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Dentro de una cárcel de Mozambique: “Hay mucha gente aquí, no sabemos quién tiene tuberculosis y quién no”

El país africano combate la enfermedad con inteligencia artificial y un enfoque comunitario en las prisiones hacinadas y en las minas, donde se disparan los contagios

Cárcel de Mozambique
Un grupo de reclusos dentro de una celda de aislamiento para pacientes con tuberculosis en la prisión de máxima seguridad de Maputo, este 6 de noviembre.DIEGO MENJIBAR

En 2013, Kenneth Fortune fue condenado a 17 años en la prisión provincial de Maputo (Mozambique) por tráfico de drogas. Espacios abarrotados y pobremente ventilados como el que habita, que cuenta con 800 camas para 3.200 reclusos, son idóneos para el contagio de la tuberculosis, una enfermedad bacteriana que se transmite por el aire de la misma forma que el coronavirus y que el año pasado causó 1,3 millones de muertos a nivel mundial. Hace apenas dos meses fue el turno de Fortune. “Hay mucha gente aquí, no sabemos quién tiene tuberculosis y quién no”, explica.

Cuando se contagió, Fortune perdió el apetito, las fiebres altas le provocaron sudores nocturnos y empezó a toser sangre. “Estaba muy mal y me trasladaron al Hospital Central de Maputo, donde estuve un mes ingresado. Volví hace tres semanas, ahora estoy recuperándome”, cuenta a este medio. Los reclusos enfermos deben permanecer en aislamiento durante los dos primeros meses de tratamiento hasta que dejan de ser infecciosos, explican trabajadores del Servicio Nacional Penitenciario de Mozambique (SERNAP).

El espacio donde Fortune está hoy confinado consiste en un rectángulo de cemento con paredes desconchadas y varios colchones en el suelo. En la habitación, escasamente ventilada, permanece junto a cuatro hombres también enfermos de tuberculosis, y es allí donde ha empezado a tomar su medicación bajo la supervisión de un enfermero. Este proceso se llama Terapia Observada Directamente (DOT, en inglés) y sirve para asegurar que el paciente finalice el tratamiento que, normalmente, es de seis meses.

Otro afectado es Francesco Moyano, que, cuando ingresó en prisión, nunca imaginó que lo que cambiaría su vida sería una enfermedad. Hace dos años le diagnosticaron tuberculosis en la prisión provincial de Maputo, donde fue tratado. “Fue muy doloroso saber que estaba enfermo”, cuenta su esposa, Inés Peniva. Desde que salió libre en diciembre de 2022, Moyano no ha sido capaz de reemprender su negocio porque no logra reunir el dinero suficiente. Es su mujer quien provee el sustento diario de la familia. “Tuve que adoptar el rol de ser padre y madre al mismo tiempo”, reconoce ella.

Mozambique enfrenta un grave problema de hacinamiento en sus prisiones, con el SERNAP operando a más del 45,3% sobre su capacidad oficial. Según un estudio publicado en The Lancet, la probabilidad de desarrollar tuberculosis en entornos penitenciarios es de seis a 30 veces mayor que en la población general. Benedita José, Jefa del Programa Nacional de Tuberculosis del país, admite que las cárceles representan su “desafío más grande”. “Mientras que la prevalencia de la tuberculosis en la población general es de 361 por cada 100.000 personas, entre la población penitenciaria es de 1.000 por cada 100.000″, detalla.

En el mundo, la carga de la tuberculosis en las poblaciones penitenciarias es aproximadamente 10 veces mayor que entre la población general, según la OMS.

Detección sistemática y concienciación

Según el último Informe Global sobre la Tuberculosis, elaborado anualmente por la OMS, Mozambique está aumentando su inversión en atención médica para lograr una cobertura sanitaria integral contra la tuberculosis. Esta inversión ha ido, entre otras cosas, a la compra de máquinas de rayos X portátiles equipadas con inteligencia artificial (IA) para hacer el cribado en prisiones. Es el resultado de los esfuerzos de STOP TB, una de las organizaciones más relevantes en la lucha contra la tuberculosis en el mundo, auspiciada por la Oficina de Servicios de Proyectos de las Naciones Unidas (UNOPS). Los datos de STOP TB sobre tuberculosis llevaron a la OMS a actualizar las pautas de detección de la enfermedad en 2021, cuando por primera vez recomendó la IA para el triaje de la tuberculosis en adultos.

