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Un cura acusado de abusos creó uno de los himnos del 12 de octubre: sus víctimas piden que no suene

Las Fuerzas Armadas tocan la pieza cada año en homenaje a los caídos y el propio Rey la canta durante los actos de la fiesta nacional

Desfile Dia de la fiesta Nacional
El rey Felipe VI preside el desfile militar del 12 de octubre, en Madrid.SERGIO PÉREZ

“Es un insulto”. Así define Pedro Tena el hecho de que la canción La muerte no es el final, compuesta por Cesáreo Gabaráin, el cura que abusó de él en los maristas de Chamberí, en Madrid, sea el el himno oficial de las Fuerzas Armadas españolas y de los cuerpos de seguridad para honrar a sus fallecidos y se siga interpretando en actos oficiales. Entre ellos, en el desfile militar de la fiesta nacional del 12 de octubre, este martes. Este sacerdote vasco, fallecido en 1991, es muy conocido en todo el mundo católico por ser el gran compositor de música de misa, autor de canciones como Pescador de hombres o Juntos como hermanos. Desde el pasado mes de agosto, está acusado de abusos en los años sesenta y setenta por al menos otras 16 víctimas, según ha revelado EL PAÍS. La mayoría son antiguos alumnos del colegio madrileño y también de otro en Antzuola (Gipuzkoa). Como Tena, otras tres víctimas de Gabaráin, el hermano de una ya fallecida y el primer alumno que le denunció tras conocer los abusos, piden que se deje de interpretar oficialmente esa obra en los actos públicos. La muerte no es el final fue elegido como himno oficial para honrar a los caídos de las Fuerzas Armadas españolas en 1981 y se entona multitudinariamente en un momento central de los actos del 12 de octubre, el homenaje ante el monumento a los caídos por España, en presencia del Rey. El propio Felipe VI lo ha cantado en años anteriores.

Canto del himno 'La muerte no es el final' durante el desfile del 12 de octubre de 2018.

Consultados por este periódico, ni el Ministerio de Defensa ni el de Interior han querido dar su opinión sobre este asunto, ni han explicado si se plantean retirarlo tal como piden algunos de los afectados. La Casa del Rey también ha preferido guardar silencio y no aclarar si Felipe VI lo va a cantar mañana martes. Los principales partidos políticos tampoco han querido manifestarse sobre el tema. No obstante, el PSOE ya lo hizo en 2014, a través de una pregunta parlamentaria dirigida al Ministerio del Interior. Entonces no se conocían las acusaciones de pederastia, que han salido a la luz este verano, pero ya cuestionaba el uso de una canción religiosa en actos oficiales de la Policía Nacional y pedía que se retirara. El Ministerio del Interior respondió entonces que consideraba el himno “una forma tradicional, solemne y digna de honrar a los fallecidos en acto de servicio”. Ahora el PSOE dirige ese ministerio, pero no ha respondido si sigue considerando la canción del mismo modo.

“Por ser instituciones del Estado que en principio nos representan a todos, las Fuerzas Armadas y la policía no deberían utilizar una canción compuesta por un acreditado pedófilo con numerosas acusaciones y víctimas a sus espaldas”, afirma Tena. Eduardo Mendoza, el exalumno de los maristas de Chamberí que denunció al cura en el colegio en 1978, cree que “es algo que debería ser revisado con urgencia”. “No hay que olvidar que se está utilizando la obra de un pederasta para un acto público de Estado. Y puedo asegurar que, cada vez que se entona públicamente, se está revictimizando a cada una de sus víctimas”, opina. Sobre todo, porque hasta ahora ha prevalecido el encubrimiento de lo ocurrido. Tras la denuncia de Mendoza y otros escolares, el cura fue expulsado del colegio, pero el arzobispo de Madrid, por entonces el cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Vicente Enrique y Tarancón, lo trasladó a la parroquia de las Nieves, en el barrio de Mirasierra, en Madrid, y a otro colegio, el de San Fernando. Además, a los tres meses de la denuncia, Gabaráin fue nombrado prelado de su santidad por Juan Pablo II.

Mendoza, consciente de la teoría de que hay que separar la obra del artista, dice: “Pongo un ejemplo fácil de entender. Imaginemos que esa canción hubiera sido escrita por un músico vasco, como Gabaráin, y que se hubiera elegido para ese acto ‘por la belleza de su mensaje’. Años más tarde, alguien descubre que ese músico vasco fue miembro activo de ETA. La pregunta es: ¿se seguiría cantando su ‘bella’ canción en actos públicos? Alguien podría decir que no es comparable. Entonces, ¿quitamos peso a los delitos de pederastia? ¿Son menos importantes? Mientras los miembros de las Fuerzas Armadas, empezando por el Rey, cantan emocionados esa bella canción, ¿olvidamos que su autor abusaba de menores gracias a su condición eclesiástica que daba autoridad moral y ética a todos, sí, a todos sus actos frente a sus víctimas? Quien quiera escuchar las canciones de Gabaráin, que lo haga en privado. Allá él con su conciencia”.

Cesáreo Gabaráin toca el piano en una de las fotografías que acompañaban sus discos de vinilo.
Cesáreo Gabaráin toca el piano en una de las fotografías que acompañaban sus discos de vinilo.

