo: “si he logrado ver más lejos ha sido por pararme sobre los hombros de gigantes”. Una frase que contiene la esencia del proceso científico, pues plantea el uso de las ideas y propuestas de sus antecesores para desde ahí comprobar, avanzar o descartar teorías y si estas lo permiten, mejorarlas. Eso hizo Newton con las ideas de Nicolás Copérnico y Johannes Kepler a la hora de mirar nuestro sistema solar y sus planetas. Eso hizo Newton al inspirarse en Descartes y Hooke para llegar a sus conclusiones sobre las propiedades de la luz.

Lectura para el día tercero

Considere ese colorido ringlete que cuando niño unos señores vendían en aquel parque en el que usted pasaba sus tardes de fin de semana. Vea todos los colores que componían ese mágico adminículo que al girar tan rápido como el viento lo señalaba, terminaban por ofrecer un solo tono, tal vez gris, tal vez negro, tal vez blanco. Piense en ese primer experimento cuasi científico que siendo infantes nos permitió concebir que la suma de los colores hace que estos cambien. El rojo y el blanco son rosado. El azul y el amarillo, verde. El rojo y el azul, púrpura. En un sencillo ejercicio de pintura parece la mezcla de dos elementos distintos, pero para el ojo no es cuestión de elementos, sino de luz. Es decir, ese blanco resplandor que se refleja y que al ser percibido por nosotros termina definiendo una cierta tonalidad. ¿Cuál es la esencia de la luz? ¿De qué se compone ese cálido y brillante fulgor que todos los días nos llega desde muy muy lejos gracias al sol?

Newton fue el primero en describir la luz. Él fue quien demostró que detrás del arcoíris no hay el presagio de la buena fortuna o el anuncio de un momento más o menos feliz. Considere que algún día, en medio de su juventud, ese joven, que bebió de las aguas del conocimiento que otros le brindaron, hizo que un rayo de luz atravesase un prisma o triángulo de vidrio y así entendió y explicó la esencia de la luz: un blanco enceguecedor que no es más que la suma de los tonos que se descomponen en una perfecta escala que va del rojo hasta el violeta. Mejor dicho, los colores del arcoíris.

Considere que con el paso del tiempo y con el aporte de más y más científicos se descubrió que esos colores no son más que unas ondas con las únicas frecuencias -o si lo quiere vibraciones- que nuestros ojos son capaces de percibir. Frecuencias idénticas en su significado a las que de manera invisible llevan de un punto a otro la señal de nuestro teléfono móvil. Frecuencias como las que hacen que una voz se escuche en la radio o que nuestros policías puedan comunicarse por los llamados ‘walkie-talkies’. Entender la composición de la luz es la base de aquello que hoy nos caracteriza como humanos globales y quien lo hizo primero fue Newton. Él no dijo “hágase la luz”. Él abrió las puertas para comprender la luz y que esta fuera hoy base de la existencia de nuestra civilización.

Lectura para el día cuarto

Considere ese teléfono móvil que guarda en su bolsillo al que le compró esa horrible carcaza o estuche protector porque cada tanto termina cayéndose al suelo. Desde chicos nos dijeron que si se cae es por culpa de la gravedad que hace muchos años descubrió Newton. Aunque la verdad no es que él la haya descubierto, pues, para descubrir lo que sea, ese algo debe ser completamente desconocido. Una verdadera sorpresa para todos. De ahí que no se pueda decir que, así como Colón descubrió a América (y ese es otro interesante debate), Newton descubrió la gravedad. Ella siempre estuvo allí. En cambio, lo que el filósofo y científico hizo fue indagarla, controvertirla y entenderla. En contravía de lo que hace cuatrocientos años se pensaba, el científico fue contracorriente de la ley divina que supuestamente hacía que las cosas se vinieran al suelo sencillamente porque así lo quiso Dios. Él buscó una explicación racional al dilema y la encontró.

Lejos está aquel bello y rosado mito de la manzana que cae al suelo haciendo que Newton “descubra” la gravedad. Entender esa fuerza que atrae “todo” (sí, entre comillas) a la superficie terrestre fue un análisis con muy poco de anecdótico y mucho de científico. La pregunta inicial fue: ¿Por qué la Luna no cae contra la Tierra, si los demás elementos, desde las incontenibles aguas hasta las voladoras aves, son atraídos por la superficie del planeta? La respuesta exigió repensar el mundo. Sacar a Dios de la ecuación y empezar a realizar cálculos reales.

¿Qué fuerza tendría que propulsar la bala de un cañón para que esta no caiga a un kilómetro, ni a cien kilómetros, sino que logre dar la vuelta entera a la tierra para regresar al punto desde el que fue disparada? Newton, sin calculadoras ni computadoras, llenó sus cuadernos con diagramas, sumas, restas, multiplicaciones, divisiones, raíces cuadradas y otras herramientas de las matemáticas para arribar a una conclusión: los cuerpos celestes, la Tierra, la Luna y demás planetas del sistema solar y el Sol, existen y subsisten gracias a una invisible fuerza medible y calculable que desde entonces y por cuenta de Newton llamamos gravedad. Un poder invisible, más no mágico. Simplemente, una de las características de la materia, una de las cualidades de nuestro universo.

