La Alianza del Norte aplaza su avance hacia la capital afgana
Los líderes de la oposición reclaman apoyo militar a EE UU para derrocar a los talibán
Aún no se han producido deserciones en masa entre las fuerzas atacadas ni hay noticias confirmadas de levantamientos entre la población. Un gabinete de crisis de los talibán decidió ayer fortalecer sus defensas y hacer frente a Estados Unidos para infligirles una derrota similar a la soviética; una bravata excesiva, pues este movimiento radical islámico se dio a conocer en 1994, cinco años después de la retirada del Ejército Rojo.
La oposición dibuja un futuro idílico sin esperar ni siquiera a la caída de Kabul
La Alianza del Norte, que combate a los talibán desde el norte, mantiene sus posiciones, sin ganar un metro, pero mueve hombres en dirección a Mazar-i-Sarif y Kabul; van mal pertrechados y con armas viejas. Sus líderes aplauden los bombardeos de EE UU y se ofrecen como alternativa de poder.
Hashimi Nayibulá, portavoz de Burhanuddin Rabbani, el presidente de Afganistán reconocido internacionalmente, aprueba los bombardeos y no oculta su anhelo de obtener ventajas de ellos. 'Llegan cinco años tarde', asegura sentado bajo un retrato de Ahmad Masud, el jefe militar asesinado antes de los atentados. 'Los talibán siempre han sido una amenaza para el pueblo afgano y para los países de la región. Nadie nos escuchó. Los hechos nos han dado la razón y ahora EE UU los considera también un enemigo para sus propios intereses'. Nayibulá cree que el éxito de la operación EE UU dependerá de la caída de los talibán, y para conseguirlo no basta con aviones; hay que conquistar sus posiciones. 'Las tropas de tierra son las nuestras, pero necesitamos apoyo logístico y político para avanzar con rapidez'.
El ministro de Exteriores del 5% del territorio controlado por la Alianza del Norte, Abdulá Abdulá, afirmó ayer que los bombardeos se concentraban en los sistemas de defensa antiaérea talibán, destruyendo la red de radares. Abdulá está convencido de que estas oleadas minarán la moral de combate de los talibán y propiciarán el colapso del régimen en breve.
Los muyahidin de la Alianza se saludan como los palestinos de la diáspora -'el año que viene, en Kabul'-, y aunque anuncian planes para una ofensiva inminente sobre la capital, en el terreno apenas se aprecian movimientos de soldados. Incluso el propio presidente Rabbani se halla fuera de Afganistán; dejó Fayzabad con destino a Tayikistán horas antes de los bombardeos del domingo.
Fuentes de la Alianza mostraron a EL PAÍS su preocupación por el contenido del plan global norteamericano. 'Además de la fase militar, ya en marcha, es importante tener una estrategia para el futuro; que no se repita lo de los ochenta, cuando nos ayudaron a vencer a los soviéticos y después nos dejaron sin apoyo para levantar un país arruinado'.
'Espero que estos bombardeos contra los terroristas lleven la paz a mi país', dice Habib Hakini, profesor de Ciencias Sociales y miembro emérito del Consejo de Notables de Fayzabad. 'Las circunstancias políticas son diferentes a las de la época de la invasión soviética: los talibán son odiados por el pueblo y por la mayoría de sus vecinos; no tienen posibilidad alguna de victoria'. A su vera, Abdul Quddus asiente. 'La zona bajo su control es una jaula, una gigantesca cárcel; estoy convencido de que mucha gente, y no sólo aquí en el norte, se ha alegrado de la intervención americana'. Pero ambos insisten en que para conservar ese apoyo es capital evitar las bajas de civiles y sostienen que el lanzamiento de alimentos y medicinas es una buena idea.
Quddus está convencido de que la suerte de Bin Laden está echada. 'Una vez que nuestras tropas tomen Kabul y avancen hacia el sur del país, el espacio físico para Bin Laden se irá reduciendo'. Quddus está de acuerdo con la oferta de EE UU, que ha ofrecido 5 millones de dólares (unos 900 millones de pesetas) por su cabeza. 'Es un arma excelente... Si lo suben a 100 millones, Osama dura dos días. Sería como una fatwa económica', dice entre carcajadas.
Hashimi dibuja entusiasmado un futuro de hadas sin esperar al derrumbe del régimen de Kabul. 'Queremos formar un gran Gobierno de concentración nacional, que sea representativo de las tendencias étnicas y de los grupos políticos'. El portavoz del presidente Rabbani admite que el rey Zahir Shah, exiliado en Roma desde los años setenta, debe jugar un papel clave en el futuro del país. 'No ha participado en los conflictos de los últimos años y por ello puede aglutinar a todas las tendencias'.
Esa sociedad islámica moderada que propone ahora la Alianza del Norte, con elecciones democráticas y respeto al papel de la mujer en la sociedad, nada tiene que ver con su periodo en el Gobierno de Kabul, entre 1992 y 1996, cuando los muyahidin victoriosos se dividieron en facciones, cada una con su señor de la guerra a la cabeza, y combatieron entre ellos hasta arruinar la ya destruida Kabul. Muchos de los edictos rigurosistas, como la prohibición de la televisión y el fútbol, o la obligatoriedad del burka, parten de esa época, de la facción liderada por el radical Gulbuddin Hikmetyar, el más favorecido por Arabia Saudí y la CIA.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.