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Morir de tuberculosis ya no es romántico

Esta enfermedad, que mata a más de un millón de personas cada año, se asoció a la belleza y la expresión artística durante el siglo XIX y se vinculó luego a la marginalidad. Ahora, su control es un gran reto

Mariela, especialista en enfermedades infecciosas, examina la radiografía de Jorge, un paciente de 24 años en tratamiento contra la tuberculosis, en Buenos Aires, Argentina.
Mariela, especialista en enfermedades infecciosas, examina la radiografía de Jorge, un paciente de 24 años en tratamiento contra la tuberculosis, en Buenos Aires, Argentina.

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La primera mitad del siglo XIX es considerada la época dorada del romanticismo, un movimiento cultural y filosófico que anteponía el corazón a la razón. Y es precisamente en esta época cuando una de las enfermedades infecciosas más devastadoras de la humanidad, la tuberculosis, alcanzó también su máximo apogeo.

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Resulta curiosa la relación que se estableció entre la enfermedad y la belleza. La estética de los tuberculosos, con su piel fina y pálida, su rubor en las mejillas y la intensidad de sus labios, debido a la fiebre, estuvo estrechamente enlazada con el canon de belleza que se impuso en la época. Además, la enajenación y los delirios provocados por la enfermedad en sus estadios finales se asociaron con la máxima expresión de la creatividad artística. Por eso, en este tiempo, la enfermedad fue sinónimo de romanticismo, y no había aspiración mayor para un escritor, pintor o compositor romántico que fallecer de tuberculosis.

Pero la revolución industrial, que también tuvo lugar en ese mismo momento histórico, llevó asociada el hacinamiento de la clase obrera en viviendas que presentaban humedades y escasa ventilación, favoreciendo la propagación de gérmenes. Así que para finales del siglo XIX, la tuberculosis pasó de estar relacionada con el romanticismo a vincularse a la marginalidad. Y es en este contexto en el que entra en juego el médico alemán Robert Koch, que por primera vez, en el año 1882, gracias a la utilización de un novedoso método de tinción, demuestra que el causante de la enfermedad es un agente microbiano llamado Mycobacterium tuberculosis (o bacilo de Koch, en honor del científico).

Hoy en día sabemos que la tuberculosis es producida no solo por la bacteria M. tuberculosis, sino también por otras bacterias del mismo género como M. bovis o M. africanum. También sabemos que éstas tienen forma alargada de entre 1 y 10 micras de longitud y que su crecimiento es lento en el laboratorio –tardan hasta tres semanas en aparecer colonias visibles en placas cultivadas a 37 grados–. Y sabemos que tiene afectación, sobre todo, de tipo pulmonar, y que cada año mata a más de un millón de personas en todo el mundo.

Para su diagnóstico siguen siendo fundamentales las técnicas de tinción, ya que posibilitan su visualización al microscopio óptico. Las dos tinciones más utilizadas son las llamadas tinción de Ziehl-Neelsen, la clásica, y la tinción con fluorocromos, mucho más actual. También son importantes para un correcto diagnóstico y seguimiento de la enfermedad los cultivos microbiológicos y la utilización de técnicas bioquímicas.

En el año 2006, fueron definidas unas repeticiones en tándem de unidades intercaladas de microbacterias (MIRUs, por su traducción al inglés) que posibilitaban, no solo un correcto diagnóstico de la enfermedad, sino, también, la identificación genética (genotipado) del organismo que la causa. Esto, desde el punto de vista sanitario, supuso una auténtica revolución en el ámbito de la tuberculosis, ya que mediante amplificación por PCR de múltiples fragmentos de ADN se puede, por ejemplo, establecer posibles vínculos epidemiológicos entre pacientes con tuberculosis.

La genómica de la tuberculosis

Pero la biología molecular crece a pasos gigantescos, y apenas una década después de establecerse la técnica de mirutipado (utilización de los MIRUs para genotipar) como la mejor opción para conocer genéticamente a los organismos causantes de la tuberculosis, se ha visto que existe otra opción que resulta mucho más fiable para conocer la dinámica de transmisión de la enfermedad. Se trata de la utilización de la secuencia del genoma completo de la bacteria, que ha aumentado de una manera asombrosa la especificidad en la definición de los grupos de transmisión. Así, se puede considerar que ha nacido la epidemiología genómica de la tuberculosis.

La enajenación y los delirios provocados por la enfermedad en sus estadios finales se asociaban con la máxima expresión de la creatividad artística

Las nuevas metodologías de análisis basadas en la lectura de la secuencia completa de genomas (WGS, Whole Genome Sequencing, en inglés) han resultado ser una herramienta fundamental en la vigilancia transfronteriza y el control de la tuberculosis, siendo capaz de discriminar incluso entre casos importados y transmisiones recientes. Sin embargo, esta no es aún una técnica tan barata y asequible como pueden serlo otras menos precisas y específicas. Así que habrá que seguir trabajando para desarrollar opciones que faciliten su aplicación.

Hace tiempo que la tuberculosis dejó de ser una enfermedad asociada a la belleza y la creatividad. Ya no es romántico morir de tuberculosis. En pleno siglo XXI, esta es una de las diez causas principales de muerte en el mundo, y la Organización Mundial de la Salud se ha puesto como objetivo fundamental reducir el número de muertes en un 95% y la tasa de incidencia en un 90% antes de 2035. El espacio que antaño ocuparon la magia o el fetichismo, ahora lo ocupa la ciencia. Estamos de enhorabuena.

José Antonio Garrido Cárdenas es profesor del Departamento de Biología y Geología de la Universidad de Almería.

Este artículo fue originalmente publicado en The Conversation.

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