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En primera línea
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Libia enfrenta las secuelas de una catástrofe sin precedentes

El desplazamiento masivo provocado por la tormenta ‘Daniel’ es desgarrador. Miles de personas han buscado refugio en escuelas públicas, mientras otros huyen de las ciudades afectadas en busca de seguridad

Libia
Varias personas se reúnen frente a un edificio afectado por las inundaciones en Derna, al este de Libia, este 16 de septiembre.Mostafa Alatrib

Acabo de regresar de una desgarradora visita a las ciudades afectadas por la tormenta Daniel, que arrasó en un abrir y cerrar de ojos el este de Libia el 10 de septiembre. He visitado las zonas más devastadas: Al Bayda y Derna, el epicentro de la catástrofe. Cuando llegué a la zona de Derna, el aire estaba cargado de una mezcla de esperanza y desesperación. La conocida cariñosamente como “Ciudad del Jazmín” había sido arrasada por la fuerza implacable de la naturaleza. Hogar de más de 100.000 personas, casi un tercio de su infraestructura ha quedado diezmada. Y las estadísticas, aunque terribles, rara vez reflejan el componente humano. Son las historias desde el terreno las que realmente te estremecen.

Libia, una nación ya azotada por el conflicto, tiene ahora que hacer frente a las secuelas de una catástrofe de magnitud sin precedentes en su historia. Cuando visitamos las ciudades damnificadas y nos reunimos con las autoridades locales, se evidenciaron las enormes necesidades a las que se enfrentan los afectados para sobrevivir.

Nos hablaron de la necesidad urgente de agua potable, de la reapertura de centros de atención primaria y escuelas, y de servicios de salud mental y apoyo psicosocial para los supervivientes. También profundizamos en los angustiosos detalles de los desplazados internos, incluidos los niños y niñas que lo han perdido todo: a sus padres, a sus familiares, sus casas, sus escuelas y sus vecinos. Su bienestar psicológico está en juego. Además, muchos niños y niñas se están viendo afectados por la falta de servicios esenciales, como sanidad, escolarización y suministro de agua potable.

El desplazamiento masivo provocado por esta catástrofe es desgarrador. Miles de personas han buscado refugio en escuelas públicas, mientras que muchos se han aventurado a huir a otras ciudades libias en busca de seguridad. Las cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS) presentan un panorama desolador, con miles de muertos y desaparecidos. La comunidad migrante también se ha llevado la peor parte y ha sufrido pérdidas considerables. He sido testigo de los efectos devastadores de las inundaciones en los niños y las familias, muchas de las cuales están soportando una carga psicológica muy pesada.

También allí me reuní con Heba, una niña de 15 años alojada con su familia en uno de los refugios donde Unicef presta servicios psicosociales a los supervivientes mediante actividades recreativas y de asesoramiento, entre otras formas de apoyo. Estaba muy angustiada, llevaba días sin poder dormir y le costaba relacionarse y jugar. Me explicó cómo se despertó en mitad de la noche con el agua al cuello en su habitación, situada en el cuarto piso de un edificio, y cómo luchó junto a sus hermanos para llegar al tejado y ponerse a salvo. Solo se sentía agradecida por estar viva y deseaba volver pronto a la escuela.

Madres que encontraron refugio en escuelas me contaron historias sobre cómo habían tenido que elegir entre salvar a sus hijos o a las personas más mayores de su hogar. Escogieron a los más pequeños porque representaban la esperanza de un futuro. Un padre me contó cómo había subido a tres de sus hijos al tejado, desafiando a las aguas en la oscuridad.

Más allá de la evidente necesidad de infraestructuras, la reconstrucción emocional y psicológica es esencial. La historia de niñas como Heba, que han perdido todo —hogares, escuelas, vecinos— es un claro recordatorio del daño intangible que ha dejado este desastre.

Los niños y familias necesitan desesperadamente refugio, agua potable, medicinas y cuidados provisionales. Hasta el momento, Unicef ha distribuido 65 toneladas métricas de artículos de ayuda como medicamentos, kits de higiene para familias, ropa infantil de invierno, escuelas en una maleta y tabletas potabilizadoras de agua para evitar brotes de enfermedades transmitidas a través del agua. Esto sigue siendo una preocupación, ya que se han reportado casos de diarrea acuosa aguda entre los niños. Restablecer las cadenas de suministro de agua segura es una prioridad. Estamos trabajando de manera conjunta con organizaciones de salud para reforzar a los hospitales con medicamentos y material esenciales. Se está planeando iniciar campañas de vacunación, por ejemplo, frente a potenciales brotes de cólera.

Unicef también ha desplegado equipos móviles de protección y apoyo psicosocial para ayudar a los más pequeños y sus cuidadores a navegar a través de estas experiencias angustiosas. Nuestro equipo de protección ha sido especialmente activo, y ha llegado a cientos de niños y niñas con apoyo psicosocial y actividades de ocio.

Mientras las escuelas permanezcan cerradas, la cuestión de la educación pende de un hilo. El foco durante las próximas semanas estará en la colaboración con la Organización Internacional de Migraciones (OIM) y ACNUR para proporcionar soluciones educativas temporales, adoptando un enfoque de protección y coordinándonos con el Programa Mundial de Alimentos (PMA) para repartir raciones de comida. Los esfuerzos a medio plazo van hacia la rehabilitación de clínicas, hospitales y escuelas, reparar los sistemas de agua y saneamiento y prevenir enfermedades.

A pesar del horror, me alegro de haber tenido la oportunidad de ser testigo de la respuesta humanitaria del pueblo libio y de la comunidad internacional para rescatar y ayudar a la población afectada. Las arrasadas calles de Derna y Albayda se hacían eco de historias de destrucción masiva, pero la resiliencia humana aún prevalecía.

A cualquiera que lea esto, le digo que la gente de Derna y las zonas de alrededor necesitan su empatía, su apoyo y su voz. Juntos, vamos a reconstruir la Ciudad del Jazmín y a garantizar un futuro más brillante para sus niños. Cada ayuda, por pequeña que sea, puede marcar una gran diferencia.

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