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Las heridas abiertas de Cabo Delgado: casi un millón de desplazados por la insurgencia yihadista

La violencia en la provincia más septentrional de Mozambique ha dejado más de 6.000 muertos en cinco años. Los que logran huir viven en condiciones de miseria en campamentos improvisados dentro del país

Cabo Delgado
Maria Cheis y Ernestina Lucas, mujeres de la etnia makonde, huyeron por el conflicto de Muidumbe, un distrito en el norte de Cabo Delgado.José Ignacio Martínez Rodríguez

Rabia Guambe no recuerda cuándo nació exactamente. Dice que fue hace muchos años. Tampoco sabe el número de nietos que tiene; explica que dio a luz a cinco hijos y que le resulta imposible estar al corriente de cuántos niños ha traído al mundo cada uno. Hasta 2020, ella y los suyos habían vivido una vida humilde y en paz en una pequeña aldea de Macomia, un distrito situado al norte de Cabo Delgado, la provincia más septentrional de Mozambique. Un día todo cambió. De eso sí se acuerda bien: “Llegaron unos hombres y comenzaron a incendiar las casas. Era de noche. Mataron a algunos familiares míos. Algunos, como mi hermana y yo, salimos corriendo, sin coger ropa, sin dinero, sin nada”.

Guambe vivió aquel año la furia del movimiento insurgente que opera en Cabo Delgado desde 2017, año en el que este grupo terrorista, vinculado al movimiento yihadista Al Shabab, asaltó por vez primera un puesto de policía. Desde entonces, las arremetidas se han reproducido con cierta asiduidad en diferentes zonas de Cabo Delgado, extendiéndose a las regiones colindantes de Nampula y Niassa e incluso a la nación vecina de Tanzania. El ataque más sonado se produjo en marzo de 2021, cuando los rebeldes consiguieron controlar la ciudad de Palma, situada en la misma provincia y de unos 25.000 habitantes, durante varios días. En el último lustro, según cifras de la ONU de diciembre de 2022, el conflicto ha dejado unos 6.000 muertos y 900.000 desplazados internos que se agolpan en medio centenar de campos informales. Como el que habita Guambe, en la costera ciudad de Pemba, junto a un millar de personas en condiciones de insalubridad y miseria.

Si bien el goteo de desplazados ha sido una constante desde el inicio del conflicto, la forma de organizarse y de combatir en ambos bandos ha variado con el transcurso de los meses. El ejército mozambiqueño, que pronto se vio desbordado, recibe ahora el apoyo de tropas enviadas por Ruanda y por la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC, por sus siglas en inglés). Esto ha provocado que los insurgentes hayan pasado de coordinarse para controlar ciudades enteras a aplicar una táctica más propia de una guerra de guerrillas. Pérez Marty, director en Mozambique de Ayuda en Acción, explica: “Las fuerzas gubernamentales e internacionales han conseguido desarticular las bases importantes y los grandes grupos. Ahora existen muchas unidades pequeñas que se centran en ataques a comunidades locales, a nudos de comunicación o a zonas próximas a las carreteras”.

Una abundancia que no llega a la gente de a pie

Guambe tardó 10 días en llegar al campamento de desplazados. “No tenemos nada, ni siquiera alimentos. Sólo comemos cuando nos traen comida, y no siempre lo hacen”, prosigue. Su situación es la de necesitada entre los necesitados. Mozambique es una de las naciones más pobres del mundo; ocupa el puesto 185 en el Índice de Desarrollo Humano. Sólo seis Estados en el planeta con problemas similares de conflictos armados y miseria empeoran sus cifras en esta lista. Quienes habitan provincias como Cabo Delgado, las más norteñas del país y eminentemente agrícolas, sufren esta estadística con especial virulencia. Guambe vive con su hermana, tres hijos y cuatro nietos. “No podemos pagar ropa ni uniformes o cuadernos para el colegio de los niños, pero tampoco es posible regresar a nuestro hogar. Hasta que acabe la guerra, tenemos que quedarnos aquí”, lamenta.

Cabo Delgado es una de las zonas más ricas en recursos naturales del sur de África. Sus tierras tienen gas, petróleo, mármol, grafito, rubíes, oro, madera de gran calidad. Pero esta supuesta abundancia, explotada normalmente por empresas occidentales y orientales, no llega a la gente de a pie, enquistada en el hambre y la malnutrición. El informe Emergencia en Cabo Delgado. Mozambique: conflicto armado y desplazamiento forzado como motores de la inseguridad alimentaria, presentado en noviembre de 2021 por la ONG Ayuda en Acción y el Instituto de Estudios Sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH), indica que en esta región, junto a las vecinas de Niassa y Nampula, había más de 900.000 personas en una situación crítica. De ellas, 227.000 necesitaban ayuda inminente para sobrevivir. Pérez Marty, de Ayuda en Acción, reconoce que la situación no va a mejor. Ni se ha estabilizado ni ha habido una recuperación de la economía local.

