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“Así no sigo. No puedo atender bien a mis pacientes”

Los sanitarios de primaria se enfrentan al síndrome de ‘burnout’. Están quemados por no poder realizar su trabajo en condiciones y muchos deciden dejarlo en cuanto llegan a la edad o adelantar la jubilación

Atencion primaria España
Arturo Arenas (al fondo con bata blanca) en su centro de Atención Primaria, en Can Picafort (Mallorca).FRANCISCO UBILLA
Pablo Linde

Si el cuerpo aguantaba, Joaquín Morera pensaba seguir pasando consulta en su centro de salud de Madrid hasta los 70 años. Pero llegó un punto en el que no podía más. La pandemia ha sido la gota que ha colmado su vaso y el de muchos sanitarios de atención primaria, completamente desbordados por agendas inmanejables y una montaña de burocracia. “Genera ansiedad, insomnio, depresión”, relata Morera, que se ha jubilado con 63 años, siete antes de su intención. “No puedo atender bien a mis pacientes, yo así no sigo, prefiero perder dinero”, se dijo.

Colgar la bata. Es la tentación de muchos que tienen la posibilidad. Otros no ven el momento de llegar a la edad para hacerlo en una sexta ola de covid que ha puesto a los centros de salud más allá de su límite, sin capacidad ni siquiera para atender a todos los pacientes con síntomas que piden cita; mucho menos hacer los seguimientos rutinarios que son necesarios, también en pandemia, para otras enfermedades. “Yo podría perfectamente haber pedido una baja, pero eso es hacerle una faena a los compañeros porque no me iban a sustituir y los cargaría con más trabajo; así que he decidido dejarlo”, zanja Morera, que lleva desde septiembre retirado y viendo desde la barrera cómo la variante ómicron ha desbordado las previsiones y superado todos los récords de contagios, por lo que cabe deducir que también de citas en primaria (el dato se publica con más de un año de retraso).

Cuando un paciente tiene que aguardar dos semanas —a veces más— para ver o hablar a su médico de cabecera, es muy probable que al otro lado haya plantillas mermadas; facultativos que cubren la población que les corresponde —que puede llegar a más de 2.500 ciudadanos— y las de otro u otros compañeros; enfermeras que están vacunando, realizando pruebas covid y tratando de hacer visitas a domicilio a personas que no pueden acudir al centro de salud, mientras muchos pacientes que no reciben respuesta por teléfono acuden desesperados al ambulatorio para que los atiendan en persona. Según datos del sindicato CSIF, durante un día tipo de diciembre solo estaba trabajando el 80% de la plantilla asignada a cada centro de salud por bajas, permisos o vacaciones.

En la foto un centro de salud en General Ricardos, Madrid.
En la foto un centro de salud en General Ricardos, Madrid. Olmo Calvo

Empezar la mañana es “enfrentarse al Everest”, en palabras del médico de familia Arturo Arenas. “Amaneces con una agenda de 25 pacientes que se puede multiplicar por dos o por tres a lo largo del día, que además están enfrentados porque sienten que reciben una mala atención. Pasas muchísimo tiempo con trámites burocráticos. Ves a gente derrumbada, que se tiene que tomar un orfidal para poder trabajar, enfermeras y auxiliares administrativos llorando. Trabajas mal, cometes más errores, llegas a tu casa destrozado física y moralmente”, enumera este médico de primaria de Mallorca.

También con 63 años, Arenas cuenta los días para la jubilación, pese a que, como su colega, siempre había tenido la intención de aguantar hasta los 70. “Me encanta mi profesión. O me encantaba. Pero esto no es hacer medicina. Ya estoy de vuelta de todo esto. Es una situación de hastío, de cansancio profesional tremendo”, asegura.

Lo que la Organización Mundial de la Salud denomina como síndrome de burnout, que se podría traducir como estar quemado por el trabajo, afectaba de forma grave hasta a un tercio del personal de atención primaria antes de la pandemia, según varios estudios. La Fundación para la Formación de la Organización Médica Colegial denuncia que durante la pandemia estas cifras se acercan al 45% para todos los sanitarios. Es imposible conocer la situación exacta en esta sexta ola, pero tanto colegios de médicos como sindicatos aseguran que no ha hecho más que empeorar.

“Si su médico se comporta como un cínico, es probable que sufra este síndrome”, advertía Enrique Gavilán, médico de primaria rural que en 2019, unos meses antes de que estallara la mayor crisis sanitaria en un siglo, publicó Cuando ya no puedes más, un libro sobre su propio proceso de burnout. Describía cómo en la atención primaria se acentúa por el ninguneo de las administraciones, la falta de reconocimiento y un trabajo burocrático que ocupa buena parte del tiempo.

La covid ha complicado todo. Carmen Valdivia, vocal de atención primaria del Colegio de Médicos de Albacete, denuncia que dedican más tiempo al papeleo que a la atención clínica: “Rellenamos partes de baja, el informe para el centro de conductores, la dependencia, los traslados en ambulancia. La burocracia no nos deja ser médicos”, lamenta.

