_
_
_
_
_
luis rubiales
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Las claves del discurso de Rubiales: culpar a Jenni Hermoso, denunciar una campaña en su contra y apoyarse en sus fieles

Las palabras del presidente de la Real Federación Española de Fútbol, acorralado por el clamor de una sociedad que no permite agresiones a las mujeres, reflejan cómo se ejerce el poder desde el patriarcado y protegido por una sensación de impunidad

El presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, durante su intervención en la Asamblea General, este viernes en Las Rozas (Madrid).Foto: RFEF/EFE | Vídeo: EPV
Isabel Valdés

―En el momento en que apareció Jenni, ella me levantó a mí del suelo, me cogió, pues, por las caderas, por las piernas, no recuerdo bien. Me levantó del suelo que casi nos caemos, y al dejarme en el suelo nos abrazamos. Ella fue la que me subió en brazos y me acercó a su cuerpo, nos abrazamos, y yo le dije: “Olvídate del penalti, has estado fantástica, sin ti no habríamos ganado este mundial”. Ella me contestó “eres un crack” y yo le dije “¿un piquito?”, y ella me dijo “vale”.

Esos segundos de la declaración este viernes de Luis Rubiales condensan gran parte de qué ha sido y qué implica su discurso ante la Asamblea de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) de la que es presidente: la extensión de aquel agarre de testículos en el palco, el beso no consentido a Jenni Hermoso en el centro del campo mientras el mundo miraba, cómo se tiene y se ejerce el poder desde el machismo, con impunidad, y cómo, ante el señalamiento y la crítica de una sociedad que ya no es la misma, la contrarreacción.

El todavía presidente de la RFEF ha ido cumpliendo cada paso de lo que el feminismo lleva años analizando, estudiando y poniendo sobre la mesa, los códigos del machismo: las estrategias con las que escapar de la reprobación y la huida del cambio de percepción social sobre la violencia contra las mujeres en cualquiera de sus formas y en cualquiera de sus grados que se ha producido en España en los últimos años. También los subterfugios con los que seguir reafirmándose en sus propios códigos, los patriarcales, que también usa la ultraderecha como parte de su discurso antifeminista. Uno de ellos, quizás el más extendido y el que aún se ejerce de forma más habitual dentro de la llamada cultura de la violación, es la revictimización que supone la culpabilización de la propia víctima, hacerla completa o parcialmente responsable de un hecho del que el único responsable es quien lo comete: “Ella me levantó a mí del suelo”, “ella fue la que me subió en brazos y me acercó a su cuerpo”, “ella me dijo vale”. Ella.

Rubiales no solo ha intentado hacer un descargo de responsabilidad en Jenni Hermoso. La ha acusado, sin ser explícito, de mentir. “Todo el mundo lo entendió como una anécdota, y lo más importante, ella dijo que era una anécdota, y del “no pasa nada” empiezan todas estas presiones, al silencio de la jugadora, y a un comunicado que yo no termino de entender”. Y no ha sido la única cuestión a la que ha hecho referencia relacionada con una visión obsoleta y errónea de cómo funciona la violencia sexual, sobre todo dentro de las relaciones de poder.

Culpar no solo a Hermoso, sino a aquellos que han señalado lo que hizo: los medios, “controlados” por el “falso feminismo”, la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, la ministra de Igualdad, Irene Montero, la de Derechos Sociales, Ione Belarra.

Intentar minimizar el acto en sí: “El beso… El pico, más un pico que un beso”.

Explicarlo con la inevitabilidad del momento, achacarlo a las emociones e insistir en el consentimiento que medió: “Fue un beso espontáneo, mutuo, eufórico y consentido”.

Argüir el espacio en el que se dio para refrendar la idea de que depende de dónde sea, un mismo hecho puede o no puede constituir una forma de violencia, en cualquiera de sus grados, o puede o no tener implicaciones sexuales y que de eso depende si es o no reprobable: “Por supuesto, quien vea el vídeo entenderá que ante 80.000 personas, ante millones de personas de manera televisada, ante toda la gente que había allí, parte de mi familia, mis hijas, el deseo que podía tener en ese beso era exactamente el mismo que podía tener dándole un beso a una de mis hijas, ni más ni menos. No hay deseo, no hay posición de dominio”. Pocos espacios pueden llegar a tener más poder para la exención de responsabilidad, para la impunidad, que los públicos, porque es ahí donde se han normalizado infinidad de actos: un tocamiento de culo, un hombre que se pega a una mujer en el transporte público, quienes se acercan por la calle caminando al paso de una mujer y le espetan lo que antes se entendían por piropos y ahora se revelan como acoso.

