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¿En qué condiciones se vuelven violentas las personas con un trastorno mental?

Considerar enfermas mentales a las personas violentas como supone una premisa que condena a inocentes con problemas psicopatológicos e indulta a culpables que están mentalmente sanas

mental disorders
A pesar de la alarma social suscitada, la mayoría de las personas afectadas por un trastorno mental no son violentas.RinoCdZ (Getty Images)
Enrique Echeburúa

La violencia constituye actualmente un problema de salud pública y recae además con frecuencia sobre los miembros más vulnerables de la comunidad, como los menores y las mujeres. Una sociedad bien organizada otorga a las personas, mediante la socialización familiar y escolar y la adquisición de una conciencia moral, mecanismos de integración y lazos afectivos con los demás seres humanos que los protegen de implicarse en relaciones destructivas.

La empatía, a modo de mandamiento biológico natural, es el inhibidor más potente contra la violencia y la crueldad. Por desgracia, hay algunos seres humanos que carecen de esta capacidad empática para reaccionar positivamente ante las expresiones de miedo o de dolor expresadas por otras personas y no cuentan con un freno de mano para regular sus tendencias destructivas, sin que tampoco expresen un malestar emocional (la culpa) por el daño infligido.

La conducta violenta es el resultado de la interacción concreta de variables individuales y de factores situacionales. Los autores de comportamientos destructivos tienen habitualmente personalidades antisociales, han sufrido la humillación del maltrato físico y han estado expuestos a la glorificación de la violencia. En concreto, la ausencia de una figura paterna o de unas relaciones de apego seguras propicia la adquisición de una baja autoestima y dificulta la capacidad de autocontrol para aprender a modular los impulsos agresivos. Las personas que han tenido estos problemas en la infancia no desarrollan una empatía hacia el sufrimiento humano, pueden mostrarse emocionalmente insensibles con los demás y tienden a cometer actos violentos, especialmente si recurren al alcohol y a las drogas.

La influencia de compañeros violentos o el visionado habitual de videojuegos violentos es importante, sobre todo cuando el nivel intelectual es bajo, los sujetos tienen una personalidad dependiente y han interiorizado deficientemente los valores normativos en la familia y en la escuela. En suma, los jóvenes violentos han desarrollado a partir de su entorno familiar, o próximo, una estrategia de control de la conducta de los demás basada en el recurso a la violencia; y han aprendido, también, a volverse emocionalmente insensibles a sus efectos.

Hay veces en que la conducta violenta se expresa de una forma impulsiva, modulada por la ira, y otras en que esa violencia es planificada con frialdad emocional y obedece a la consecución de un objetivo concreto (robo, sexo o venganza). Considerar a las personas violentas como enfermos mentales supone una premisa que condena a inocentes e indulta a culpables, porque se estigmatiza a personas con un trastorno mental que no han hecho, ni harán, ningún mal; y se considera irresponsables a personas sanas mentalmente que sí lo hicieron. Confundir maldad con enfermedad es un error. La psiquiatrización del mal ni es ni debe ser la respuesta.

A pesar de la alarma social suscitada, la mayoría de las personas afectadas por un trastorno mental no son violentas. Sin embargo, hay pacientes que no están en tratamiento (o lo han abandonado) y que pueden adoptar conductas violentas. Cuando la interpretación del entorno es defectuosa como consecuencia de ideas delirantes o de alucinaciones, la realidad externa puede ser percibida como una amenaza y se puede reaccionar de manera desproporcionada, con miedo intenso o con violencia extrema.

