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Santi F. Gómez (Fundación Gasol): “La autorregulación de la publicidad infantil no funciona. Pedimos capacidad sancionadora”

El psicólogo ha coordinado un informe, en colaboración con el Ministerio de Consumo y UNICEF España, que urge a regular los anuncios de alimentos malsanos dirigidos a menores

Fundacion Gasol
Santi F. Gomez, director de investigación y programas de la Fundacion Gasol, en las oficinas de esa organización en Sant Boi de Llobregat (Barcelona) el pasado 19 de julio.MASSIMILIANO MINOCRI
Aser García Rada

Aunque la mayoría de estudiantes de psicología aspira a pasar consulta, Santi F. Gómez (Cornellà de Llobregat, 40 años) tuvo “la suerte” de formarse “con grandes psicólogos sociales y de la salud” en la Universitat Autònoma de Barcelona. “Quería que mi acción tuviera un impacto más global, en la comunidad”, relata a EL PAÍS por videoconferencia este psicólogo experto en salud pública y doctor en biomedicina. “En aquel momento, la salida para la clínica era una consulta privada. Vengo de una familia muy humilde y mis padres han tenido que hacer muchos esfuerzos para darnos estudios. Me producía mucha incomodidad pensar que mi acción revertiera solo en quienes pueden asumir pagar la consulta”, reconoce el también profesor asociado de la Universidad de Lleida.

Plantado ese germen, “una historia de casualidades” le convirtió en director global de investigación y programas de la Fundación Gasol, creada para luchar contra la obesidad infantil por las estrellas del baloncesto Marc y Pau Gasol. En 2016, cuando aún no había defendido su tesis doctoral sobre los determinantes y las intervenciones preventivas de esta pandemia silenciosa, la fundación buscaba un investigador principal. “Y, claro, mi perfil encajó. Además, cuando mi familia migró de Extremadura a Cataluña, situaron su residencia en el municipio donde está la fundación, Sant Boi de Llobregat. En esos casos, te tienes que dejar llevar y hemos hecho crecer un proyecto muy bonito”.

Entre sus últimos frutos está el informe Publicidad, alimentación y derechos de la infancia en España (realizado en colaboración con el Ministerio de Consumo y UNICEF España), que urge a regular el marketing dirigido a menores de los productos alimentarios malsanos. Pese a que así lo establece el Plan Estratégico Nacional para la Reducción de la Obesidad Infantil y lo recomienda la OMS, sigue en un cajón la normativa que pretendía aprobar Consumo, por las resistencias del Ministerio de Agricultura y las quejas del sector, que consideran que basta con la autorregulación de la industria. “No ha habido suficiente voluntad política”, criticaba el titular de Consumo, Alberto Garzón, durante la presentación del informe el pasado 5 de julio. “La influencia y la capacidad que tienen determinados poderes económicos en el ámbito de la alimentación es demasiada”, zanjaba.

Pregunta. ¿Le damos suficiente importancia a los problemas de la infancia?

Respuesta. He notado una progresión en la importancia que se le da, en especial, a la epidemia de obesidad infantil. Pero aún se le debería dar más. Una sociedad madura sabe proteger a su infancia y en muchos países quedan muchos retos por abordar.

P. Según la última edición del estudio Pasos, que ha coordinado y del que acaban de presentar sus resultados definitivos, uno de cada tres menores entre 8 y 16 años tiene sobrepeso u obesidad, una de las peores cifras de Europa. ¿Qué novedades tienen?

R. Hemos profundizado en el análisis presentado en febrero. Además de ese dato, el porcentaje de población infantil que declara sentirse preocupada, triste o infeliz es un 12% mayor que en la edición de 2019. Por otro lado, las desigualdades socioeconómicas están incrementando para la mayoría de indicadores de estilo de vida y para la obesidad. El deterioro es en mayor proporción para los niños y niñas que viven en lugares con menor renta media o donde hay más pobreza infantil. Las iniciativas de promoción de la salud deben tener en cuenta ese gradiente socioeconómico. También el género, otro eje de desigualdad. El nivel de partida de las niñas sobre el uso de pantallas era menor que el de los niños, pero tienden a igualarse. Entre ellas, crece el uso de pantallas de manera mucho más acelerada y también presentan una evolución más desfavorable con relación a sentirse preocupadas, tristes o infelices.

