La guerra de las etiquetas
España estudia cómo implantar el etiquetado frontal Nutriscore mientras la UE debate los distintos modelos empleados en su territorio para facilitar la comparación nutricional de productos envasados
¿Qué une a una cerradura, los colores de un semáforo y unos octágonos negros? A primera vista, nada. Pero si aparecen dibujados en la parte frontal del envase de un alimento la música cambia. En un mundo donde la tasa de obesidad se ha triplicado desde 1975 y las enfermedades relacionadas con ella matan a millones de personas cada año, según la Organización Mundial de la Salud, estos símbolos quieren convertirse en un importante aliado del consumidor a la hora de hacer la compra. Tan importante que en España han sido objeto de una velada contienda entre Administación y una parte de la industria, mientras que Europa ha retomado el debate sobre su implementación.
La discusión acerca de cómo debe ser el etiquetado frontal o FoP (del inglés Front-of-Pack), que resume la información nutricional de los alimentos procesados para que se puedan comparar de un vistazo, lleva tiempo en discusión. La UE acordó hace ocho años insertar en los envases, de manera obligatoria, el valor energético y las cantidades de grasas, grasas saturadas, hidratos de carbono, azúcares, proteínas y sal de los alimentos envasados (por cada 100 gramos o mililitros). Pero dejó la opción a cada Estado, y hasta a la industria, de desarrollar un esquema propio, voluntario para los fabricantes, para sintetizar estos datos a modo de advertencia en la parte delantera del envase.
El resultado: muchos modelos, y ninguno perfecto. "Lo esencial es que cualquier sistema esté desarrollado bajo criterios estrictos y soportados científicamente", dice Emma Calvet, responsable de política alimentaria en la organización europea de consumidores Beuc. En su opinión, la UE debería de adoptar un esquema obligatorio si quiere que sus ciudadanos "tomen decisiones más sanas de un vistazo”.
Pero la industria no siempre piensa igual. El lobby europeo Food Drink Europe ve necesaria una mayor coordinación entre Estados, aunque aboga por que el sistema siga voluntario. "Es deseable un esquema armonizado para no confundir al consumidor ni crear barreras al comercio", abunda Enrico Frabetti, director de políticas alimentarias de la patronal española de fabricantes FIAB. "Aunque no creo que vaya a ser un factor decisivo contra la obesidad", zanja.
En la actualidad, distintos sistemas proliferan dentro y fuera de la UE. Francia ha elaborado el Nutriscore, un código de colores asociado a letras que va del verde al rojo según un algoritmo que valora las grasas saturadas, azúcar, sal, calorías, fibra y proteínas por cada 100 gramos de producto. Reino Unido tiene su semáforo nutricional y los países escandinavos el keyhole, un sello que se asigna también a los alimentos frescos que cumplen con determinados parámetros. La Comisión Europea, por su parte, tiene previsto publicar un informe en primavera que analice los diferentes esquemas que se usan en la UE.
También seis grandes multinacionales diseñaron su sistema, el etiquetado nutricional evolucionado, y estuvieron a punto de lanzarlo en varios países europeos. Nutricionistas y asociaciones de consumidores lo consideraban inadecuado porque en lugar que basarse en raciones de 100 gramos se refería a porciones estándar, definidas por la misma industria. Anunciaron su marcha atrás el pasado noviembre, pocos días después que el Ministerio de Sanidad español hiciera pública su intención de implementar el Nutriscore.
Según la Sociedad Española de Endocrinólogos y Nutricionistas, tampoco este sistema de letras y colores es una panacea. "Permite comparar alimentos del mismo grupo para elegir la opción más saludable, pero no sirve para hacer un listado general de alimentos en los que todos los que obtengan la misma letra sean comparables por su calidad nutricional", advierte.
José María Ferrer, responsable del departamento jurídico de Ainia, advierte que los semáforos nutricionales pueden, en ciertos casos, generar distorsiones. "Por ejemplo, puede que al aceite de oliva se le asigne un rojo por la alta cantidad de grasa y que un consumidor pensara que es malísimo, cuando es todo lo contrario”, explica. El aceite de oliva ha sido recientemente objeto de un bulo en Londres, según el cual la capital británica había prohibido publicitarlo en el metro y en lugares públicos como parte de su estrategia contra la obesidad infantil.
El Ministerio de Sanidad español ya en noviembre paró las polémicas asegurando que no aplicará el nuevo etiquetado a este producto. Victorio Teruel, de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición, confirmó esta semana en un congreso de Aecoc que la Administración está negociando con Francia (el Nutriscore es una marca registrada) cómo adaptar el sistema a la dieta mediterránea. Asimismo, defendió que el etiquetado frontal debería ser obligatorio y armonizado en la UE. El problema es que, de momento, no hay unanimidad entre Estados miembros. "Por eso también estamos a la espera del informe de la Comisión", dijo Teruel, quien aseguró que en breve se abrirá la consulta publica sobre el borrador del proyecto de la norma española.
Las trampas de la mente
El etiquetado frontal se añade a una larga lista de descripciones nutricionales, algunas reguladas y otras no, que se espacian desde el clásico light al más confuso casero o natural. María Galli, investigadora en Esade sobre el comportamiento del consumidor, vivió en su piel lo difícil que es desenvolverse entre toda esta información. Madre de un niño diabético, cuando se mudó a España se dio cuenta rápidamente de que, digan lo que digan los reclamos impresos en los envases, hay que dedicar tiempo a leer la letra pequeña, algo que no es siempre posible.
Galli explica que los etiquetados frontales se convertirían en un buen aliado para el consumidor siempre y cuando contengan una información muy resumida, dado que nuestro cerebro es muy perezoso. Y, aún así, nada está garantizado. Explica que un experimento en Chile sobre el etiquetado frontal de cuatro productos —galletas, chocolates y golosinas, zumos y cereales— dio un resultado inesperado: el consumo de zumo y cereales disminuyó, pero siguió estable el de galletas y chocolate. "Los consumidores ya conocían los perjuicios de las golosinas, pero creían que el zumo y los cereales eran más sanos", concluye Galli.
La investigadora también alerta de que algunos grupos de consumidores podrían llegar a establecer una equivalencia entre la luz verde del Nutriscore, que siempre se refiere a productos procesados, y los frescos. "Es un riesgo y es un problema, porque es muy fácil crear asociaciones y muy difícil quebrarlas".
La Comisión Europea, por su parte, tiene previsto publicar un informe en primavera que analice los diferentes esquemas que se usan en la UE.
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