Mozambique es una de las naciones más pobres del mundo; ocupa el puesto 185 en el Índice de Desarrollo Humano

Agustinho Paulo, de unos 60 años, es de Mocímboa da Praia, una ciudad portuaria situada al norte de Cabo Delgado, cerca de la frontera con Tanzania. Una urbe en el punto de mira de los insurgentes, que llegaron a controlarla durante algunos días en 2021 y han perpetrado ataques esporádicos desde entonces. “Teníamos dos casas, pero llegaron los rebeldes y lo quemaron todo. Sólo nos quedamos con la ropa que llevábamos puesta”, recuerda Paulo sentado a las puertas de una casa de adobe, paja y bambú que ha levantado en Mpiri, un campo de desplazados al sur de esta provincia. Vive allí junto a su mujer Ines, que es ciega; dos hijas y tres nietos. Su esposa añade: “Mataron a mi primo y raptaron a dos nietas. Desde junio de 2020 no sé siquiera si están vivas o muertas”.

En este campo de desplazados viven unas 1.200 personas. Muchas cuentan historias parecidas: huyeron por la inseguridad, por los ataques, por el miedo. Y, aunque ya no temen a los insurgentes yihadistas, sí lo hacen a la falta extrema de recursos, al hambre. Habla Vitorino Amarco, un hombre de 40 años erigido jefe de las familias forzadas a vivir en Mpiri: “No reparten comida desde diciembre y encima este año ha llovido mucho; la poca tierra que tenemos para cultivar no dará maíz suficiente. Tampoco disponemos de agua o pozos. El Gobierno dice que todo está controlado, que la guerra ha acabado, y no es verdad. Si lo fuera, ¿por qué no podemos regresar?”. Felina Agustinha, una vecina de 38 años, se expresa en términos parecidos: “Llegamos después de muchos días andando para no tener absolutamente nada. Hemos pasado de poder comer todos los días a no saber si vamos a hacerlo”.

Víctimas en femenino

El informe Guerra, desplazamientos forzados y respuestas a la crisis en Cabo Delgado, de Ayuda en Acción, Gernika Gogoratuz y el Centro de Estudios y Acción por la Paz (CEAP), del mes de marzo, hace hincapié en la necesidad de una mirada feminista. “Las mujeres, particularmente las mayores, son centrales en los espacios familiares y comunitarios. En los campos de reasentamiento son ellas las que realizan la gran mayoría de tareas”, reza. En Cabo Delgado, el 28% de la población forzada a huir de su hogar son mujeres, y alrededor del 52% son menores de edad, cuyo cuidado suele depender de madres, tías, abuelas o hermanas.

Maria Cheis y su consuegra Ernestina Lucas, ambas ancianas de la etnia makonde, huyeron cuando el conflicto comenzaba de Muidumbe, un distrito en el norte de Cabo Delgado que todavía sufre embates periódicos (un ejemplo: en enero de este año, los extremistas islámicos decapitaron a 10 personas y saquearon y devastaron diferentes poblaciones, según medios locales). Las dos mujeres andan apoyadas en un bastón, deteniéndose cada pocos metros. Llegaron a otro distrito de la provincia, Balama, junto a unos familiares, y allí se alojan en una humilde casa de un pariente que les cobra un alquiler asequible. “La mayoría de mi gente ya está muerta”, dice la primera. Isabelle Grufina, su sobrina nieta de 19 años, que escapó con ellas, agrega: “Somos campesinos, pero los rebeldes quemaron todo nuestro campo de cultivo. Ahora plantamos maíz en un terreno cercano. Somos 5 adultos y 8 niños. Dos de ellos son huérfanos a causa de la guerra. Tenemos que trabajar todos, y algunos días no nos llega ni así”.

Desteria Mauricio, que ronda la cincuentena, habla también de huida, de miedo y de miseria. Cuenta que llegó a Balama procedente de Muidumbe en 2020 y que, sola a cargo de sus dos hijos, pudo acogerse al programa de microcréditos de unas misioneras combonianas. “Con el dinero pude comenzar un negocio de pasteles. Al menos consigo algunos ingresos para las necesidades de mis niños”, celebra. La misionera María del Amor añade: “Cuentan historias de asesinatos, de secuestros, de violaciones. Algunas, muy mayores, fallecen en el camino. Es terrible”.

Del choque frontal a la guerrilla

Aunque con una frecuencia menor, la guerra de guerrillas ha cruzado ya la frontera de Cabo Delgado y se ha extendido a las provincias colindantes. Ángeles López, misionera comboniana en Mozambique, cuenta: “Escuché un disparo y pensé: ya están aquí. Mi reacción fue ir a avisar a la hermana Maria; todavía no sabía que ya la habían matado”. Se refiere a su compañera Maria de Coppi, que murió en la provincia de Nampula, colindante a Cabo Delgado, en septiembre del año pasado. Así lo recuerda: “Ya nos habíamos ido a la cama, pero vino a que le leyera un mensaje de su sobrina. Lo hice y nos despedimos. Sonaron los disparos y, cuando abrí la puerta, vi que estaba muerta”.

A López, que lleva más de 50 años en Mozambique, la tuvieron retenida alrededor de una hora. Su experiencia como enfermera durante la guerra civil mozambiqueña, que finalizó en 1992 tras algo más de 15 años de sangrienta lucha, la llevaba a pensar cosas como esta: “Le pedía a Dios que me pegaran un tiro y no me mataran con la catana. Tenía la imagen en la cabeza de suturar esas heridas, de día y de noche, y no quería acabar así. Pero no me hicieron nada. Me dijeron que no les gustaba mi religión y me soltaron”. Le dio tiempo a correr a esconderse al bosque junto a otra compañera y 16 niñas, beneficiarias de los programas educativos de las misioneras. Agazapadas allí, ya de madrugada, vieron cómo lo que una vez fue su hogar quedaba reducido a cenizas.

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