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La compañía de los robots

Hablamos de los robots como si esperáramos de ellos una invasión. Unas criaturas a nuestra imagen y semejanza que podrían disputar nuestro espacio vital.

Getty Images

Hablamos de los robots como si esperáramos de ellos una invasión. Unas criaturas a nuestra imagen y semejanza que podrían disputar nuestro espacio vital. Una intrusión en la sociedad de consecuencias imprevisibles, pero no por eso menos inquietantes.

Influyen en este recelo el sentimiento de territorialidad con el que nos ha dotado la evolución y la huella consciente e inconsciente que han dejado las historias del extraño, del que llega de más allá de nuestras fronteras. Somos muy sensibles a estas situaciones. Incluso alimentamos hoy la mentalidad colectiva con posibles seres extraterrestres, y no solo con otros pueblos procedentes del otro lado de las montañas o del mar.

Nos fascina e impresiona que la ciencia nos diga que nuestra especie, la sapiens, entró en el continente europeo, habitado ya por otra especie humana, la de los neandertales, bien instalada en ese ecosistema, y que al cabo de un tiempo —por causas aún imprecisas— la de los antiguos residentes desapareció y la de los intrusos, nosotros, se adueñó de todo el espacio y se desarrolló espectacularmente. ¿En el continente digital se está gestando, como entonces en el africano, una especie invasora, parecida a la nuestra, aunque quizá con capacidades distintas, como el aprendizaje más rápido, el trabajo infatigable, habilidades sin error, replicación más numerosa, inmutabilidad emocional…?

Poster de la película 'Metropolis', de Fritz Lang
Poster de la película 'Metropolis', de Fritz Lang

La civilización va unida al dominio de los animales; los hemos controlado para nuestros fines, en muchas ocasiones con una crueldad de la que ahora comenzamos a ser conscientes. Sin embargo, los animales se han vengado de nuestro sometimiento con una guerra biológica milenaria y silenciosa que ha causado muchas bajas y sufrimiento en los humanos. La proximidad con los animales ha hecho posible la transmisión de organismos causantes de enfermedades muy graves para la especie dominante. En estos tiempos, hemos visto la posibilidad de una nueva y mayor productividad con el dominio de criaturas concebidas ex novo y no con cruces y selección a partir de las especies existentes, y las hemos llamado robots, porque buscamos que sean una nueva forma de servidumbre. ¿Pero no se rebelarán silenciosa o abiertamente? No estamos tranquilos. Intranquilidad mayor en culturas con mitos en que las criaturas han desobedecido al Creador.

Ya fue perturbador cuando la revolución industrial sustituyó la fuerza animal por la máquina. La capacidad productiva se disparó a pesar de la insaciable exigencia de alimento, de energía por parte de las máquinas para poder desarrollar tanto trabajo. Pero las máquinas han hecho que sus dueños disputen entre ellos, lleguen a la guerra, para conseguir la energía que sus máquinas reclaman, y que se enfrenten también, para su perdición, a la madre naturaleza.

El maquinismo nos ha envuelto de tal forma, durante estos dos últimos siglos, que ante el nuevo escenario de la robotización seguimos viendo a los recién llegados como máquinas. Y es que estamos hablando de la cuarta revolución industrial, convencidos de que el mundo digital que está emergiendo es solo una etapa más del desarrollo de la sociedad industrial. Por tanto, los robots como máquinas más sofisticadas, incluso algunas antropomorfas.

La relación con una máquina es de control: la manipulamos o bien supervisamos su tarea. Así que real o mentalmente estamos frente a la máquina para actuar o para observarla. Y si reducimos el robot a una máquina, entendemos que lo tenemos delante, con un aspecto u otro, pero frente a nosotros, para controlar su actividad, para tocarlo, para dictarle instrucciones… Es una máquina, es servidumbre, así que no va a estar junto a nosotros, posición reservada a los iguales.

Ya fue perturbador cuando la revolución industrial sustituyó la fuerza animal por la máquina. Pero las máquinas han hecho que sus dueños lleguen a la guerra para conseguir la energía que reclaman y que se enfrenten también, para su perdición, a la madre naturaleza.

Sin embargo, los alefitas —en ese escenario posible que constituye la vida en digital— estarán en compañía de los robots, es decir, con la proximidad que da poder estar al lado y no frente a la persona. Y cuando alguien camina a nuestro lado lo sentimos sin tener que mirarlo, y la relación que se crea es dialógica. El robot, por tanto, no tiene por qué ser visible, con la materialidad de un cuerpo —y menos aún semejante al humano—, para que se nos manifieste, sino que lo hará por acompañarnos adonde vayamos, en donde estemos, y poder mantener en todo momento una conversación con él (sobre donde estamos, lo que hacemos, lo que buscamos…).

Una compañía que lleva a compartir mucha información. El acompañante irá conociendo cada vez más información de nosotros para así poder asistirnos mejor. De igual modo que nos proporcionará continuamente información de todo tipo que solicitemos por su capacidad de buscar y transmitir la que requiramos. Y él mediará en muchas intervenciones que deseemos hacer en un entorno con artefactos capaces de realizar operaciones más y más variadas, precisas, potentes, autónomas... Si el robot es compañía para asistirnos, significa que media entre la persona y su relación con el entorno, con las máquinas, o con otras personas, como lo hará en la educación entre el discípulo y el maestro…

Compartir tanta información personal con este compañero dará motivos para sentir otra forma más de recelo ante la presencia de los robots, ya que los hemos concebido en su origen no para darles tanta confianza, sino como tan solo trabajadores a nuestro servicio.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid 

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

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