Delirios, alucinaciones, alcohol y drogas

Algunas personas con un trastorno psicótico llegan a perder el contacto con la realidad y pueden atribuir a los demás actitudes o intenciones hostiles. En estos casos, los pacientes viven bajo el yugo de una realidad imaginaria en la que las ideas delirantes (persecutorias o de celos), o las alucinaciones auditivas amenazantes, dominan la voluntad de quienes las padecen y coartan su libertad. El mayor riesgo, en estas personas, se da en el momento de producirse el episodio psicótico o cuando el trastorno no está diagnosticado. Si los pacientes no reconocen el trastorno, abandonan la medicación, consumen alcohol o drogas y carecen de un apoyo familiar, social o comunitario (la marginación social es un riesgo en sí mismo), la probabilidad de conductas violentas aumenta considerablemente. Pero son estas circunstancias, más que el trastorno en sí mismo, las que facilitan su implicación en comportamientos destructivos.

Si las personas que padecen un trastorno mental grave se descompensan, pueden recurrir a la violencia cuando se sienten amenazadas físicamente (violencia como defensa), despreciadas (violencia como autoafirmación) o tratadas de forma injusta (violencia como venganza). En estos casos, la conducta violenta es un intento de regular estados emocionales internos muy negativos (la humillación, por ejemplo) y constituye una forma de hacer frente a unas alucinaciones o ideas delirantes que pueden resultar abrumadoras. No obstante, las personas con un trastorno psicótico no son especialmente violentas. En todo caso, es más probable que tiendan a hacerse daño a sí mismas o a suicidarse, sobre todo si abandonan el tratamiento.

A su vez, las adicciones —especialmente el abuso y la dependencia de alcohol y de drogas— constituyen un factor de riesgo para la violencia, pero hay muchas circunstancias mediadoras. Ni todos los que beben mucho son violentos, ni la violencia se ejerce de forma indiscriminada, sino solo sobre las víctimas más vulnerables. El abuso de alcohol es peligroso en aquellos sujetos que ya tienen el ánimo predispuesto para agredir. Las actitudes previas de hostilidad y el efecto predisponente de una personalidad impulsiva o con otro trastorno mental modulan la respuesta violenta inducida por las sustancias psicoactivas, que puede surgir de forma brusca, imprevista y sin relación con la víctima. En realidad, los trastornos mentales y el abuso de drogas constituyen un cóctel explosivo.

Factores de riesgo y anticipación

El riesgo se acentúa si hay un consumo conjunto de alcohol y drogas estimulantes, como la cocaína, las anfetaminas o el éxtasis. En estos casos se facilita la implicación en conductas violentas porque pueden desencadenarse en los sujetos actitudes de desconfianza extrema, o ideas persecutorias o amenazantes, que generan un profundo malestar emocional contra quienes los rodean.

Muchas personas violentas no presentan un trastorno mental —es decir, no tienen disfunciones cognitivas ni volitivas relevantes—, pero muestran alteraciones de la personalidad (de tipo psicopático, paranoide o narcisista), carecen de empatía y de tolerancia a la frustración, no se sienten valoradas por los demás, les fascina la violencia, son impulsivas y necesitan implicarse en experiencias excitantes.

Las conductas violentas, como los cambios atmosféricos, no son fáciles de predecir. Una vez que ha surgido el primer episodio de violencia, la probabilidad de nuevos episodios aumenta considerablemente. Por tanto, cuanto mayor y más reciente es el historial de agresiones, mayor es la probabilidad de utilizar la violencia como una forma de relación interpersonal. En general, lo que mejor predice la violencia futura es haber desarrollado conductas violentas anteriores, abusar del alcohol o de las drogas, contar con armas y tener problemas psicopatológicos, como psicopatía, esquizofrenia o trastorno delirante, sobre todo cuando no se ha establecido (o se ha abandonado) un tratamiento médico o psicológico.

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Sobre la firma

Enrique Echeburúa
Es catedrático emérito de Psicología Clínica en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), académico de número de Jakiunde (Academia Vasca de las Ciencias, Artes y Letras) y de la Academia de Psicología de España. Ha sido galardonado con el Premio Euskadi de Investigación en Ciencias Sociales 2017 por su trayectoria científica e investigadora.
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