El nacionalismo catalán se la juega
Las elecciones anticipadas del 12 de mayo examinarán la fortaleza del espacio independentista, más dividido aún que hace tres años
Cataluña ha perdido la oportunidad, quizás la última, de contar con unas cuentas públicas expansivas y sociales en un momento de agudos déficits en educación, suministro de agua y energía, vivienda y sanidad. El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, encontró este miércoles en la derrota parlamentaria de sus Presupuestos una excusa para adelantar las elecciones al 12 de mayo, incapaz de mantener viva la legislatura y estimulado por la ventaja que puede extraer ERC de las dificultades de sus competidores de Junts en la disputa por la hegemonía del espacio independentista. Ha podido más el tacticismo que dirige la política catalana desde hace más de una década que las necesidades de estabilidad, aun a riesgo de incrementarla también en toda España. No es extraño que Pedro Sánchez reaccionara inmediatamente renunciando a la aprobación de los Presupuestos de 2024, puesto que con la convocatoria precipitada de las elecciones catalanas ya serán cuatro las fuerzas parlamentarias (PNV y Bildu, ERC y Junts), de las ocho que necesitaba, las que se hallarán en campaña y en feroz competencia en los próximos dos meses, dado que Euskadi acude a las urnas el 21 de abril.
No hay que olvidar que quien encendió la mecha de la disolución del Parlament ha sido En Comú Podem, fuerza que participa en el Gobierno de coalición de España. Y lo ha hecho con una excusa de cariz electoralista: la exigencia de retirar el proyecto de un casino en Tarragona que ni siquiera contaba con partida o reflejo presupuestarios. Ha podido, así, exhibir el peso de sus ocho escaños, imprescindibles para la aprobación de las cuentas. También ha pesado en el órdago de En Comú su afán inconfeso de vincular el apoyo en los parlamentos de Barcelona y de Madrid a su regreso al gobierno municipal de la capital catalana, tal como propugna la exalcaldesa Ada Colau.
Con el abrupto final del Ejecutivo en minoría de Esquerra, el independentismo desciende otro peldaño en su lenta decadencia, dominada por las divisiones y la febril competencia por el liderazgo secesionista. El soberanismo ha exhibido estos tres años sus dificultades para gobernar —primero ERC con Junts y luego Esquerra en solitario— y para sustraerse a la inercia retórica surgida del procés. La mayoría independentista que dio la presidencia a Aragonès hace tres años está completamente dividida. Junts no tiene candidato, y el calendario de la ley de amnistía —que se vota este jueves en el Congreso— no ofrece mucho margen para que pueda ser Puigdemont tal como desea su partido, que ya lo señala como aspirante. Esquerra, por su parte, se halla atada al actual president, a pesar de la debilidad de su imagen, en tanto no se apruebe la medida de gracia que levante la inhabilitación de Oriol Junqueras. La CUP, siempre imprevisible, está en plena refundación. Todo parece favorecer a Salvador Illa, el líder del PSC, que este miércoles celebró el adelanto electoral. Ya fue el candidato más votado en 2021, pero no obtuvo la mayoría necesaria para gobernar. La incógnita es si sufrirá algún contagio del desgaste que este mismo miércoles reflejaba el CIS para los socialistas en el conjunto de España. Otra incógnita es también cómo se recomponga el espacio de la derecha entre el PP, Ciudadanos y Vox.
El nacionalismo en su conjunto se juega su inmediato futuro el 12 de mayo. La convocatoria anticipada puede ser, además, una oportunidad de cerrar un estéril capítulo de la historia de Cataluña en el que durante 12 años el independentismo ha conseguido sucesivas mayorías parlamentarias y pocos resultados. No ya en sus descabellados propósitos secesionistas, sino a la hora de gobernar una sociedad que reclama menos aventuras identitarias y más soluciones a sus problemas cotidianos.
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