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TRIBUNA
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Una derrota de Putin en Ucrania dará más oportunidades a la otra Rusia

El funeral de Navalni y las pseudoelecciones de este fin de semana nos muestran dos países. Apoyemos al mejor

Una silueta de Putin, parte de la campaña de las elecciones rusas, ante una tienda en Moscú.
Una silueta de Putin, parte de la campaña de las elecciones rusas, ante una tienda en Moscú.YURI KOCHETKOV (EFE)
Timothy Garton Ash

El próximo lunes, Vladímir Putin habrá sido “reelegido” presidente de Rusia. En realidad, los votantes rusos no tienen ninguna posibilidad genuina de elegir, puesto que Putin ha matado a su rival más temible, Alexéi Navalni, y ha ordenado la inhabilitación de cualquier otro candidato que pudiera tener la más mínima posibilidad de ser un auténtico competidor. Este procedimiento plebiscitario de legitimación —ya muy conocido por otras dictaduras históricas— también se llevará a cabo en algunas partes del este de Ucrania, que las fuentes oficiales rusas denominan los Nuevos Territorios. Es previsible que haya grandes porcentajes tanto de participación como de votos a favor de Putin, que serán tan poco rigurosos como sus ensayos históricos sobre las relaciones ruso-ucranias.

Animado por ciertas señales de debilidad occidental, como la negativa del canciller alemán, Olaf Scholz, a enviar misiles Taurus a Ucrania y la recomendación del papa Francisco de que Ucrania ice la bandera blanca, el brutal dictador ruso seguirá intentando conquistar más territorio ucranio. No solo es que Putin esté convencido de que Ucrania pertenece históricamente a una Rusia cuyo destino manifiesto es ser una gran potencia imperial, sino que, a diferencia de los gobiernos occidentales, su régimen se ha comprometido política y económicamente a seguir adelante con esta guerra, dedica nada menos que un 40% del presupuesto a gastos militares, de inteligencia, desinformación y seguridad interna, y ha impuesto una economía de guerra de la que no es fácil volver a los criterios de tiempos de paz.

Sin embargo, estas últimas semanas nos han demostrado que sigue existiendo otra Rusia, igual que hubo otra Alemania incluso en pleno apogeo del poder de Adolf Hitler en el Tercer Reich. Decenas de miles de rusos de toda clase y condición se arriesgaron a sufrir represalias por rendir homenaje a Navalni y crearon esa imagen inolvidable de su tumba cubierta por una inmensa montaña de flores. En el funeral corearon “¡Navalni! ¡Navalni!”, “¡Parad la guerra!” y “¡Los ucranios son buena gente!”.

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Otros valientes defensores de una Rusia mejor, como Vladímir Kara-Murza y Oleg Orlov, están en la cárcel, y no tenemos más remedio que temer por su vida. Fuera del país, Yulia Navalnaya continúa la lucha de su marido con una valentía y una dignidad extraordinarias y deja claro también que condena la guerra de Putin en Ucrania. Para dar ejemplo de esa política “innovadora” que propugnó recientemente ante el Parlamento Europeo, ha pedido a los partidarios de Navalni que este domingo a mediodía acudan a los colegios electorales para crear una imagen visible de la otra Rusia sin poner en peligro directamente a ningún ciudadano. Algunos han dicho que escribirán el nombre de Navalni en la papeleta. Mientras tanto, muchos cientos de miles de rusos que aborrecen el régimen de Putin y desean ardientemente que Rusia se incorpore a Europa y Occidente se han reasentado en el extranjero.

Es imposible saber cuánto apoyo tiene verdaderamente esta otra Rusia dentro del país. Se calcula que se ha detenido a 20.000 manifestantes desde el comienzo de la invasión de Ucrania, hace poco más de dos años. El aumento de la represión provoca más miedo, incluido el temor a responder con sinceridad a encuestadores, periodistas o diplomáticos. A esto se añade lo difícil que es psicológicamente para una persona reconocer que su país, que se considera víctima histórica de invasores desde Napoleón hasta Hitler, está cometiendo una agresión criminal contra su vecino más cercano. Y, como pueden atestiguar muchas otras naciones, la pérdida de un imperio siempre es difícil de aceptar.

