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Melilla, una ciudad de novela negra

El PP dirige desde hace 19 años un feudo roto socialmente con un sistema clientelar que para la oposición es pura mafia

Íñigo Domínguez
Pablo Casado durante su visita a Melilla el pasado viernes.
Pablo Casado durante su visita a Melilla el pasado viernes. Antonio Ruiz

Melilla es perfecta para una novela negra, hablar de corrupción es como hablar del tiempo, algo ambiental, y todo el mundo se siente en medio de varias tramas. Es un microcosmos de 86.000 habitantes en 12 kilómetros cuadrados donde todos se conocen y, según toda la oposición, reina el miedo. A represalias, a quedar señalado, a que no te den un trabajo en el próximo plan de empleo, a que te hagan la vida imposible si eres funcionario, y lo es el 52% de la población activa. “La ciudad está en manos de una mafia”, lo repiten los líderes de PSOE, Coalición por Melilla (CPM), Ciudadanos y Podemos. Se refieren a la red clientelar tejida en 19 años de gobierno de Juan José Imbroda, del PP. Cuatro imputados en su equipo, el último esta semana. Es el único partido que no ha querido hablar con este periódico, junto a Vox, que veta a EL PAÍS. Lo de Vox en Melilla es curioso, intentan un perfil distinto: tiene dos nombres musulmanes en la lista, números 15 y 23.  El 28 de abril sacaron votos hasta en El Real, zona musulmana. Pero felicitaron el Ramadán en Twitter y ante el aluvión de insultos de los suyos, porque eso no es muy facha, lo retiraron.

Una entrevista a Imbroda esta semana en un diario local describe bien el clima, propiciado por medios condescendientes. Pregunta: “¿Se ha tenido que pensar mucho el continuar al frente de la lista del PP?”. Dice que sí. “¿Su amor por Melilla ha podido más?”. Lo confirma. Ahora va por el récord, 23 años en el cargo. Sobre una ciudad rota: 23% de paro; la tasa más alta del país de abandono escolar, un 29,5%, en la ciudad con mayor natalidad de España (hay 13 colegios públicos y no dan abasto) y uno de los mayores índices de paro juvenil de Europa, un 66%.

Esta vez podría vencer una alianza de PSOE, Coalición por Melilla (CPM) y Ciudadanos. Ellos afirman sin rodeos que dependerá del fraude en el voto por correo. Al forastero hay que explicárselo y para comprobar lo excepcional de Melilla basta ir a Correos. Hay dos patrullas de la Policía Nacional en la puerta, para evitar disturbios, parece más bien Sicilia. La clave está en un resquicio legal: no se exige que quien lleva el voto sea el votante, no debe identificarse, solo se hace al recogerlo. Puede aparecer un camión, descargar 3.000 votos y es legal. Así ocurre, van con bolsas y fajos de sobres, y a veces hay peleas, porque la sede de CPM está justo enfrente y vigilan a todas horas. El voto se paga a 50 euros, se dice en los corrillos. Es célebre un vídeo de 2015 en el que militantes del PP son pillados en Correos con los sobres. Y más aún ahora uno reciente del propio hijo de Imbroda negociando la compra de votos.

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Fuentes del PP replican a la acusación de ciudad mafiosa: “Ese es el argumento permanente de CPM en todas las campañas que, de manera inmisericorde, pierden desde 1995. Y tanto CPM como el PSOE tienen a varios miembros condenados a penas de cárcel e inhabilitación por compra de votos a cambio de promesas de puestos de trabajo”. Esto también es verdad, recurrieron y esperan la sentencia. Y el viernes fue detenido el número diez de la lista socialista acusado de tráfico de inmigrantes.

Mustafa Aberchán, líder de CPM, uno de los condenados, ve en el caso una “persecución”. Dice que el PP “lleva 20 años jugando con el miedo al moro”, una expresión muy utilizada. Todos los partidos coinciden en que la ciudad está cada vez más radicalizada. PP y Vox acusan cada día al PSOE, por ejemplo, de querer "marroquinizar" la ciudad. Aberchán es cirujano ¿y la sanidad? “En el único hospital de Melilla hay 120 camas por cada mil habitantes, y la media nacional es de 320. Camerún tiene 130, por ejemplo. Nos faltan 200 médicos para llegar a la media nacional”.

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Ni un triste catedrático, o un barrendero, que quiera hablar. Todos se ríen ante la idea. Tienen familia, viven aquí, esto es muy pequeño. “Hay gente que me dice en secreto que me vota, jamás lo diría en público”, cuenta Eduardo de Castro, candidato de Ciudadanos. “Te marcan, es una sociedad de chivatos. Un gran empresario me preguntó una vez cuántos escaños iba a sacar. Le dije que lo que quisiera la gente, quizá cuatro. Y me dice: ¿y no te gustaría sacar diez? Pueden hacerlo. Hay que cambiar esto. Melilla está en la UVI, y de la UVI se sale o no se sale”. Saca otro dato terrible: “El 60% de la población de Melilla se querría ir a otro sitio, según un estudio del colegio de psicólogos en 2018”.

