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Marc Ferrer, psiquiatra: “En adolescentes, las autolesiones repetidas aumentan mucho el riesgo de que acaben siendo suicidas”

El jefe de hospitalización del servicio de psiquiatría de Vall d’Hebron advierte de que quitarle el móvil a un chaval con malestar emocional, o que sufre ‘bullying’, puede ser contraproducente: “Incrementas su frustración porque lo aíslas”

Marc Ferrer Conducta Suicida
Marc Ferrer, jefe de Hospitalización Psiquiátrica del Hospital Vall d'Hebron.Albert Garcia
Jessica Mouzo

El carismático detective Colombo, protagonista de una serie de televisión del mismo nombre en los años sesenta, acostumbraba a resolver los crímenes mostrando una curiosidad sin límites. Con preguntas y más preguntas, a menudo revestidas de una pátina de ingenuidad y despiste, acababa siempre llegando a la verdad. Y, precisamente, a esa peculiar actitud apela aún hoy el psiquiatra Marc Ferrer (Girona, 48 años) para estudiar a sus pacientes: adolescentes que, a menudo, ingresan en su hospital tras una agudización de sus problemas de salud mental o después de una tentativa de suicidio. “Ante la duda, con un adolescente, ni pienses que quiere morirse y está deprimido, ni pienses que te está manipulando: muestra curiosidad”, recomienda.

Ferrer es el jefe de hospitalización del servicio de psiquiatría del hospital Vall d’Hebron de Barcelona, que recientemente acaba de abrir una unidad de ingreso para pacientes pediátricos. Vive cada día, desde la primera línea, el auge de los problemas de salud mental que sufren los más jóvenes y advierte de que, aunque la pandemia alentó esta curva ascendente de autolesiones y tentativas de suicidio, este fenómeno ya se venía gestando de antes. El psiquiatra participó en un estudio de su hospital en el que constataron que, entre 2015 y 2017, las autolesiones representaban el 20,4% de los ingresos atendidos en las urgencias de psiquiatría pediátrica; entre 2017 y 2021, esa cifra ya había ascendido al 70% y ahora, los ingresos por esta causa rondan el 75%, según el propio centro sanitario.

Pregunta. ¿Qué está pasando?

Respuesta. Tenemos que ser prudentes. Es un fenómeno que nos preocupa por la inconsciencia del adolescente y esa cosa más romántica del suicidio, pero detrás hay una serie de matices: vemos que hay chicos que manifiestan el desbordamiento emocional o el bloqueo emocional típico de la adolescencia, con conductas agresivas, con autolesiones o con tentativas de suicidio, entendiendo que es un método eficaz para aliviar el malestar emocional. ¿Qué sucede? Que en algunos casos estas conductas son adictivas, Es decir, es una manera rápida de acabar con el malestar emocional. El aprendizaje de gestionar el malestar emocional forma parte de la vida, del proceso madurativo. A los adolescentes les cuesta convivir con la emoción negativa y buscan maneras para aliviarlo rápidamente.

P. Pero, ¿qué ha cambiado en los últimos años? Porque esta complejidad para gestionar el malestar emocional a estas edades siempre ha existido.

R. Ahora todo va más rápido. Hay menos tiempo para hacer este proceso de sentarse a analizar, hablar, aprender a relativizar… Y esta rapidez en la vida va muy ligada a las redes sociales, a internet, a toda la evolución que está experimentando nuestra sociedad. Tenemos que espabilar para adaptarnos a estos cambios porque los chicos realmente lo llevan mal: evidentemente, internet y las redes les puede suponer un estímulo positivo porque cuelgas una foto, tienes un like y con eso todo el mundo experimenta una sensación de placer y el adolescente, más. Sin embargo, cuando recibes un comentario negativo o no tienes los likes que piensas que deberías tener, la emoción negativa que experimenta el adolescente la tiene con muchísima más intensidad y con menos capacidad para gestionar esta frustración. Estas son las nuevas variables que está viviendo nuestra adolescencia, además de las de siempre, como el hecho de tener un disgusto con tu igual, que te critiquen, que se metan contigo o que te hagan bullying.

