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El obispo Carlos Belo, premio Nobel de la Paz, abusó de varios adolescentes en los años ochenta y noventa, según una revista holandesa

‘De Groene Amsterdammer’, un semanario independiente de investigación, recoge testimonios de hombres que aseguran haber sido víctimas del que fuera obispo católico de Dili, en Timor Oriental

Carlos Belo acusado abusos
Carlos Ximenes Belo, premio Nobel de la Paz, en una foto de 2003.Firdia Lisnawati (AP)
Isabel Ferrer

El semanario holandés de investigación De Groene Amsterdammer, uno de los más antiguos de Países Bajos, ha publicado este miércoles una información en la que varios hombres aseguran haber sido víctimas de abusos sexuales en la adolescencia por parte de Carlos Felipe Ximenes Belo, que fue obispo católico de Dili, capital de Timor Oriental. Según la revista, el prelado se aprovechó de su posición de poder con chicos inmersos en una pobreza extrema. Belo recibió el Premio Nobel de la Paz en 1996, junto con José Ramos Horta —actual presidente del país—, por su búsqueda de una solución pacífica en la excolonia portuguesa, ocupada por Indonesia entre 1975 y 1999.

El Vaticano ya había recibido noticias del “comportamiento inapropiado del obispo” y le había impuesto sanciones disciplinarias, según ha confirmado hoy su oficina de prensa. Informaciones publicadas por el diario italiano La Repubblica citando fuentes vaticanas, tras recibir esas acusaciones se impusieron penalizaciones que incluían restricciones a la circulación, al ejercicio del ministerio y a impedir el contacto con menores, así como cualquier contacto con su país de origen.

La revista holandesa recoge el relato de Paulo, que tenía entre 15 y 16 años cuando el obispo Belo le invitó a visitar su residencia en Dili después de una misa. Paulo, “que prefiere permanecer en el anonimato por razones de privacidad y seguridad personal y familiar”, tiene ahora 42 años. Le pareció un honor la llamada, porque Belo era la poderosa cabeza de la iglesia católica en Timor Oriental y también un héroe nacional. Esa noche, sin embargo, el obispo abusó de él en su dormitorio. “Me quitó los pantalones, me toqueteó y me practicó sexo oral”, dice Paulo. Confuso y aturdido, se durmió. “Al despertar, me dio algo de dinero”. No se lo dijo a nadie y solo ocurrió una vez.

No fue así con otro chico, llamado Roberto, que ha cumplido 45 años. También protege su nombre, y el semanario explica que hubo una fiesta en su pueblo a la que asistió el obispo. Belo le pidió que fuese al convento y se hizo muy tarde para regresar a su casa. “Esa noche, me violó y abusó sexualmente de mí. Por la mañana me despidió y me dio dinero para que me callase. Y para asegurarse de que volvería”, dice Roberto. En otras visitas, el obispo le requería, “y yo me sentía querido y reconocido, hasta que comprendí que no estaba interesado en mí, sino solo en sí mismo; a partir de entonces, todo era solo porque necesitaba el dinero”. Tanto Roberto como Paulo dicen en el reportaje que había gente que buscaba chicos para Belo.

Según Roberto, la iglesia católica gozaba del respeto de la población de Timor Oriental porque ayudaba a la gente y ofrecía protección. Con el país inmerso en la lucha por la independencia, era muy difícil hablar de supuestos abusos sexuales por temor al ostracismo, amenazas y violencia. La revista, por su parte, indica que las víctimas temían hablar de todo esto. Ahora, Paulo asevera lo siguiente: “Debemos hablarle al mundo alto y fuerte del abuso sexual, y quiero que Belo y la iglesia pidan perdón. Quiero que reconozcan lo que nos han hecho sufrir para que esta violencia y abuso no se repitan”.

De Groene Amsterdammer señala que, de acuerdo con sus investigaciones, hubo más víctimas del obispo católico. Afirma a su vez que han hablado con “20 personas que conocían el caso de Belo: dignatarios, funcionarios gubernamentales, políticos, miembros de ONG, gente de la iglesia y otros profesionales”. Más de la mitad conocía personalmente a una víctima, mientras que el resto tenía noticias de ello. En 2002, el prelado, que fue ordenado sacerdote en 1980, renunció de repente. Tenía 54 años y regresó primero a Portugal. Pasó luego un tiempo haciendo labores de misionero en Mozambique. La revista asegura que trató de recabar la versión de Belo y esté colgó el teléfono.

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