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COLUMNA
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Si eres creativa, dedícate a la ciencia

El avance del conocimiento se basa en la imaginación. Las matemáticas suelen venir después

'El maestro Isaac Newton en su jardín en Woolsthorpe , en el otoño de 1665', óleo sobre lienzo (1856) de Robert Hannah, de la colección de la Royal Institution de Londres.
'El maestro Isaac Newton en su jardín en Woolsthorpe , en el otoño de 1665', óleo sobre lienzo (1856) de Robert Hannah, de la colección de la Royal Institution de Londres.
Javier Sampedro

La ciencia es el territorio de la precisión y el arte es el de la creatividad, ¿no es cierto? Al menos eso es lo que parece pensar casi todo el mundo. “Haz tú la cuenta, que eres de ciencias”, se oye en los restaurantes con tediosa insistencia. “Científicamente testado”, dicen los vendedores de cosméticos en los anuncios. La caricatura del investigador con que Hollywood nos lleva un siglo machacando —ese sabio bondadoso y despistado que sabe la fórmula del furano, pero no cómo cruzar una calle— ha engendrado un monstruo en la opinión pública que no resulta nada fácil disipar. Todo eso es un error garrafal, y además disuade a los jóvenes de estudiar ciencias, por si necesitáramos un desincentivo más.

Los avances en la comprensión científica del mundo se encuentran entre las mayores muestras de la creatividad humana. El progreso del conocimiento depende en primer lugar de la imaginación, puesto que implica renunciar a los principios sagrados que se han incrustado en tu pensamiento y sustituirlos por un modelo tan rompedor que no se le había ocurrido a nadie en los mil años anteriores. Si quieres entender la creatividad, no te pongas a hacer cola en el Louvre para (no) ver la Gioconda. Lo mejor es que repases la gravitación de Newton con una nueva mirada.

Por increíble que parezca, la célebre anécdota de la manzana de Newton es probablemente cierta, y además tiene todo el sentido si lo piensas. Una manzana y la Luna tienen un tamaño similar a nuestros ojos. Si la manzana cae al suelo, ¿por qué no cae la Luna? En un rasgo de genio creativo, Newton imaginó la respuesta: la Luna también cae al suelo. Y lo ilustró con un experimento mental memorable. Si disparas un cañón, la bala acaba cayendo al suelo. Si pones más pólvora, la bala llegará más lejos, pero acabará cayendo al suelo también. Si sigues añadiendo pólvora, sin embargo, llegará un momento en que la bala quiere caer el suelo, pero no puede porque el suelo se está hundiendo debajo de ella. Es lo que tiene la curvatura de la Tierra. En ese momento, en vez de caer al suelo, la bala se pondrá en órbita (hoy llamamos a esto velocidad de escape). Así que ya lo vemos: la Luna también está cayendo, porque orbitar alrededor de la Tierra no es más que una forma de caer sobre ella. Ni con toda la pólvora de Inglaterra habría podido Newton poner en órbita una bala de cañón. Tuvo que limitarse a imaginarlo, en un alarde de creatividad que para sí quisiera Da Vinci.

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Como dice el físico teórico Carlo Rovelli, Anaximandro se tuvo que imaginar a sí mismo volando a gran altura para concluir que la Tierra era redonda. Copérnico tuvo que viajar al Sol con la mente para proponer su modelo heliocéntrico. Kepler voló imaginariamente a la Luna, y hasta escribió una novela de viajes para narrarlo, y Einstein se imaginó volando junto a un rayo de luz para desarrollar su teoría de la relatividad. Rovelli está a punto de publicar en inglés White Holes (”Agujeros blancos”), donde desarrollará estas ideas. Muchacha, si eres creativa, dedícate a la ciencia.

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