La carga de la tuberculosis en las poblaciones penitenciarias en todo el mundo es aproximadamente 10 veces mayor que entre la población general

Tres centros penitenciarios de Maputo (la prisión de máxima seguridad, la provincial y la provisional) han empezado a usar estas máquinas de rayos X portátiles de forma sistemática para detectar tuberculosis en abril de este año. “Los resultados se obtienen en menos de cinco minutos y ha sido muy útil para detectar casos en estadios tempranos”, explica la doctora Cremilda Aldi, directora nacional del Servicio de Atención Médica del SERNAP. En los primeros cuatro meses, han examinado con este dispositivo a 5.000 reclusos, de los cuales 900 mostraron signos de tuberculosis y 60 fueron confirmados en pruebas de laboratorio. Actualmente hay 97 personas en tratamiento en las prisiones, puntualiza.

Para desarrollar esta estrategia de detección y tratamiento en prisiones, el SERNAP y la organización Health Through Walls crearon un equipo formado por médicos, enfermeras y activistas reclusos. El papel de estos últimos es crucial para concienciar a sus compañeros. Capacitados en áreas de prevención y promoción de la salud, van bloque por bloque y celda por celda explicando qué es la tuberculosis y cuáles son los síntomas. “Antes había mucha ignorancia y, como resultado, mucho peligro”, señala Victoria Shopa, que lleva 10 años en la prisión preventiva de Maputo. “Como activistas queremos mantener el ánimo de la gente alto, no verlos aislados en rincones cuando se enferman. Personalmente, hago esto porque quiero contribuir a mejorar la salud de mis compañeros”, comenta. Una de sus tareas más importantes es comunicar a los recién llegados la importancia de las pruebas de detección. “La información se acepta mejor cuando viene de un compañero que de un guardia”, dice.

Luego, por grupos y en el patio, los coordinadores recopilan los datos demográficos (estado nutricional, presión sanguínea, índice de masa corporal) en tabletas sincronizadas. Posteriormente, se realiza un examen de rayos X y, si hay signos de lesiones (que la IA detecta automáticamente), se manda al paciente a realizar una prueba de esputo que se examinará en laboratorio. Si se confirma, se aísla al enfermo y se inicia el tratamiento.

En 2022, 14.000 personas murieron en Mozambique debido a esta enfermedad infecciosa. A pesar de estar aún entre los 30 países con la mayor carga de tuberculosis en el mundo y de que 116.000 personas contrajeron la enfermedad en 2021 (un 3% más que en 2020), entre 2015 y 2022 Mozambique logró una reducción del 50% o más en las muertes, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es, de hecho, uno de los cinco países con mayor carga de tuberculosis que han alcanzado o superado la primera meta de la Estrategia Fin de la Tuberculosis de la OMS, es decir, la reducción del 35% en el número muertes y del 20% en la tasa de incidencia. En total, 34 millones de personas en todo el mundo están luchando contra esta enfermedad.

Acabar con el estigma

“La tuberculosis no es solo un problema médico, es económico y social. Es una barrera para el desarrollo. Por eso la estrategia para hacerle frente debe ser conjunta entre los gobiernos, la sociedad y los ministerios de salud”, explica Suvanad Sahu, director ejecutivo adjunto de STOP TB.

En Mozambique, varias organizaciones trabajan mano a mano con los colectivos vulnerables para combatir la enfermedad desde múltiples perspectivas. Una de ellas es AMIMO (Asociación de Mineros de Mozambique), cuya misión es salvaguardar los derechos sociales, laborales y sanitarios de los mineros migrantes de Mozambique. Su fundador es Moises Uamusse, un exminero que trabajó en las explotaciones de oro sudafricanas.

Uamusse trabajó codo con codo durante siete años con Eugenio Paulo Sumbane, un hombre de 71 años que ha sobrevivido a dos tuberculosis. Sigue padeciendo las secuelas de la enfermedad: “Me siento muy cansado, especialmente cuando voy caminando a la huerta”, reconoce. Sumbane sigue esperando los resultados médicos que demuestren si las dos tuberculosis que sufrió están relacionadas con la exposición al polvo de sílice en las minas. Maria Sitoe, la movilizadora comunitaria de AMIMO, acude semanalmente a su casa para ver cómo se encuentra y para sensibilizar a otras personas de la comunidad acerca de la enfermedad.

ARISO (Asociación para la Rehabilitación e Integración Social) hace lo propio con los expresos: se encarga del seguimiento de los exreclusos positivos después de ser liberados. Su objetivo es que se reinserten en la sociedad sin ser rechazados por haber estado enfermos o en la cárcel. “Antes era un problema que la gente pensara en la prisión como una incubadora de enfermedades. Trabajamos para sensibilizar a la comunidad y que eso no ocurra”, explica el director de esta organización, Octavio Macambo.

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