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Elecciones en Estados Unidos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Esta vez el experimento Donald Trump no va a salir bien

La reelección del magnate y la victoria republicana en el Senado abren la puerta a una transformación de EE UU que marcará a varias generaciones

Sofia Ciotti, Sarah Pechar, y Brittany Tvrdy
Ambiente en la fiesta de la noche electoral del Partido Demócrata en Omaha, Nebraska, el 5 de noviembre.Scott Morgan (REUTERS)
Pablo Ximénez de Sandoval

La noche en que Donald Trump ganó las elecciones, las otras, las del 8 de noviembre de 2016, las caras en la fiesta de los demócratas de Phoenix (Arizona) se parecían mucho a las de este martes. Como hoy, medio país tenía la ilusión de elegir a la primera mujer presidenta y simplemente no podía comprender cómo el otro medio podía votar por un bufón racista. Recuerden: entonces era directamente inconcebible. Aquella noche en aquel hotel de Phoenix estuve pegando la hebra con tres señoras y comentando los resultados según aparecían en la pantalla. Después de que Trump ganara Florida y Pensilvania, finalmente nos preguntamos, ¿y si gana? Una de ellas contestó: “We are Americans. We’ll be alright”. Somos americanos, no va a pasar nada. Era un mensaje de confianza en la democracia, pero léase con un gesto de terror en la cara y con una voz quebrada. Me la puedo imaginar con la misma cara en la noche en que Trump ha ganado por segunda vez, pero no respondiendo lo mismo.

Me acordé de esas palabras en los años siguientes cada vez que Trump chocó con el Congreso, con sus propios colaboradores, con los medios, con los tribunales y con las instituciones internacionales. Esto es Estados Unidos, todo saldrá bien. Y es verdad, al final, la democracia y el orden internacional sobrevivieron más o menos intactos en su cascarón exterior y, por verle el lado bueno a aquella presidencia, la clase política de Estados Unidos y del mundo aprendió una lección sobre el peligro del populismo que no olvidaría. La gran mayoría de los estadounidenses tiene una robusta confianza en el poder de la Constitución y los años de Trump en la Casa Blanca demostraron que está justificada. Esta vez no podemos decir lo mismo. Esta vez no hay lado bueno de las cosas.

No es solamente por verse reivindicado después de echar un pulso a las instituciones desconocido enla historia de Estados Unidos. Es que todos esos contrapesos ya no están ahí. Empezando por el Partido Republicano, que ha fracasado en su intento por descabalgarlo de la carrera presidencial por tercera vez y ha quedado convertido en una secta que sigue de forma ciega a un líder mesiánico. No se puede esperar que vuelva a nombrar profesionales que le expliquen cosas básicas de cómo funciona el Gobierno o el mundo. Él ya sabe. La arrogancia y la arbitrariedad de sus decisiones se verán multiplicadas.

El proceso electoral mismo está en peligro. Es necesario recordar que ante el intento de autogolpe de Estado, fueron republicanos de libro los que frenaron a Trump. Principalmente, el vicepresidente Mike Pence y las autoridades electorales de Georgia. Con esta victoria, han desaparecido todos los incentivos para que los cargos políticos se resistan a los caprichos de Trump. Lo que conocemos como el funcionamiento normal de las administraciones y los procesos burocráticos de acuerdo a las leyes queda en manos de funcionarios anónimos, sin más poder que sus propias convicciones y, quizá, una estructura judicial que se ha demostrado incapaz de frenar los abusos de Trump.

Especialmente grave es que los demócratas hayan perdido la mayoría en el Senado, que es el verdadero centro de poder de Washington y está diseñado para servir de contrapeso a la Casa Blanca. Si bien no tendrá la mayoría cualificada para aprobar leyes, con el Senado a su favor no hay posible oposición crítica a cualquier medida del presidente, especialmente los nombramientos. Y esta es la clave de por qué esta presidencia tendrá consecuencias durante generaciones.

Los dos magistrados de mayor edad del Tribunal Supremo son también los más conservadores: Clarence Thomas (76 años) y Samuel Alito (74). Con Trump como presidente, tienen todos los alicientes para retirarse y que Trump pueda nombrar a otros dos, iguales que ellos pero con 20 o 30 años menos. Esa supermayoría ultraconservadora está desarmando con sus decisiones parte de la estructura institucional de EE UU (ha dictado que el presidente es inmune en sus actos públicos y ha recortado significativamente la autoridad de las agencias federales como la de medio ambiente). Y, sobre todo, está revirtiendo con furia ideológica derechos civiles que parecían inamovibles, como la protección del derecho al aborto.

Esta presidencia de Trump puede significar, si juega a fondo sus bazas, que esa mayoría en el Supremo siga vigente durante todos los años que le queden de vida a Kamala Harris y también a aquella partidaria demócrata que en 2016 pensaba que no había nada que Trump pudiera hacer que pusiera en peligro los consensos básicos de lo que significa ser norteamericano. No, esta vez no estaremos bien.

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.
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