P. ¿Por qué vivir en un barrio pobre facilita que una niña o un niño tenga obesidad?

R. Por un lado, es el entorno. En los barrios con menor nivel socioeconómico hay una menor accesibilidad a alimentos frescos, saludables y a buen precio. Es más frecuente que sus comercios apuesten por distribuir productos ultraprocesados, embotellados, envasados o conservados porque no se estropean y no tienen pérdidas. En cambio, la accesibilidad a frutas o verduras es menor. Por otro lado, en las dos últimas décadas en España se ha incrementado en mayor medida el precio de los alimentos saludables que el de los no saludables, un fenómeno que se ha acelerado con la crisis de precios. Eso hace que las familias vulnerables tengan más barreras para acceder a alimentos saludables porque la bollería industrial tiende a mantener precios más estables.

P. ¿Cómo influyen las condiciones de habitabilidad?

R. Pensemos en cómo se estructura la vivienda de quien vive en situación de vulnerabilidad socioeconómica. Ha crecido el fenómeno de compartir piso, las personas cada vez viven más hacinadas. Quizás ya no tienen una nevera entera, sino que la tienen que compartir. Y quizás no tienen un comedor para fomentar hábitos de alimentación saludable, sino que cada familia tiene que comer en su habitación sin una mesa y sillas cómodas. En ese contexto, es más fácil que no se les dé un plato de verdura, sino un bocadillo o un producto envasado. También es más difícil mantener hábitos de sueño. Suelen ser edificios peor acondicionados a nivel climático, lo que hace que en invierno haga mucho frío y en verano muchísimo calor. Eso dificulta que los niños y niñas duerman e introduce disfunciones a nivel hormonal o del estado de ánimo. También son barrios en los que suele haber más ruido en la calle. No es igual vivir en un edificio de viviendas sin árboles alrededor que en una casa con jardín, donde si pasa el camión de la basura nadie se entera.

El marketing de alimentos malsanos determina el nivel de deseo y aceptación de esos productos

P. ¿Cómo afecta a su estado de ánimo?

R. Los niveles de estrés son más elevados por los trabajos a los que se dedican esas personas. No es lo mismo trabajar en profesiones liberales que en una fábrica, 8 horas diarias repitiendo un movimiento. Ese estrés se transmite a los niños porque hay mayor probabilidad de discusiones en la familia o de tener ganas de llegar a casa y no pensar en nada. De conectar la tele, en vez de hacer actividades saludables.

P. ¿Y cuál es el impacto sobre la actividad física?

R. En esos barrios también hay menos instalaciones deportivas y un menor nivel de seguridad percibido. En algunos casos, es objetivo; en otros, es subjetivo, una cuestión de desconfianza en las otras comunidades que comparten unas mismas calles y edificios. Ahí podría haber una discusión muy grande, pero es un hecho que el nivel de seguridad percibido es menor, lo que hace que los niños y niñas hagan menos actividad física en la calle. Si tienes un jardín alrededor de casa, la probabilidad de que corras o de que tengas una bicicleta es mayor, es mucho más fácil hacer actividad física en un entorno de nivel socioeconómico elevado. Y también hay una cuestión económica, las extraescolares tienen un coste. Si a un niño o niña le gusta la danza, pagar las clases es muy costoso; o el material para practicar otras actividades físico-deportivas que precisan, como mínimo, de zapatillas.

P. ¿Cómo se moldean los gustos alimentarios en ese entorno?

R. La alimentación despierta las áreas del placer a nivel cerebral. Las familias en situación de vulnerabilidad socioeconómica también quieren dar satisfacción a sus niños y niñas y, a veces, les dan un alimento que puede lograrlo de manera rápida: un helado, una chuchería o van un día a McDonald’s. Es un momento de conexión de la familia, su hijo se lo pasa bien y sienten que le están dando algo que le hace feliz. Pero no se dimensiona la consecuencia que tiene a nivel psicológico sobre ese niño o niña que, en su cabeza, está asociando el bienestar con el consumo de productos que no benefician.

