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La crisis del coronavirus
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Viaje a la ventana

Ahora salgo a dar un paseo crepuscular y receloso y pienso que será muy difícil volver a la naturalidad afectuosa de antes

Una pareja pasea cogidos de la mano por las calles de Madrid.
Una pareja pasea cogidos de la mano por las calles de Madrid.Joaquín Corchero / Europa press

Querido amigo:

Es éste el trágico momento en que uno descubre el delirio misterioso de las cosas, sus raíces secretas.

Espero que ahora estés bien. Mi propia experiencia de estos tiempos en que lo acostumbrado se ha vuelto remoto y un poco irreal, aunque sea leve si la comparo con tu terrorífica experiencia, encuentra en mi memoria ecos literarios. Como esos versos de Enrique Molina que encontré en Las cien mejores poesías de la lengua castellana, antología de Luis Alberto de Cuenca que compré el pasado 6 de marzo, día viernes; el mismo día que, de camino a un almuerzo con Juan Malpartida, vi en la calle de Hortaleza a un grupo de estrepitosos escolares y en él a un chico con mascarilla, la primera, y pensé: “Veremos a muchos así muy pronto”.

Ahora salgo a dar un paseo crepuscular y receloso y pienso que será muy difícil volver a la naturalidad afectuosa de antes. A aquella inconsciencia. No digamos ya a la frivolidad. No solo por la crisis venidera sino por el hábito que hemos adquirido y que no creo que perdamos rápidamente, de pensar dos veces cada movimiento, cada acción, el coste y valor de cada acto y de cada hora.

Por lo demás estoy como siempre, como nunca. ¿Cómo te lo explicaría?: En soledad. No se siente el mundo, que un muro sella. La lámpara abre su huella sobre el diván indolente. Acogida está la frente al regazo del hastío... ¿A que son bonitas estas frases? Como que son de Cernuda.

Quisiera decir algo más personal y en lo que te pudieras reconocer, pero sabiendo lo que has sufrido no se me ocurre nada válido.

En fin, estoy intentando alejarme de mí mismo y de los demás todo lo que puedo, pero choco con la ventana, como una mosca. Estoy apoyado en el vidrio, mirando la calle. Pienso si las moscas de mayo podrían transmitir el virus; entonces podría contagiarme yo a mí mismo.

Pienso en el octogenario escritor pederasta Gabriel Matzneff convertido en un paria por la publicación en enero de Le consentement, el testimonio de una de sus víctimas, Vanessa Springora. Matzneff huyó a un coqueto hotel del litoral italiano, donde concedía entrevistas, atónito todavía del vuelco de su suerte, y allí supongo le ha sorprendido la pandemia. Lo imagino recorriendo abajo y arriba el malecón, pensando…

Pienso en el Circo Alex, circo familiar checo que desde hace años recorre Estonia, Lituania, Letonia y Polonia y se ha quedado varado a las afueras de Riga por el cierre de fronteras. ¿Cómo alimentará Alex a los animales?

Pienso en la gota de ámbar donde se conserva la cabeza (1,5 centímetros de largo), de un dinosaurio diminuto, descubrimiento birmano del que informó la revista Nature el 12 de marzo. La criatura llega hasta nosotros desde hace cien millones de años. ¿Por qué? No lo sé, pero me encantaría poseer esa gota de ámbar, o por lo menos una réplica, y llevarla siempre conmigo, engastada en un collar o en una pulsera. ¿A ti no?

Pienso en muchas otras cosas pero me parece que no se deben decir, vamos a dejarlo.

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