Lectura para el día quinto

Considere la tecnología moderna. Incluso, considere aquellos elementos que hace doscientos años se convirtieron en la base de todo lo que hoy nos rodea. Comenzando por las inmensas máquinas de vapor que hicieron posible la era industrial, y llegue hasta Netflix y las aplicaciones que obnubilan a millones de habitantes de esta tierra. Considere desde los más impresionantes rascacielos que maravillan a quienes visitan ciudades en Norteamérica, Oriente Medio y la lejana Asia. Considere los inmensos puentes y viaductos que evitan horas de viaje o logran superar mares y ríos. Considere los túneles o los molinos generadores de energía eólica. Considere a los robots y la inteligencia artificial. Considere los modernos equipos médicos que nos prolongan la vida y considere los motores de búsqueda como Google y demás. La gran mayoría de los elementos que hoy son producidos por el hombre, a menos que se trate de los milenarios quehaceres artesanales, tienen su génesis en Newton, quien, en medio de aquellos años de reclusión en su casa durante los tiempos de la peste, se convirtió en uno de los padres del cálculo diferencial y el cálculo integral.

Si hay algo que nos rodea de manera invisible como el aire que respiramos y el calor que el sol nos proporciona es el cálculo. No hay duendecillos mágicos alimentando los algoritmos que dan vida a las redes sociales. No existe un omnipotente ser decidiendo que aquello que usted recién ingresó en un motor de búsqueda reciba una respuesta medianamente adecuada. No fue un manto sagrado el que contuvo la pandemia que hace unos años amenazó la humanidad. Tampoco hay un poder mágico que sostiene los edificios y mueve los ascensores que suben y bajan. Todo tiene una base en el cálculo. Por eso el mundo está lleno de ingenieros para todo. Porque, con base en unos principios que esbozaron Newton y otro gran genio de su tiempo, Gottfried Leibniz, el mundo de hoy se organiza y estructura sobre aquello que los ingenieros calculan, anticipan e interpretan en largas y complejas ecuaciones que hace trescientos años los dos sabios convirtieron en norma. Desde el diseño de un semáforo hasta la fabricación de un automóvil. Desde una planta nuclear hasta el fertilizante para las plantas. Todo pasa por el cálculo. Sin cálculo y sin Newton no habría presente.

Lectura para el día sexto

Considere el cielo nocturno, hoy un tanto opacado por las luces de la ciudad; esas estrellas y esos planetas que hacen de la noche un sinfín sobrecogedor de incontables y distantes brillos; esa inmensidad que nos rodea y que desconocemos, hace muy poco dejó de ser la mesa perfecta para los juegos de adivinos y oportunistas y logró convertirse en un escenario que nos permite entender mejor nuestra existencia. Copérnico y Galileo habían hecho lo suyo, hablando de un planeta tierra que no gira en torno al hombre y sus torpezas, sino alrededor del inmenso sol y su poderosa fuerza gravitacional. Fue Newton quien gracias a su ley de la gravedad logró dar sentido a las tesis de sus gigantes predecesores.

Mirar y mirar y mirar al cielo, no buscando una supuesta redención, sino en búsqueda de respuestas lógicas y comprobables, fue la saludable obsesión que hizo de la noche nuestro día. Con base en los cálculos de su ley de la gravedad, Newton logró explicar aquello que para sus antecesores había sido imposible: la realidad de las órbitas de los planetas, de nuestra Luna, de las lunas de planetas vecinos y esbozó el movimiento pleno de nuestro sistema solar. No hay recorridos perfectamente circulares en el espacio, pero sí los planetas y las estrellas son esferas casi perfectas. Esto último porque la atracción gravitacional crea globos con un centro poderoso que apelmaza como una bola de jabón todo lo que atrae. De ahí que no haya planetas cuadrados o triangulares. En cuanto al movimiento de los planetas, la explicación se da por las fuerzas de atracción que se entrelazan. El Sol atrae, pero los planetas entre ellos también. De ahí que los planetas se muevan en largas elipsis, en nuestro caso la que determina la duración de un año y el paso de las estaciones.

Durante 365 días nuestra Tierra a veces está más o menos cerca del Sol. La Luna por su fuerza de gravedad termina siendo el principal motor de las mareas. Una fuerza invisible nos conecta, más no es una metafísica indescriptible, sino una realidad calculable que fue develada y sistematizada por Newton, cuyo nacimiento está próximo a llegar.