Es significativo cómo prueba su fiabilidad la candidata de Podemos, Gema Aguilar: “Yo no tengo limitaciones familiares ni laborales”. Porque tiene puesto fijo de profesora de infantil y es de Málaga, no tiene parientes en Melilla. “Esto es la dictadura del miedo, a lo que te pueda pasar", explica. "La mezquindad a la que se llega en el mundo del trabajo es muy deprimente. La consigna es no señalarse. No se piden bajas por miedo a perder el puesto. Todo el mundo agacha la cabeza, por miedo a que te echen. La corrupción es la empresa más estable de Melilla. El PP es quien da trabajo".

Un profesor desencantado reflexiona: “En Melilla las elecciones agudizan las divisiones, las horizontales y las verticales. Entre partidos, entre musulmanes y cristianos, y entre los que tienen y los que no tienen nada. Se mercadea el voto por un bocadillo. Lo triste es que de fondo nadie tiene un proyecto común de ciudad. Solo hay dos: el del PP, mantenerse en el poder, y el de los demás, conseguirlo, derrocarlo”. El objetivo número uno de toda la oposición es echar a Imbroda y, lo primero, hacer una auditoría. “En 20 años han pasado por las arcas públicas 4.202 millones de euros, y no se sabe dónde están. La ciudad gasta 22 veces más que Alicante”, señala Aberchán. Es normal si el caramelo se paga a cinco euros: la factura de los dulces de la cabalgata de Reyes de 2014 ascendió a 32.500 euros, uno de los muchos escándalos increíbles de la ciudad. Se han sucedido grandes operaciones contra la corrupción, como Tosca y Ópera, pero languidecen en los tribunales. La justicia tampoco se salva de las sospechas. El hermano del presidente, Blas Jesús Imbroda, es el decano del colegio de abogados y también blanco de las críticas.

Todo esto en una ciudad que se asfixia económicamente. Melilla es un lugar tan raro que los empresarios se manifiestan en la calle contra el PP. “Estamos en una crisis inédita, nunca había visto la economía de la ciudad tan mal en 40 años”, asegura Antonio González, de la Plataforma de Empresarios, nacida en 2018 y que acusa a la confederación tradicional, y a los sindicatos, de estar comprados por el dinero público. “Esto es un cortijo”, resume. Han cerrado 60 tiendas del centro en dos años. La gente se va de la ciudad, muchos huyen el fin de semana a Málaga, y a menudo a los marroquíes no les dejan volver con las compras en la frontera, una clientela flotante de toda la vida. Marruecos también abre y cierra la frontera como le parece. Ha construido un gran puerto gigantesco al lado, en Beni Enzar, que eclipsa Melilla: “Desde 2017, con los cierres de la aduana, el paso de contenedores ha caído un 63% y el de camiones, un 34%”, explica González, que dirige un supermercado. Muestra dos bolsas de frutos secos: “Hace diez días que esto no lo dejan pasar. Necesitamos una relación excelente con Marruecos para hacer fluida la frontera, llevamos 19 años sin comunicación. Hay que echar a Imbroda”.

Donde no hay tantos obstáculos es en las toneladas de dinero negro que entran para blanquearse, confirman fuentes de las fuerzas de seguridad. A los bancos de Melilla llega gente a ingresar fajos de miles de euros sin una mísera factura ni justificar su procedencia, escudados en el mercado atípico de la frontera. “Lo que se permite a los bancos en Melilla no se permite en otros sitios”, admite un investigador. El Banco de España lleva más de un año apretando a las sucursales de la ciudad para intentar controlar la situación y ha prohibido los billetes de 500, 200 y 100 euros.

Cae la noche y grupos de niños andrajosos se mueven en la oscuridad, son los menas, los menores no acompañados, que sueñan con huir de polizones en un barco. “Es una ciudad inhóspita, se ha instalado la desidia, hay que cambiar el ánimo de la gente, porque se va. La gente no quiere enfrentamiento, que se separen las comunidades, detecto un hartazgo de esta situación”, lamenta Gloria Rojas, del PSOE. "La paradoja es que, con el PP en Moncloa, Imbroda no ha conseguido nada, ni con Rajoy ni Aznar. No se ha construido un solo colegio, paró la construcción del nuevo hospital, que se ha reactivado ahora, en noviembre. Les bastaba con que tuviera esto tranquilo".

Lo cierto es que ninguno de los grandes problemas depende de estas elecciones, les superan: la frontera, la sanidad, la educación se lleva en Madrid. El melillense no siente que ahora se decida mucho, solo quién va a controlar el mangoneo local. Queda sobrevivir aceptando las reglas, irse o rebelarse. “Para ellos yo estoy loco, soy uno que se sale del sistema”, cuenta un funcionario que no se ha prestado a algunos juegos y ha presentado denuncias. Pide para la cita un sitio discreto, pero no existen en Melilla y mira preocupado a cada uno que entra por la puerta. “Si coges la lista de altos cargos son todos hijos de, primos de… Hay amaños de todo tipo, saltos de escala salarial, promociones a toda velocidad. Los que no son afiliados se quedan atascados. Yo me he opuesto, pero he pagado un precio. Tengo la salud tocada”. Como la ciudad.

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Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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