Tras las primeras informaciones publicadas por EL PAÍS en agosto, la Oregon Catholic Press (OCP), entidad estadounidense que dispone de las licencias de sus composiciones, eliminó temporalmente de su sitio web la información sobre el sacerdote y anunció que destinaba los beneficios de los derechos a una organización de apoyo a víctimas de pederastia. En España no ha habido ninguna consecuencia. La Conferencia Episcopal Española ha afirmado que el escándalo de Gabaráin no hará que sus canciones, más de 500, dejen de cantarse por respeto a las víctimas en las celebraciones litúrgicas. Luis Argüello, portavoz de los obispos, argumentó: “Yo creo que sería bueno que en este tipo de asuntos tuviéramos la capacidad de distinguir. Es decir, si esta persona es compositor musical, decir que su obra musical queda contaminada por lo que pudiera haber dicho o hecho me parece exagerado. Sus canciones habrá que valorarlas por su calidad musical. [...] este tipo de condena es propia de tiempos medievales, en los que a una persona por el hecho de colgarle un sambenito, un sambenito con justicia, de una condena de la vida social, quedaba contaminada toda su familia, todo su pasado, todo lo que pudiera hacer. […] Hay que distinguir las personas, porque si no de alguna forma está volviendo una especie de pena de muerte para determinado tipo de delitos, pena de muerte a muertos, además”.

Leonardo Enríquez, alumno de Chamberí entre 1965 y 1977, explica que siempre que oye el himno, en su opinión “muy bonito”, se pregunta cómo es posible que nadie haya hablado nunca de su autor: “Como ciudadano y como antiguo oficial del ejército me parece una vergüenza. En un acto donde se ensalza el honor de los caídos no es de recibo un himno creado por una persona tan poco honorable”. En la misma línea, una víctima que prefiere guardar el anonimato propone que la ministra de Defensa, Margarita Robles, retire este himno como homenaje a los caídos y que haga público el motivo de esta actuación. “Para las víctimas sería una pequeña reparación después de tantos años de ocultación”, opina.

Iñaki Badiola, de 74 años y una de las primeras víctimas en los sesenta de Gabaráin en Antzuola (Gipuzkoa), se siente dolido por el hecho de que, a pesar de que las acusaciones hayan salido a la luz, las autoridades públicas no se pronuncien. “Lo que más me duele es que aquí el ayuntamiento no haya dicho nada sobre el asunto, después de haber publicado en su día a través de un libro sus grandezas”, cuenta. Es partidario de suprimir el himno. Manuel Aguilera, hermano de una de las víctimas de Garabáin, ya fallecida, afirma que no es partidario de “eliminar o perseguir las obras de personas que han cometido abusos”, pero cree que en este caso es diferente. “[La canción] tiene un sentido espiritual y religioso. Me parece humillante para las víctimas de este sacerdote. No deberían utilizarla”, opina.

Francisco Javier García, víctima del cura en 1973, aún recuerda el desconcierto cuando, haciendo la mili, escuchó esa melodía en el entierro de su coronel. “Yo acababa de empezar las prácticas como sargento de complemento y mi capitán me designó para representar a los suboficiales y de repente, la cancioncilla. Me sorprendió”, dice. No obstante, al contrario de lo que piensan otros afectados, García cree que el himno puede ser una forma “de que se recuerde que la Iglesia encubre depredadores”. Entiende que las víctimas pueden sentir dolor al oír esa canción en actos públicos, pero cree que, al final, los militares acabarán por dejar de utilizarla. “Pienso que, aunque duela, es mejor que suene y se difunda quién era su autor”, comenta. En esta misma línea está Carlos, otro de los alumnos de los que el sacerdote abusó en su despacho: “Su música es el personaje, no creo que se deba vetar. Si tuviésemos que juzgar y condenar la música, obras de arte o escritos por la ética o moral de sus creadores, nos perderíamos algunas de las mejores obras de arte del mundo”, afirma.

Exalumnos del colegio de Chamberí, en Madrid, recuerdan que ya cantaban La muerte no es el final en el centro a mediados de los años setenta, antes de la expulsión de Gabaráin. Explican que la compuso como homenaje a uno de los jóvenes del grupo que tocaba con él en las misas, el organista, que murió en un accidente de tráfico. Este grupo solía estar formado por exalumnos, ya mayores de edad, según recuerdan. En medios religiosos circula otra versión que habla de que el sacerdote la escribió en recuerdo de un organista de su parroquia, llamado Juan Pedro, de 17 años, tras su fallecimiento. En todo caso, desde ese momento, y como tantas de sus otras canciones, se cantó durante la misa en las iglesias de toda España. José María Sáenz de Tejada, teniente general, la escuchó por primera vez en un funeral en 1981. Fue entonces cuando propuso que esa canción se adaptase para ser usada como himno oficial a los caídos por España. El compositor Tomás Asiain fue el encargado de la versión castrense. En ella, se cambió la palabra “hermano” por “compañero”.

Si conoce algún caso de abusos sexuales que no haya visto la luz, escríbanos con su denuncia a abusos@elpais.es

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