Lectura para el día séptimo

Considere el terror que el paso de un cometa generaba en los habitantes de la Tierra hace más de trescientos años. Todo tipo de cábalas y supersticiones se alimentaban con ese excepcional fenómeno celeste que cambiaba la configuración de la noche en aquellas noches distantes de la luz eléctrica, las bombillas de neón y la contaminación lumínica. De un momento a otro un intenso brillo en movimiento empezaba lentamente a atravesar el firmamento sin explicación alguna. Durante días o semanas la inexplicable anomalía se consideraba augurio nefasto de cualquier cosa. Hasta que llegó Newton. O, mejor, hasta que Newton recibió una especial visita en su despacho de la Universidad en la que trabajaba.

Edmond Halley, inquieto observador del cosmos, golpeó una puerta a la que pocos se acercaban. Era bien sabido en aquel tiempo en Inglaterra que al científico no le iban la compañía ni las amistades. Dictaba sus cursos, hacía sus experimentos, mas no era un ser sociable. Terminaba la jornada y se encerraba a leer y a trabajar. Sin embargo, Halley llevó al ya reconocido como sabio profesor la inquietud sobre esa nueva y brillante estrella que desde hace unos días se dejaba ver, cada vez con más y más luz, opacando las demás estrellas. Se sentaron a conversar del asunto y Newton presentó a Halley los cálculos que ya había hecho sobre el cometa. Explicó su trayectoria e incluso anticipó su siguiente paso cerca de la Tierra. Sorprendido, el visitante aplaudió al sabio, se ofreció a publicar aquel libro que se convirtió en la obra maestra de Newton por explicar la órbita de los planetas y otros objetos en el espacio: la teoría del movimiento y la gravitación o los ‘Principia’. La humanidad compensó la generosidad de Edmond años después de su muerte bautizando aquel cometa, cuando volvió a la Tierra en la fecha exacta que predijo Newton, con su apellido: Cometa Halley.

Considere que aún hoy las leyes que quedaron plasmadas en ese libro de Newton son utilizadas por la NASA para sus misiones espaciales. Considere que ahí empezamos a entender nuestro universo.

Lectura para el día octavo

Considere que hace más de trescientos años las herramientas para los científicos estaban muy lejos de aquellas con las que hoy contamos. Los astrónomos escudriñaban el cielo con un viejo diseño de telescopio hecho por Galileo Galilei, que en su momento fue una novedad, pero que con el paso de tiempo se hizo precario para ver más allá de lo ya conocido. El invento de Galileo, otro de los gigantes sobre suyos hombros Newton construyó nuestra visión científica del mundo, hacía uso de los principios básicos de la óptica. El genio italiano creó un instrumento que permitía acercar los objetos lejanos gracias a la superposición de lentes que generaban un efecto lupa sobre objetos muy muy distantes. El método, que podría considerarse sencillo, terminaba por generar graves problemas cuanto más allá se quería ver debido a la falta de precisión de los lentes. La superposición de estos distorsionaba las imágenes. La herramienta, en pocas palabras, necesitaba ser perfeccionada.

El interés de Newton por las cualidades de la luz fue la base del invento del telescopio que aún hoy lleva su nombre: telescopio newtoniano. Este, configurado por dos espejos, sin necesidad de lentes, resolvía el problema de la distorsión cromática de los objetos luminosos acercándonos a las estrellas. Hoy decenas de los observatorios astronómicos más importantes del mundo cuentan con esa tecnología para ver más allá de nuestros horizontes.

Lectura para el día nono

Considere que el secreto para que el niño Isaac se convirtiera en el legendario Newton nada tuvo que ver con toques mágicos o designios divinos. No hubo inmaculada concepción ni ángeles de por medio. La esencia del científico no fue la creencia, sino la duda y una constante búsqueda de respuestas que solo con lógica y sin ideas paranormales pudiera explicarlo todo. Mas esa cualidad no llegó sola, sino que fue creciendo poco a poco dentro de la mente del joven Isaac gracias al esfuerzo de sus dos veces viuda madre, quien le apoyó para que completara sus estudios en vez de trabajar la tierra.

El joven Newton podría hacer sido aquello que su familia y destino le tenían deparado: un campesino más de la campiña inglesa. Un hombre dedicado a la simple explotación de las parcelas de su familia, que no era rica. La diferencia fue el estudio, la puerta inmensa al conocimiento que se le abrió desde que le incitaron a seguir en el colegio, a pesar de las penurias económicas, y el interés de este en saber más y más que terminó abriéndole las puertas de la universidad. No hubo sino estudio.

Considere que esta novena celebra la vida y el nacimiento de Newton, pero por encima de ello es una invitación a dudar y a estudiar. Solo así podremos romper tantas amarras que aún nos anclan a un oscurantismo que no hace más que multiplicarse gracias a la ignorancia. Abrazar a Isaac Newton en su nacimiento que está por llegar es abrazar al universo sin intermediarios. No se necesita un dios o una iglesia, solo se necesita conocimiento.

Considero que en la introducción de esta novena cometí un terrible error, pero que tras nueve días humildemente y como exige el método científico he de ser capaz de corregir: no es Newton el redentor de la humanidad. La redención está en la educación. Amén.

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