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Coordinado por Lola Huete Machado
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Las mujeres alquimistas del índigo y la revalorización de una tela ancestral

La cooperativa femenina ‘GIE Solidaire de Confection et Artisanat’ quiere ampliar el mercado y conseguir sostenerse a sí mismas y a sus familias gracias a la confección

Las jóvenes de la cooperativa senegalesa 'GIE Solidaire de Confection et Artisanat' confeccionan prendas hechas del textil ancestral índigo.
Las jóvenes de la cooperativa senegalesa 'GIE Solidaire de Confection et Artisanat' confeccionan prendas hechas del textil ancestral índigo.Kim Manresa

El índigo no es solo una planta (indigofera tinctoria), sino también una técnica, un tejido y un color que nunca deja de fascinar. En África occidental es utilizado tanto por mujeres como hombres, es marca de riqueza, una inversión, signo de hospitalidad, se utiliza en ceremonias familiares y tradicionales, en nacimientos y, en algunas partes, para cubrir al difunto antes de su entierro. El arte textil del índigo hunde sus raíces en lo más profundo de la historia humana. No se sabe bien cuándo tuvo su inicio, pero se ha encontrado en momias egipcias. Sus tonos oscuros y ricos y sus motivos geométricos tienen una personalidad propia que permite reconocerlas a primera vista en el oeste africano.

Sin embargo, el teñido de estas telas corre peligro de desaparecer. La complejidad de su proceso, la progresiva desaparición de los maestros del índigo, la introducción de los tintes químicos y las imitaciones mucho más baratas, especialmente de China, hacen que cada vez sea más difícil encontrar paños originales fabricados en África occidental.

El dominio del índigo natural no es nada fácil. Se basa en una técnica bioquímica y requiere mucho tiempo y paciencia para conseguirlo. Aquí no hay recetas precisas o fórmulas exactas, hay que aprender a dialogar con las mezclas, los colores y los olores, escuchar a las burbujas o jugar con el aire y la humedad. Es trabajo de alquimista. Las hojas de la planta se fermentan y forman un entramado de organismos vivos que evolucionan en un líquido alcalino. Este compuesto básico se puede mezclar con flor de baobab, que da un tono más oscuro al azul; con nuez de cola, que consigue matices más rojizos; dátiles para lograr reflejos amarillentos o flor de hibisco. Y, de esta forma, jugando con las plantas, se pueden crear hasta 12 tonalidades de azul. Finalmente, hay que añadir los mordientes (fijadores) para que el tejido no destiña.

La cooperativa GIE Solidaire de Confection et Artisanat ha abierto una nueva línea de negocio en sus actividades con la recuperación de la técnica tradicional del teñido con índigo

Tanta dificultad no asusta a las mujeres de la cooperativa GIE Solidaire de Confection et Artisanat del barrio de Sam Sam III en Pikine, Senegal. Han abierto una nueva línea de negocio en sus actividades con la recuperación de la técnica tradicional del teñido con índigo y elaboración de tejidos que luego utilizan en los productos que fabrican como vestidos, fulares, mantelerías o complementos de moda. Detrás de esta agrupación se encuentra la hermana Regina Casado, que lleva la mayor parte de sus 82 años empoderando a las mujeres de Camerún y Senegal.

Esta iniciativa cuenta con el asesoramiento de las hermanas Laura y Maica de la Carrera, de la Galería de Mamah África. Llevaban más de seis años colaborando con las mujeres de la cooperativa. “Es un trabajo muy bonito y creativo. Les decimos qué mezcla de colores y qué técnicas de estampación queremos para cada temporada y ellas lo tiñen”, comenta Maica. Fue así como ambas partes empezaron a conocerse. Luego surgió el proyecto El lenguaje de las telas, que estudia y reúne paños de distintos países africanos. “Pero nos quedaba un tejido muy importante. Además, Senegal no estaba en este proyecto y eso no podía ser. Llevábamos muchos años trabajando con índigo, que a nivel antropológico tiene una larga historia, y quisimos aunar El lenguaje de las telas y la cooperativa de mujeres, pero nos faltaba financiación para ello”, recuerda Laura.

Fue cuando apareció en su horizonte el programa Santander Best Africa de la Fundación Santander, que, tras varios años trabajando en Senegal, también buscaba rescatar esta maestría a punto de desaparecer. Las tres partes unieron fuerzas y de ahí emanó un proyecto de recuperación del arte textil del índigo que, al mismo tiempo, genera ingresos para las mujeres que participan en él.

