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El error socialista

El Gobierno no debe dejarse arrastrar al lodo de las trifulcas con la derecha ultra

Xavier Vidal-Folch
El portavoz del Partido Popular en el Congreso, Miguel Tellado.
El portavoz del Partido Popular en el Congreso, Miguel Tellado.FERNANDO ALVARADO (EFE)

¿Aciertan los socialistas enzarzándose en trifulcas inútiles con esta derecha ultra? ¿Hace bien el Gobierno replicando, airado, cada frase intempestiva de los frustrados que no saben perder? ¿Sintoniza con sus seguidores metiéndose en el mismo lodazal, aunque sin insultos, que sus inquilinos naturales?

No.

¿Por qué no? No repliquen con la consabida excusa de que quien calla otorga.

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No deben involucrarse en la zafiedad al modo burdo y bronco, a riesgo de convertir en irrespirable el clima público. De contribuir a degradar el desprestigio de las instituciones, generado por el rival opositor. De ahuyentar al ciudadano común de la política, como si fuese tóxica. De parangonar al ofendido e insultado —a la víctima, ellos— con los verdugos. De empujar a los dubitativos a abrazar la falsa equidistancia del “todos son igual de despreciables”. Que por ello mismo viene a constituir coartada para la escalada de los transgresores del orden constitucional.

Se comprende que irrite al más sobrio ese terrorismo verbal empleado por Miguel Tellado, esa ofensiva frutería de Isabel Ayuso, esas amenazas matonas de su escudero MAR. Y que esas actuaciones las avale el cinismo de raigambre contrabandista que despliega Alberto Núñez Feijóo. Claro que suscita guiños la tabernaria respuesta del ministro Óscar Puente, menos es nada. Pero no por ello es certera.

Es a causa de su responsabilidad que el Gobierno no debe dejarse arrastrar al lodo. Es más responsable, ya que gobierna legítimamente, por mandato de una mayoría. Y además, dispone de alternativas al encontronazo sistemático que tanto desazona a tantos ciudadanos.

Una es circunscribir las respuestas contundentes a unas pocas. Basta con decir una vez que la oposición paraliza las instituciones. Encarguen a uno la denuncia taxativa.

Y prodiguen en cambio la ironía, el sarcasmo, acaso una instantánea mordacidad: “¿cómo dice, mi mujer asesina?, qué gracioso, seguro que usted debe ser experto en eso, mil gracias por su acreditada experiencia”. Echamos en falta el estilo de sir Winston Churchill. Cuando lady Astor le endilgó (hay otras candidatas para el episodio) que si ella fuese su esposa, le habría depositado veneno en su taza de té, el más genial de los gordos le respondió: “y si yo fuese su marido, con placer la bebería”.

Eso: brío, brillo, fulgor.

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