Achacar a la relación que se tiene con la o las personas contra la que se cometen los actos para explicar el propio acto, entendiendo como una extensión de la relación previa el derecho y la libertad para, en este caso, dar un beso: “Yo tengo una gran relación con todas las jugadoras, hemos sido una familia y tuvimos momentos cariñosísimos en esta concentración”.

Sin embargo, y en contraposición, por lo que sí ha pedido perdón fue por agarrarse los testículos, y a quien sí se lo ha pedido, “sin paliativos”, ha sido a “su Majestad, la Reina, a la Infanta, a la Casa Real y a todo aquel que se haya sentido ofendido un gesto poco edificante en ese aspecto mis más sinceras disculpas”. Es también sintomático de cómo funcionan las estructuras de poder: disculparse en la cadena jerárquica hacia arriba, pero no hacerlo con quien, en esa jerarquía, está por debajo.

Aun así, el argumento de Rubiales, también usado habitualmente en torno a la violencia sexual, como con el beso, ha sido achacarlo a la “euforia”, es decir, aludir a las emociones para justificar la inevitabilidad de un acto: “Me emocioné muchísimo, mucho, hasta el punto de perder el control y llevarme la mano ahí”.

El cuándo y por qué lo hizo responde también a otro de los ejes del patriarcado, la connivencia de los iguales, el refugio de lo que el feminismo teórico llama “la fratría”. Porque según Rubiales, ese momento entre su mano y los testículos tuvo que ver con la reacción desde el campo de Jorge Vilda, el entrenador de la selección: “Nada más ganar el Mundial, tu primera reacción fue girarte al palco y dedicármelo, y decirme así varias veces [hace Rubiales un gesto de señalar como si estuviera diciendo “tú, tú, esto es tuyo”] y yo te dije “tú, tú”, y en ese momento te hice esa seña de ‘ole tus huevos’, con perdón”.

La selección española gana el Mundial de Fútbol femenino y tanto el presidente de la RFEF como el entrenador de esa selección tienen como primer gesto, según lo que ha contado Rubiales, dedicárselo el uno al otro. De hombre a hombre. Y de hombre a hombres es también donde Rubiales ha elegido hacer su discurso. También importa el foro.

Sus primeras frases estuvieron dedicadas a quienes le han enviado “muchos, muchísimos mensajes” de apoyo. Algunos de ellos, según él, estaban sentados en esa sala, pero se han visto “silenciados” por “presiones”. Ha hablado de la “persecución” que se da contra él desde hace cinco años. Ha nombrado al seleccionador, Jorge Vilda, como parte perseguida: “Hemos sufrido mucho, Jorge, hemos tragado mucho”. Convertirse en víctima también es uno de esos códigos patriarcales para eludir el rechazo social y refrendar sus propias acciones. Y ahí se ha visto arropado por algunos de quienes le eligieron, se ha visto refrendado cuando ha dicho “falso feminismo”, cuando le ha achacado el “asesinato social” que “se está ejecutando”. Ahí ha habido quienes le han aplaudido. Lo han hecho varias veces.

Entre ellas, las cinco ocasiones que ha pronunciado el “no voy a dimitir”. Lo ha gritado. En el tono de esa sentencia estaba todo lo que ha dicho antes, todo lo que ha dicho después, y todo lo que trasluce e implica lo que ha dicho: que aún hay quienes no quieren moverse del pasado, aunque la realidad les arrolle. “A mí se me está tratando de matar, y voy a decir una cosa más allá de mi situación personal como español, tenemos que hacer una reflexión de hacia dónde vamos”, ha espetado Rubiales.

La sociedad viene haciendo esa reflexión desde hace años, lo ha hecho empujada y acompañada de la mano del feminismo. Para él es uno “falso”, “una gran lacra en este país”. Pero ha sido ese feminismo por el que hoy la sociedad ya no permite las cuestiones que este viernes le han llevado donde está.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_