P. Según su informe sobre el marketing de alimentos malsanos, el 80% de los menores recibe impactos publicitarios, y esa mayor exposición aumenta su consumo.

R. Sí, ese marketing determina el nivel de deseo y aceptación de esos alimentos. Por ello, las sociedades científicas y los organismos internacionales están demandando a los gobiernos que regulen esa publicidad.

P. El borrador de Real Decreto que elaboró con ese fin el ministerio de Consumo no ha salido adelante por las reticencias del ministro de Agricultura y de los productores, que abogan por la autorregulación de la industria. Sin embargo, ¿es cierto que esa autorregulación no funciona?

R. Se ha demostrado que no funciona en España y también a nivel internacional, la evidencia científica es abrumadora y contundente. Me entristece que, porque los adultos no seamos capaces de ponernos de acuerdo, queden desprotegidos los derechos de la infancia. La OMS, UNICEF, sociedades científicas y organizaciones como la Fundación Gasol, la CEAPA [Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnado], Justicia Alimentaria o la Asociación Española Contra el Cáncer, piden una regulación con capacidad sancionadora si la industria se la salta. Vamos a seguir aportando evidencia científica y a hacer toda la presión posible para que esa medida se adopte cuanto antes.

Entre las niñas crece el uso de pantallas de manera mucho más acelerada, y también el porcentaje de quienes declaran sentirse preocupadas, tristes o infelices.

P. ¿Cómo influye el uso de pantallas en la exposición a este marketing?

R. Proporcionalmente, los menores que usan pantallas más minutos al día, como las de la televisión, del ordenador o del teléfono inteligente, son los más expuestos a la publicidad de alimentos y bebidas no saludables.

P. Resulta inquietante su estimación, según la cual entre los 8 y los 16 años una niña o un niño expuestos a la publicidad ingiere cada año 370.000 kilocalorías y 23 kilogramos de azúcar adicionales, que provienen de esos productos nocivos.

R. En efecto, los niños y niñas expuestos a la publicidad específica de comida rápida, de bebidas azucaradas, de bollería o pastelería industrial y de aperitivos salados, también ingieren en promedio más kilocalorías, más azúcar y más sodio que provienen de esos mismos productos.

P. La oenegé Justicia Alimentaria criticaba en su informe Mi primer veneno el marketing que promueve la alimentación infantil tecnificada y procesada frente a la casera, mucho más saludable. ¿Existe también una publicidad tóxica dirigida a madres y padres?

R. Claro, y es más probable que ese marketing penetre en familias con menor nivel económico porque suelen haber alcanzado un menor nivel académico. Estudiar te permite construir capacidad crítica y quienes no han tenido esa posibilidad, son más vulnerables a la publicidad de la industria. Si en la tele o en Instagram les dicen que darle ese alimento a su hijo es bueno, se lo van a dar. O, más que alimento, prefiero llamarlo producto. Si, además, eso se combina con que su hijo o hija está expuesto a esa publicidad y piden ese producto cuando van al súper, lo acaba consumiendo.

P. ¿Qué le pediría al nuevo Gobierno que se forme en España?

R. Que apueste por la salud infantil. Por cada euro invertido en promoción de la salud infantil, a largo plazo se recuperarían seis. Me cuesta pensar que haya partidos políticos que no quieran promover el bienestar y la calidad de vida de la sociedad. Revierte favorablemente sobre muchos aspectos, como la economía, el bienestar y la cohesión social, más allá de la propia salud y de lo que queda dentro de las paredes de un centro sanitario.

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Sobre la firma

Aser García Rada
Es periodista 'freelance' especializado en información sobre salud, pediatra y doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid. Ha colaborado con medios como Público o elDiario.es. En la actualidad escribe en EL PAÍS, la Agencia SINC y The BMJ.

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