P. ¿Las redes sociales son el principal factor de riesgo del malestar emocional de los adolescentes?

R. Es uno de los principales y el que nos obliga a ser más creativos. Porque la solución no es cortar las redes sociales, la solución no es quitarle el móvil al adolescente, porque cuando tú haces estas cosas, lo que haces es incrementar todavía más la frustración porque le aíslas. Hay estudios que señalan que el aislamiento es el más peligroso de los bullying. Con lo cual, si tú retiras el móvil, inconscientemente, lo que estás haciendo puede ser más contraproducente.

P. ¿Y qué se puede hacer, entonces, para cortar esas situaciones tóxicas?

R. Lo de ser creativos lo digo por determinados opinadores que cortan por lo sano, diciendo que tenemos que quitar el móvil o cambiar la sociedad. La sociedad en la que vivimos es la que es, con sus defectos, y tenemos que mejorar la situación, pero de una forma realista. La prevención se tiene que hacer en las escuelas, que es donde se detectan gran parte de los problemas; pero quizás no depositarlo todo en los docentes, que ya tienen muchas exigencias. Es probable que desde la salud tengamos que intervenir más en los centros y hacer programas de educación emocional.

Con los años, se han ido incorporando opciones para acabar rápido con el malestar emocional. Primero aparecieron las drogas y en los últimos años han aparecido las autolesiones

P. Decía que las autolesiones se usan como un mecanismo para aliviar el malestar emocional, ¿qué diferencia hay con las tentativas de suicidio?

R. Hay conductas autolesivas que no buscan suicidarse, sino otras cosas. La mayoría, buscan aliviar el malestar emocional, el bloqueo mental y la sensación de desbordamiento que puede experimentar el adolescente. Biológicamente, un adolescente tiene menos capacidad para parar, pensar, relativizar y organizar; o sea, lo que llamamos la función ejecutiva, que está centrada en el córtex prefrontal y que es lo último que madura (acaba de madurar a los 24 o 25 años). Con lo cual, estamos ante una persona que, si la sometes a muchos estresantes, le cuesta mucho más gestionarlos y se bloquea con más facilidad.

Con los años, se han ido incorporando opciones para acabar rápido con el malestar emocional. Aparecieron las drogas, cada vez consumidas a edades más tempranas y hay chicos que a los 12 o 13 años están fumando porros, que es una manera también de acabar rápido con este malestar emocional. Y dentro del catálogo de opciones, en los últimos años han aparecido las autolesiones: muchos chicos nos dicen que empezaron a autolesionarse porque algún compañero de clase lo hacía o lo habían visto en sus redes; y hay chicos que con ello no experimentan nada, solo dolor y otros que sienten placer, alivio, y les resulta eficaz como medida. Pero la evidencia científica nos dice que, cuando empiezan este patrón de autolesiones repetidas, aumenta mucho el riesgo de que acaben siendo autolesiones suicidas.

P. Es una puerta de entrada al suicidio, entonces.

R. Correcto. Ves que estás perdiendo control, que tu familia se entera y, normalmente, la familia no tiene la capacidad de entender esta conducta y lo vive como una llamada de atención. Con lo cual, te sientes peor por hacerlo. Puede darse ese efecto paradójico: yo lo uso porque me están haciendo bullying y me siento marginado, pero me acaban marginando todavía más porque me ven el raro; y así acaba apareciendo el suicido.

P. ¿Qué hay de cierto en esa idea de que lo hacen para llamar la atención?

R. En este tipo de conductas hay una heterogeneidad tan alta… Supongo que habrá algunos casos que la utilizan para llamar la atención. Nuestros pacientes, muchas veces lo hacen para llamar la atención o para comunicar que están desbordados emocionalmente. Pero cuando se lo denomina llamar la atención, se hace de forma despectiva: es como si le estuvieras diciendo que es un farsante, y este es el error.

