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CRÍTICA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Glastonbury no tiene edad: las actuaciones memorables de 2023

El festival inglés, que repasa en cinco capítulos Movistar Plus+, presume de ecléctico e intergeneracional. En su cartel, viejas glorias como Elton John y nuevas divas como Lizzo. Aquí cabe todo... lo anglosajón. Solo una joven gran estrella se les resiste

Lizzo, durante su actuación en el festival de Glastonbury, el 24 de junio.
Lizzo, durante su actuación en el festival de Glastonbury, el 24 de junio.Harry Durrant (Getty Images)
Ricardo de Querol

Los días son largos a final de junio en Glastonbury, Inglaterra, y solo las grandes estrellas tienen el privilegio de tocar cuando ya ha caído la noche en el principal festival británico de rock. Este año hizo calor, y no llovió, así que se vieron pocas mangas largas y chubasqueros entre los atuendos y disfraces: esto es también un gigantesco teatro que interpreta el público, unas 200.000 almas elegidas por sorteo entre más de un millón de peticiones, gentes que quieren ver, verse y hacerse ver.

No eres nadie en la música anglosajona si no has estado en alguna edición, y van medio centenar, de Glastonbury (aunque hay una gran excepción). Un año más, Movistar Plus+ recupera para los melómanos cinco horas del festival en otros tantos capítulos, más uno de resumen (Highlights) para quien prefiera una dosis menor. Allí se pueden explorar las últimas tendencias de la escena británica, porque en sus muchos escenarios hay de todo, pero en el cartel de 2023 abundan los nombres más consagrados de las últimas décadas. Glasto presume de eclecticismo y de su carácter intergeneracional: es también el lugar donde saber “qué fue de…”.

Cerrando las tres noches en el escenario principal, la pirámide, estuvieron este verano Elton John, en la última parada en suelo británico de su gira de despedida; Guns N’Roses, cuyo rock guitarrero ha ganado reconocimiento con los años (y con el regreso de Slash); y Arctic Monkeys, la última gran banda del indie británico, que ha evolucionado, como su líder Alex Turner, de un sonido y una pose de gamberro a una estampa de crooner seductor. Son grandes estrellas surgidas en los sesenta, en los ochenta y en los primeros dos mil, respectivamente. Uno cada dos décadas. El adiós de Elton John a sus compatriotas fue un acontecimiento nacional, seguido a través de la BBC por 7,6 millones de espectadores, de una audiencia total para el festival de 21,6 millones (¿ven como los conciertos funcionan en televisión?).

Otros nombres remitían también a las décadas de gloria del pop-rock. Estuvo Yusuf-Cat Stevens, el cantautor que pasó 25 años desaparecido tras convertirse al islam y renegar de su obra, pero que le ha cogido el gusto de nuevo a tocar sus viejos himnos a las multitudes, y hasta proyecta imágenes de su anterior yo. Tres bandas de los setenta y ochenta lideradas por mujeres: Blondie, Texas y Pretenders. Sonidos de los ochenta (Rick Astley y su sempiterna canción, que bailaban hasta los de seguridad), de los noventa (convincentes los Manic Street Preachers), y algunos de los grupos que mantuvieron la bandera del rock en el cambio de siglo: Foo Fighters (sin su batería, muerto hace un año, Taylor Hawkins: Show must go on) o Queens of the Stone Age.

Hay grandes dosis de nostalgia, pero esto no es una congregación de cabezas canas o calvas: predominan los jóvenes que además de disfrutar de lo suyo visitan a los referentes de sus padres (lo que han favorecido fenómenos como Stranger Things). Y están, por supuesto, las figuras del pop del momento. Buena forma de comprobar la evolución de la industria: hoy triunfan los vocalistas, más en especial las vocalistas, antes que los grupos. Y hace tiempo que el rock ha perdido su primacía en favor de otros géneros o de una hibridación de estilos.

Entre las estrellas actuales, destacó mucho el vozarrón y el carácter de Lizzo, que ofreció un espectáculo trabajado y divertido, rodeada de mujeres, con coreografías y vestuarios que reivindican una belleza fuera del canon, y en el que la nueva diva se atrevió a versionar La Flauta Mágica de Mozart. No se va a Glasto, y escriben tu nombre con letras grandes, para hacer un bolo cualquiera. El éxito de Lizzo sobre el escenario, ay, ha venido seguido de un escándalo al presentar una denuncia contra ella tres bailarinas por acoso sexual y trato despótico.

Otras voces femeninas de hoy fueron las de Lana del Rey, Raye o Kelis, que se mueve con soltura entre el hip hop y el reggae; entre las masculinas, Lewis Capaldi o Hozier. Fue muy aplaudido el espectáculo, con una puesta en escena operística, del rapero Lil Nas X. Otro rapero, este jugaba en casa, fue el mancuniano Aitch, más austero y enfundado en la camiseta del United. Entre los resistentes del rock de guitarras, volvió The War On Drugs; mandan más los sintetizadores en Chvrches, cuya cantante, Lauren Mayberry, salió al escenario como una novia ensangrentada de película de terror para cantar una letra sobre su miedo a la muerte.