La impresión que me transmite un veterano observador que sigue viviendo en Rusia es que un 20% de la población apoya rotundamente a Putin, un 20% se opone rotundamente a él y un 60% acepta la situación con pasividad, sin entusiasmo, pero sin creer que el cambio pueda venir desde abajo. Ahora bien, esta no puede ser más que una suposición. Solo podemos estar seguros de una cosa: si la otra Rusia acaba triunfando, el número de los que la apoyaron todo el tiempo se multiplicará como las reliquias de la cruz de Jesús, igual que se multiplicaron a posteriori los miembros de la resistencia en Francia y Alemania después de 1945.

Pase lo que pase este fin de semana, sería claramente ingenuo esperar un cambio de régimen o incluso un cambio político importante inmediato en el Kremlin. Los consultores sobre “riesgos políticos” pueden ganar cuantiosos honorarios por hacer predicciones sobre la política nacional rusa, pero, en realidad, lo único que se puede decir con certeza sobre el futuro de Rusia es que nadie sabe cuándo ni cómo se producirá el cambio político, ni si ese cambio será para peor o para mejor o, lo más probable, primero una cosa y luego la otra.

En estas circunstancias, ¿cómo elaborar una política respecto a Rusia? Un inteligente observador de los asuntos rusos ha comentado que, hasta 2022, Occidente tenía una política para Rusia, pero no para Ucrania; y ahora tiene una política para Ucrania, pero no para Rusia. Yo diría que nuestra política ucrania es nuestra política rusa y que es la única eficaz en estos momentos. Entre otras cosas, porque la política de Putin respecto a Ucrania es su política para Rusia.

El expresidente ruso y principal altavoz de Putin, Dmitri Medvédev, se colocó hace poco delante de un mapa gigante en el que aparecía incluida dentro de Rusia toda Ucrania excepto una pequeña parte alrededor de Kiev y declaró: “Ucrania es decididamente Rusia”. Obsérvese la fórmula colonial por excelencia: Ucrania no “pertenece” a Rusia, sino que es Rusia. Es lo mismo que Irlanda es Gran Bretaña (1916), Polonia es Alemania (1939), Argelia es Francia (1954). Una Rusia que incorpore a Ucrania sigue siendo un imperio. Una Rusia sin Ucrania debe emprender el largo y doloroso camino recorrido por otras antiguas potencias coloniales, la transición desde el imperio hasta algo parecido a un Estado nación más “normal”.

Ese proceso suele durar décadas e ir acompañado de inestabilidad y conflictos. No obstante, a corto plazo, una victoria de Ucrania —que, a pesar de los recientes cantos de sirena en sentido contrario, requiere forzosamente que recupere la mayor parte de su territorio en los próximos años— supondría una gran derrota para Putin y tendría más probabilidades de acelerar un cambio político en Rusia que cualquier otra situación.

En un futuro inmediato, la consecuencia será un mayor riesgo de que Putin tenga una reacción aún más fuerte y deje más inestabilidad a su paso. Por eso, en cualquier política realista en relación con Rusia deben permanecer abiertas todas las líneas posibles de información sobre el país y comunicación con él, planes detallados para cualquier contingencia, para lo peor y lo mejor, y mensajes claros al Kremlin sobre el coste que tendría una mayor escalada por su parte. Asimismo, Occidente debe hacer más esfuerzos para ayudar a la otra Rusia en todo lo posible, lo que, de momento, significa actuar sobre todo fuera de Rusia y a través de canales virtuales.

Estamos en el comienzo de un nuevo periodo de la historia europea y las consecuencias de lo que hagamos este año se sentirán durante décadas. Ayudar a que Ucrania gane esta guerra es la forma no solo de garantizar un futuro democrático y pacífico para la propia Ucrania, sino también de aumentar las posibilidades de que, a largo plazo, haya una Rusia mejor.


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