Las conductas autolesivas no suicidas en el adolescente buscan aliviar el malestar emocional y la sensación de desbordamiento”

P. Ante la duda, ¿cuál tiene que ser la respuesta a estas situaciones?

R. Hace bastantes años que visito adolescentes y he aprendido una cosa: que no sabes nada. Y al adolescente lo que tienes que comunicarle es esto, que no tienes ni idea de lo que le está pasando y que sientes una curiosidad muy grande para que te lo cuente. Algunos terapeutas hablan de la actitud Colombo [el detective de la serie de televisión, que parecía que no se enteraba de nada], porque mostrando curiosidad y la actitud de no saber, lo acabas sabiendo todo. Ante la duda, con un adolescente, ni pienses que quiere morirse y está deprimido, ni pienses que te está manipulando: muestra curiosidad.

P. ¿Cuál es peso de las modas y el efecto imitación en estas conductas?

R. En la adolescencia, muy grande. Cuando estás creciendo, hay una crisis de la identidad y está más marcada la necesidad de encontrarse a uno mismo. Y es muy habitual que los chicos hagan cosas para parecerse a los influencers, a los youtubers… En estas edades uno tiende a ser gregario y el efecto imitación está presente en todos estos fenómenos.

P. ¿Les preocupan estos retos virales que ponen en peligro la salud, como el juego de la ballena azul?

R. Intentamos no ser alarmistas y calibrar bien estos fenómenos porque, a veces, aparecen y desaparecen con una rapidez pasmosa. Lo que más nos ocupa y nos preocupa, es que tenemos que estar muy cercanos a ellos para estar enterados.

“La conducta suicida en adolescentes va ligada a la impulsividad y esto es igual a imprevisibilidad”

P. ¿Se banaliza el concepto de la muerte a estas edades?

R. Es esa cosa romántica de la muerte y la vida, básicamente ligado al estrés relacional. En este estrés relacional aparece una gran tristeza y después se incorpora el coqueteo con la muerte. Pero no hay una conciencia clara. Un adulto tiene un cerebro, en general, más maduro y puede integrar muchísimo mejor el concepto de vida y muerte. Evidentemente, cuando un adolescente llega ya a los 16 o 17 años, ya tiene más capacidad, pero hasta los 25 no concluye la maduración del cerebro. El concepto vida-muerte que tienen ellos no es el mismo que podemos tener nosotros.

P. ¿Qué sucede para dar ese salto hacia una tentativa de suicidio? ¿Hay siempre una patología de base o es la impulsividad el gran enemigo?

R. En la adolescencia, hay ambas situaciones. La psicopatología como tal, es decir, el trastorno, que sería un trastorno bipolar, una esquizofrenia, un trastorno depresivo... Si tienes una psicosis, estás desconectado de la realidad; en la depresión, no estás desconectado, pero hay una distorsión de la realidad, ves las cosas peor de lo que realmente son. Y, después, aparte de esto, en los adolescentes hay una inestabilidad emocional e impulsividad que los hace especialmente de riesgo para este tipo de situaciones. Y, a base de ir haciendo autolesiones, en algún momento, pasan de ser no suicidas a ser suicidas, fruto de que la situación se va complicando.

P. ¿Qué papel ha tenido realmente la pandemia en el auge de las conductas autolesivas y la mala salud mental adolescente?

R. Estoy convencido de que este era un fenómeno que ya venía de atrás. La pandemia fue un elemento estresante de primera división, pero, en nuestro estudio, el ascenso de la curva es independiente de las variables relacionadas con la pandemia.

P. En adultos, fallecen por suicidio más hombres que mujeres porque usan métodos más contundentes. Pero en el caso de los adolescentes, están al 50%. ¿Por qué?

R. Porque la conducta suicida en la adolescencia es diferente de la del adulto y va mucho más ligada a la impulsividad. E impulsividad es igual a imprevisibilidad.

P. ¿Cómo influyen las variables socioeconómicas de mala salud mental?

R. Son clave. Estas conductas pueden aparecer en clase alta o baja, la cuestión es cómo responde el entorno. Hay una serie de consejos: cuando veas esto, valídalo; no lo juzgues, escúchalo, dale tiempo, hablad. Si esto no se puede hacer, si la familia está desestructurada o si hay un padre o madre maltratador, no se puede esperar una respuesta correctora. En cambio, muchas veces hay un agravamiento de la situación.

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Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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