Hasta hubo un momento a pecho descubierto a lo Eva Amaral en la actuación de Christine and the Queens. Su líder y cantante, que se ha cambiado el nombre a Chris y se declara en plena transición de género, actuó en top less (con solo unas pequeñas tiras en los pezones como concesión para salir en televisión). La nueva identidad masculina del francés no le impide mostrar los senos, lo que hace a menudo (y sin tiras); su proyecto artístico también está transitando hacia el nombre de Redcar.

Más veterano, el dúo de electropop Sparks apareció con la actriz Cate Blanchett como bailarina gozosa en uno de los momentos más icónicos de esta edición. Un poco de extravagancia hace falta aquí. Los italianos Måneskin, surgidos de Eurovisión, fueron de las pocas concesiones al resto del mundo, el no angloparlante, aunque algunos de sus temas sean en inglés; los mongoles The Hu pusieron la nota más exótica de todas. Cantan sobre todo en su lengua, al estilo de su país y con instrumentos tradicionales, pero lo que resulta está cercano al heavy metal.

Medio siglo en la granja de Michael Eavis

En el catálogo de Movistar Plus+, por desgracia, no permanecen las entregas de cinco capítulos de las ediciones anteriores de Glastonbury. Los derechos que cede la BBC están muy medidos; incluso la mayoría de los vídeos que sube a YouTube desaparecerán en unas semanas (eso pasará con muchos de los que hemos seleccionado aquí, así que pido disculpas a los lectores del futuro). Sí hay en la plataforma una película que repasa la historia del festival: 50 años de Glastonbury, estrenada en 2022 y narrada por su fundador, Michael Eavis, y su hija Emily.

El documental hace hincapié en el carácter ecléctico del festival durante todo este tiempo, en que siempre estuvo abierto a lo último. La diversidad de estilos es una marca de la casa, sí, y fue a más en el nuevo siglo, como ha sido la tendencia general del negocio. Esa diversidad, ay, no llega a lo geográfico: todos los carteles estuvieron dominados por británicos o norteamericanos. De España han participado muy pocos músicos (Rosalía fue la última, en 2019, antes estuvieron la valenciana Nadia Sheikh, pero es medio londinense, o el guitarrista flamenco Eduardo Niebla) y ninguno de ellos en el escenario principal. Sí ha habido en esta edición un espacio para la salsa y otras músicas latinoamericanas: Glasto Latino.

También en Movistar, Glastonbury The Movie es un exhaustivo documental sobre la edición de 1993, con más interés en mostrarnos el comportamiento del público que a los artistas (Stereo MC’s, The Verve u Omar, entre otros). Hay otra película, Glastonbury, que dirigió Julian Temple en 2006, y que recoge actuaciones emblemáticas de distintas ediciones: las de Oasis y Blur (la gran rivalidad del britpop), Bowie, Björk o Coldplay. Estaba en Filmin pero se esfumó.

En Netflix está Glastonbury Fayre, película filmada en la segunda edición, de 1971. Choca el contraste entre el amateurismo de aquella congregación de hippies que ni siquiera tenían que sacar entradas, a los que se ofrecía leche de las granjas cercanas y a los que se pedía que ayudaran a amasar pan, y lo profesional que es todo hoy. Impacta ver a los montadores del escenario de entonces trabajando sin cascos ni arneses y fumando porros. Hoy que los festivales son un tremendo negocio, las entradas son caras (340 libras, unos 400 euros, cuesta el fin de semana en Glasto) y casi cada provincia quiere tener el suyo, enternece revivir lo que se empezó a improvisar en 1970 en la finca Worthy Farm (municipio de Pilton, Glastonbury queda a 12 kilómetros). Un plan inicialmente modesto, aunque en la estela de los grandes festivales de Monterrey (1967), la isla de Wight (1968) y Woodstock (1969), que nadie pensó que duraría medio siglo y alcanzaría esta relevancia.

No eres nadie en la música anglosajona si no has ido a Glastonbury, decía, con una sonora excepción. El gran fenómeno del pop de la década en curso se le resiste. Taylor Swift estaba anunciada como cabeza de cartel en 2020, la edición suspendida por la pandemia. Desde entonces, los organizadores la persiguen sin descanso, pero ella ha pasado a otra fase. Swift ya ha programado conciertos de su monumental gira (por la que factura unos 13 millones de dólares por noche) que descartan su participación en 2024. Ella ya no necesita a Glasto, aunque Glasto la necesite a ella. Hacía tiempo que no surgía una figura así. El resto desfila por esta granja del sudoeste inglés.

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Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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