“Lo más difícil”, confiesan las hermanas De la Carrera, “fue encontrar un maestro tintorero que conociese bien las técnicas”. Fue la hermana Casado quien dio con Seyatou Touré, una señora que manejaba a la perfección todo el proceso. Fueron a visitarla a su casa y vieron de primera mano los diferentes y complicados pasos necesarios para la elaboración del tinte. Luego, encontraron a Abdoulay Seck, maestro del índigo que da cursos por todo el mundo. Con él se formaron y penetraron en los secretos más profundos de este oficio. Fue entonces cuando la galería Mamah África comenzó a implementar el proyecto junto a las jóvenes del barrio de Sam Sam III.

Los dos maestros, Touré y Seck, han instruido a cuatro miembros de la cooperativa en la técnica del teñido y el estampado del índigo. Parte de la producción es adquirida por la galería para sus colecciones. Ramatoullaye Sadio es la secretaria de la cooperativa. Es miembro de ella desde sus inicios en 2005 y se siente orgullosa de su trabajo. Comenta que su vida ha cambiado: “Ahora gano mi propio dinero y puedo ayudar a mi familia y a mí misma. Soy más independiente y tengo los medios para decidir qué quiero hacer con mi vida”.

La asociación no solo trabaja con los tejidos índigo, sino que también trabajan con otras confecciones e incluso bordan. Marie Gilles Faye, mientras empaqueta chales ya terminados, explica que la cooperativa está formada por 13 chicas. Todas ellas han cursado los cuatro años que ofrece el programa de formación integral de mujeres dirigido por la hermana Casado. En él han aprendido costura, informática y gestión de negocios, entre otras cosas. Ahora dirigen y administran la cooperativa, toman sus propias decisiones, reciben pedidos, los elaboran y cobran directamente en la cuenta bancaria que han abierto. “Nosotras trabajamos en cadena. Por ejemplo, unas hacen los bolsillos, otras cortan, otras cosen en la máquina, otras empaquetamos. Y así, con todo. Preparamos todo juntas. Igual con el teñido, que es un trabajo que no hacen dos personas, sino todas”, aclara Faye. Al final de mes reparten el dinero obtenido, que suele rondar una media de 50.000 francos (CFA), unos 76 euros por persona, dependiendo de los encargos recibidos.

Estas mujeres tienen que salir adelante con su propio trabajo. Eso no significa que tengan que hacerse ricas de dinero, pero sí en valores humanos y ser personas con toda su dignidad. No están mendigando nada

Regina Casado

La hermana Casado confiesa que se enoja y se pone furiosa, cuando la gente le dice que “los precios de la cooperativa son muy caros”. “¿Qué queréis, que estas chicas pasen el día muertas de calor, de fatiga y luego no puedan ni comer? Tienen que salir adelante con su propio trabajo. Eso no significa que tengan que hacerse ricas de dinero, pero sí en valores humanos y ser personas con toda su dignidad. No están mendigando nada”, sentencia.

Parece que este objetivo se está consiguiendo, según comentan las jóvenes mientras no detienen sus labores: una en las máquinas de coser, algunas en torno a una gran mesa rematando o bordando, las otras cortando o empaquetando los pedidos finalizados. Trabajan de lunes a viernes y son rigurosas con el horario y los plazos de los encargos. Por eso, si es necesario, algún sábado por la mañana acuden al local para poder entregar los pedidos a tiempo. “Del esfuerzo de todas depende nuestro éxito, así que ninguna puede relajarse”, afirma Faye, una de las trabajadoras.

Y el empeño es grande, no cabe duda, sobre todo cuando se trata de teñir telas de índigo. Pero ellas no tienen miedo. Han conseguido una nueva línea de negocio que les empieza a reportar beneficios. Esperan que en los próximos años más personas conozcan su trabajo y así recibir nuevos encargos. “Así las que se están formando ahora podrán unirse a nosotras”, desea Sadio, la secretaria de la cooperativa.

Es difícil acceder a Sam Sam III y más todavía encontrar la sede, por eso son pocos los compradores que llegan hasta ella. Aparte de los pedidos que reciben, necesitan otras vías para dar salida a los productos que elaboran. Por eso intentan encontrar nuevos clientes y tiendas en el país, o fuera de él, que ofrezcan sus creaciones.

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