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Del romancero al ‘slam’: la narración oral como nexo entre España y África y con mujeres como protagonistas

Cinco voces femeninas de ambas orillas cuentan historias en Dakar y ejercen de depositarias de una tradición ancestral que sigue viva del español al euskera o al wolof

Puy Barral y Samira Fall Instituto Cervantes de Dakar
Puy Barral y Samira Fall, en el Instituto Cervantes de Dakar.Marta Moreiras
José Naranjo

“Esta noche toca hablar de poesía”. El potente susurro de la slamer senegalesa Samira Fall se eleva desde el escenario y sirve de preámbulo al juego de música, versos y cuerpo que recita de la escritora y poetisa española Puy Barral, que de niña leía a escondidas a Antonio Machado. Las lenguas se enredan en la noche, castellano, euskera, wolof, gallego y francés, con la poesía como nexo. Días antes, Coumba Touré y Victoria Gullón sirvieron cuentos en bandeja y la experta Marina Sanfilippo jugó a las adivinanzas. La narración oral como nexo entre África y España de la mano del Instituto Cervantes de Dakar y con mujeres como protagonistas. Del romancero más picante al slam más atrevido, el ayer y el hoy cogidos de la mano.

La serpiente Maniambé era querida y admirada en Ghana. Pero un día decidió irse. “Quiero ver y vivir otras cosas”, pensó. Así arranca el cuento que propone Coumba Touré, tan antiguo y moderno a la vez. Primero llega a un país donde todos le temen y decide seguir su viaje; luego a otro donde le ofrecen un cuarto para dormir. Pero escucha a dos hombres que planean matarla y comérsela y huye despavorida. Finalmente, encuentra el país ideal donde se instala y funda una familia. “Tenía todo, pero le faltaba Ghana”, añade Touré, “así que decide regresar”. Sin embargo, tampoco en casa se sintió plena. “Todos los grandes viajeros están condenados a que siempre les falte algo”, remata con teatralidad la narradora senegalo-maliense.

Existe una idea muy extendida sobre la importancia de la tradición oral en África, que se suele presentar como una contraposición exótica a la ausencia o a la menor presencia de lo escrito. Para Touré es un cliché más, un estereotipo que no resiste el mínimo análisis. “Hay una concepción muy occidental que concibe la oralidad como algo del pasado, menos importante, menos seguro en términos de verdad. Pero esto es falso, la oralidad no pertenece al pasado, es una realidad muy presente. En segundo lugar, hay un racismo hacia África. Dicen que en nuestro pasado no hay escritura, cuando la realidad es que nació incluso antes que en Occidente y ahí tenemos el ejemplo de Egipto hace 4.000 años. La oralidad y la escritura siempre fueron complementarias”, considera.

África occidental es tierra de griots, los contadores de historias por antonomasia. Hombres, casi siempre. Pero esto no significa que la narración oral sea masculina. Ni mucho menos. “El espacio intelectual y, por tanto, escrito, ha sido siempre muy masculino, desde el principio. En la narración oral, igual que en otras artes, las mujeres han ocupado el espacio de la familia, de la comunidad. Los hombres son pagados, están en la representación pública, pero las mujeres cuentan gratis a sus hijos, a sus vecinos. No existen, están invisibilizadas. El mejor ejemplo es el arte culinario. Las personas reconocidas como grandes chefs son hombres, pero las mujeres son grandes artistas de la cocina en el ámbito privado. Y eso pasa tanto en África como en Europa”, añade Touré.

En la narración oral, igual que en otras artes, las mujeres han ocupado el espacio de la familia, de la comunidad. Los hombres son pagados, están en la representación pública, pero las mujeres cuentan gratis a sus hijos, a sus vecinos. No existen, están invisibilizadas.
Coumba Touré, narradora senegalesa

¿Y en España? A juicio de Marina Sanfilippo, profesora titular de Filología de la UNED, la narración oral vivió una especie de renacimiento tras la dictadura de Franco. “Nunca desapareció, la necesidad de narrar para comprender la realidad nunca va a morir”, asegura, “pero hubo ese rechazo del folclore como la antigualla, muy vinculado a operaciones culturales franquistas. Como que había que olvidarlo todo, tirarlo todo, todo tenía que ser moderno. Después, ha habido un momento de vuelta a ese puente oral que nos ha acompañado en los siglos, un dispositivo cognitivo muy fácil. Se redescubre la oralidad, apoyado en lo teatral con un movimiento que vino de América Latina. Al principio fue muy literario, estaban todos, Benedetti, Cortázar, García Márquez...”.

Romances reinventados

Ambas orillas, la africana y la europea, estuvieron en realidad muy conectadas a través de ese espacio común que es el Mediterráneo. Sanfilippo recuerda la historia popular de la madre de San Pedro, muy extendida en Italia, que aseguraba que era malvada y es condenada al infierno, pero queda en una especie de limbo y, como se enfada mucho, es la culpable de las tormentas. “En Argelia, sin embargo, es una chica que para escapar del incesto con su hermano sube a una palmera y queda atrapada entre el cielo y la tierra, en este lugar de no existencia. En ambos casos son mujeres que se salen de la norma, una que se rebela y otra que es mala, pese a ser madre de un santo. Los símbolos se repiten a través de diferentes historias”, comenta, “los cuentos iban viajando de unos lugares a otros”.

La narradora oral zamorana Victoria Gullón, que ha hecho un gran trabajo de divulgación del romancero español, se atreve con la historia de La torta envenenada. En esta versión, una princesa se niega a casarse y plantea un desafío al rey, su padre: aquel que traiga una adivinanza que ningún sabio pueda resolver será su marido. “Los romances se han ido reinventando a lo largo de la historia, se mantienen vivos, evolucionan con la sociedad y los tiempos. Los pastores y las mujeres, que eran depositarias de todo esto, inventaban las partes que olvidaban o cambiaban los finales”, asegura. En ciertas versiones la princesa se casaba porque la palabra del rey era sagrada; en otras, ella se niega y manda al afortunado a hacer la guerra al extranjero.

De los viejos romances al slam, del español al euskera o al wolof. Samira Fall y Puy Barral, rodeadas de los rostros dibujados de Mariama Ba, Fatou Diome o Leyre Bilbao, mujeres escritoras que les marcaron el camino, llenan todo el escenario con sus voces y su poesía. “Ambas pertenecemos a la gran familia de la narración oral, hablamos de temas que nos preocupan, reflexionamos sobre la sociedad, el amor, el medio ambiente o el peso de la tradición”, asegura Fall. “Debemos mucho a las generaciones anteriores”, tercia Barral, que construye versos como si se desgarrara por dentro. En la noche del Cervantes de Dakar, la iniciativa Cuando nadie se acuerde tiende puentes entre épocas y continentes. Con sonidos diferentes, pero todos acompasados.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).
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