El pequeño pueblo valenciano que reclama el reconocimiento de haber inventado la Coca-Cola
Aielo de Malferit pide a la compañía poder usar la historia según la cual el refresco surgió aquí con el nombre de Kola-coca
Después de haber obtenido el compromiso de que las anotaciones no serán fotografiadas ni grabadas, Juan Juan Micó, de 79 años, último propietario de Destilerías Ayelo, un negocio de estética fascinante y decadente fundado en 1880, se levanta, hace girar las ruedas de la vieja caja fuerte que tiene en su despacho y extrae el cuaderno en el que está escrita la auténtica fórmula de la Kola-coca. La Kola-coca no es la versión contracultural del refresco más famoso del mundo, sino la bebida que Juan, el Ayuntamiento del pequeño municipio valenciano de Aielo de Malferit y la mayoría de sus 4.706 habitantes consideran precursora de la Coca-Cola.
El Consistorio ha pedido por carta a la multinacional norteamericana permiso para usar ese supuesto vínculo. Una historia transmitida de padres a hijos, de la que no existen pruebas materiales, según la cual el jarabe en el que John Pemberton basó su Coca-Cola se inventó aquí. "Todos los indicios dicen que fue así", afirma el alcalde, José Luis Pinter, del PP, que aclara: "Nuestro objetivo es que los responsables de Coca-Cola vean este proyecto de buen grado, para que el pueblo sea conocido, no perseguimos otra cosa".
La historia de Aielo camina entre la realidad y el mito, pero algunos datos alimentan la leyenda. Hace 138 años tres emprendedores locales, Enrique Ortiz, Ricardo Sanz y Bautista Aparici abrieron una destilería en el pueblo. Aielo tenía entonces la mitad de habitantes, pero una notable fama como productor de vides americanas —que todavía se cultivan en sus campos y se venden a zonas productoras de vino, como La Rioja— y licores. Juan muestra un certificado enmarcado con fecha de 1892 en el que la reina regente de España María Cristina de Austria concede a la empresa el título de proveedor de la Casa Real, permitiéndole usar su escudo de armas en etiquetas y facturas.
Las paredes del inmueble contienen retazos del ostentoso papel pintado que lo decoró y están repletos de otros ejemplos de aquel tiempo de gloria: diplomas que acreditan participaciones en certámenes celebrados hace más de 100 años en Alejandría, Roma, Turín, Bruselas, París, Burdeos o Chicago.
Aparici, uno de los tres propietarios originales, ejercía de comercial. Recorría el mundo de finales del siglo XIX con una maleta cargada de muestras de sus productos, que repartía para abrir mercados. Entre ellos, el Jarabe Superior de Kola-coca. El relato que se ha transmitido en Aielo es que en 1885 el empresario presentó su producto en Filadelfia. Un año más tarde el farmacéutico norteamericano John Stith Pemberton sacó al mercado su bebida en Atlanta, Georgia, un Estado que acababa de aprobar su ley seca.
Los ingredientes básicos de la Coca-Cola eras hojas de coca, nuez de cola y agua de soda. La única diferencia con la bebida de Aielo es que esta se mezclaba con "agua fresca", dice Juan. "Era un jarabe, como los que se hacían y todavía seguimos haciendo de limón, granadina y piña".
El de Kola-coca, en cambio, dejó de producirse. La explicación popular es que en algún momento, entre principios del siglo XX y los años 50, representantes de la compañía visitaron Aielo y adquirieron la marca para evitar problemas comerciales en España, pero tampoco existen justificantes de aquella supuesta transacción.
"La marca", afirma un portavoz de Coca-Cola, "ha trascendido de tal manera que es propiedad de todo el mundo. Nos ha pasado en otras zonas y del mundo, y para nosotros es un orgullo".
La vetusta destilería, que sí fabrica una versión alcohólica de aquella bebida, el Licor de Nuez de Kola, con un sabor dulce que recuerda al ponche, cambió de manos varias veces, fue colectivizada durante la Guerra Civil, y en 1971 uno de sus empleados, Juan Juan Micó la adquirió a su anterior dueño, que pensaba cerrarla. La empresa la integran hoy él, su hijo y su sobrina. El mercado que abarcan es comarcal. Y sentado en su despacho, el propietario no puede evitar acariciar la idea de qué hubiera pasado si la historia fuera cierta y sus antecesores no hubieran vendido la marca por una cantidad —se habla de 30.000 y de 50.000 pesetas—, sino por un pequeño porcentaje de las ventas.
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