Tanto los sindicatos médicos como los colegios profesionales piden más trabajadores, más sanitarios, pero también más personal administrativo. “Lo primero es organizar lo que hay”, dice Pilar Rodríguez Ledo, vicepresidenta de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG). “Cada cual debería hacer aquello para lo que está más capacitado; y la mayor capacitación de los médicos no consiste en ser administrativos. Y lo peor es que no se atisba solución al problema, si vieran un rayito de luz a lo mejor los profesionales no estarían tan desmoralizados”, añade.

Un médico muestra los partes de baja por covid que ha tenido que tramitar en un día.
Un médico muestra los partes de baja por covid que ha tenido que tramitar en un día.

En la primera ola la situación fue “horrible” por la falta de equipos de protección y el temor a infectarse con un patógeno que por entonces no se conocía bien, en palabras de Hermenegildo Marcos, vocal de atención primaria rural en el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos. Pero la sexta es la que ha desbordado por completo unos centros de salud que estaban apuntalados. “Estamos viendo bajas y jubilaciones anticipadas; muchos que no prolongan la edad de trabajo. Hay un desgaste tanto físico como emocional importante”, subraya.

En España, la financiación de esta rama de atención, que en 2021 dio 268 millones de consultas entre rutinarias y de urgencia, es del 14% del gasto sanitario, frente al 25% que recomienda la Organización Mundial de la Salud.

Si los médicos están asfixiados, la situación de las enfermeras (el colectivo se suele autodenominar en femenino) no es mejor. Diego Ayuso, secretario general del Consejo General de Enfermería, asegura que las plantillas están “agotadas y quemadas”. El sector lleva años reclamando más profesionales: “En España hay una enfermera por cada 2.500 ciudadanos, cuando la media en Europa es una por cada 1.000. Si esto te desborda en una situación ordinaria, en una pandemia es imposible de sobrellevar: al seguimiento de crónicos, las visitas domiciliarias, la educación sanitaria, las curas, se suman vacunación, test, seguimiento de contagios...”.

Encarna (nombre ficticio, ya que prefiere mantener su anonimato), una enfermera de 53 años, asegura que empieza el día con ánimo, pero que llega a casa “reventada”. “No solo es la carga laboral, es el ninguneo, nos enteramos de los protocolos a veces por la prensa. A veces, que no se reconozca tu trabajo quema más que el propio trabajo”, asegura. Durante la pandemia ha tenido que pedir alguna baja porque la ansiedad y el estrés de una agenda repleta le producen “problemas respiratorios y dolores tremendos”. “Estoy muy cansada de mi profesión. Cansada, cansada”, repite.

67 años y siete guardias de 24 horas al mes

Santiago de la Fuente, médico de familia en Frómista (Palencia), podría jubilarse en el momento en que quisiera. Muchos días le ronda por la cabeza, especialmente cuando tiene que encadenar guardias de 24 horas. “Mi cuerpo tiene marcha para rato, pero esto a veces me dobla”, asegura. En el último mes lleva siete acumuladas, incluidas Nochevieja y Reyes. “Lo normal sería hacer dos, pero en mi centro de salud somos 10 médicos y en bastantes días faltan siete. Hemos tenido que hacer guardias cada 48 horas, después de una jornada de ocho en la que no paras de ver pacientes”, asegura.

Santiago de la Fuente, en la guardia del día de Reyes en el centro de salud de Frómista (Palencia).
Santiago de la Fuente, en la guardia del día de Reyes en el centro de salud de Frómista (Palencia). Javier Álvarez

“Yo tenía ilusión porque me gusta mucho lo que he hecho en toda mi vida, he vivido para la primaria y sigo haciéndolo. En general estoy bien, pero hay días que se hacen insoportables”, explica De la Fuente. “Tener tantas consultas es hasta peligroso, no reaccionas igual. Eres peligroso, te puedes equivocar en los diagnósticos. Muchos días me pregunto para qué sigo aquí. Algún día he estado muy mal psicológicamente y me han dicho que pida baja por estrés, pero no he cogido una en mi vida; si llega un momento en el que no puedo con esto me voy a mi casa”, reflexiona.

La sensación de no hacer bien el trabajo es una de las que causa más angustia y que repiten varios médicos consultados. Es también el caso de Arturo Arenas: “El tema físico es malo, pero el emocional es peor, porque tienes la sensación de que no lo haces bien, no atiendes a la gente en condiciones, podrías hacer muchas más cosas. Yo, por ejemplo, tengo un ecógrafo en la consulta, que puede resolver un montón de problemas, pero hay días que no lo puedo ni enchufar porque pierdes 20 minutos por paciente. Estamos haciendo una medicina de mínimos, de salir del paso. Y acabas el día pensando: ‘Dios mío, qué mal lo he hecho”.

Estos médicos ven a los más jóvenes y entienden que muchos de ellos se vayan a otros países a cobrar más dinero y ejercer una mejor medicina. “La mayoría no se va por el dinero, sino por lo segundo. Y por una enorme precariedad laboral”, asegura Jorge Curiel, secretario de Salud Laboral de la Confederación Española de Sindicatos Médicos. No reforzar la primaria es “cortoplacista y contraproducente”, en su opinión, ya que es la asistencia más barata y la más eficaz para prevenir enfermedades. “Cuando alguien acude al hospital va a salir mucho más caro al sistema porque empieza con una serie de pruebas y atenciones costosísimas. Muchas se podrían evitar en primaria, pero con estas condiciones es difícil”, concluye.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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