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tribuna
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Guerra y paz: la llamada de Macron

Europa no puede vivir eternamente en la complacencia de ser el rincón más exquisito del mundo

Volodímir Zelenski y Emmanuel Macron
El presidente de Ucrania, Volódimir y el Francia, Emmanuel Macron.THIBAULT CAMUS / POOL (EFE)
Josep Ramoneda

La apelación del presidente Emmanuel Macron a los países europeos para un eventual envío de soldados a Ucrania ha sembrado inquietud en el continente y el rechazo por parte de los gobiernos. Incluso Estados Unidos ha precisado que no enviaría soldados a combatir. Macron es fiel a su personaje, un conservador ilustrado, imbuido de los valores gaullistas que todavía habitan a la presidencia de la República francesa, a pesar de haber sido ocupada por la frivolidad de Sarkozy y por el estilo sin atributos precisos de Hollande. Desde del primer día, con su impresionante paseo en solitario de cuatro minutos por los pasillos del Louvre, dejó clara su majestuosa idea de la presidencia de la máxima autoridad republicana.

Macron visitó a Putin en momentos de máxima crisis, y salió quemado de unos encuentros en que sólo recibió distancia: recuerden la larga mesa en que le sentó el presidente ruso, negándole la más mínima concesión. Consciente de que los países europeos no están por la labor de ampliar el compromiso militar y que a la opinión pública le cuesta mucho asumir que la guerra está llamando a las puertas de Europa, en un momento en que Francia vive, con agobio y cierto aislamiento, los acelerados cambios que nos acechan, Macron ha querido llamar la atención ante la resignación imperante entre los mandatarios europeos. Francia siempre un paso por delante. Esta es su convicción, que no cambia por más que acumule rechazos. Macron no puede estar quieto. El calendario le agobia. Ha llegado tan joven que antes de los cincuenta será expresidente de la República francesa. ¿Cómo elaborará su ambición?

En cualquier caso, su envite merece consideración porque Europa no puede vivir eternamente en la complacencia de ser el rincón más exquisito del mundo. Y menos cuando la Unión ha entrado acelerada en la vía del autoritarismo postdemocrático, también en Francia, dónde Marine Le Pen tiene ahora mismo muchos puntos para a ser la heredera de Macron. Me permito pues entender la apelación del presidente francés como una llamada para sacar a Europa de un espacio de confort que ahora mismo no está en riesgo, pero que puede estarlo.

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El trauma de la II Guerra Mundial y de la fractura de Europa ha hecho que los europeos buscasen confortabilidad en el tabú de la guerra. No más guerras. Y, sin duda, el hundimiento de los regímenes de tipo soviético, consolidó esta idea. La crisis rusa permitió que los países secuestrados del Este regresaran a Europa con naturalidad. Y la rapidez con que Alemania llevó a cabo su unificación sin víctimas, confirmando la debilidad de unos regímenes del Este sin alma, fue un momento de grandeza. Pero la historia sigue, y Europa, desde su comodidad, ha visto que el mundo cambiaba y se resiste a creerlo. Las guerras, que han seguido existiendo (y creciendo) en todas partes, llaman ahora a su puerta. Y no hay más necio que el que no quiere ver.

Por eso me parece, que el debate no se puede reducir a guerra sí, guerra no. El principio de que los problemas tienen que resolverse de forma pacífica me parece fuera de duda. Y es en esta cultura que hay que formar a las nuevas generaciones. Pero ello no puede significar cruzarse de brazos. Y hay situaciones en que puede ser necesario intervenir. ¿Dejaríamos que Rusia se apoderara de Ucrania sin mover un dedo? Cuando el ejército ruso entró camino de Kiev hace dos años, ¿había que entregarle el país? ¿No era una obligación moral de los países europeos dar a Zelensky el apoyo necesario para resistir?

Llevado a cierto punto el tabú de la violencia sólo beneficia al invasor. Me parece un trágico efecto no deseado de cierta idea de la paz. Y más en un momento en que las amenazas y las guerras se multiplican. Desgraciadamente, ahora mismo, tal como ha evolucionado la guerra en Ucrania ya sólo quedan dos opciones: una confrontación con participación europea que implicaría consecuencias imprevisibles, o un acuerdo, a partir de los hechos consumados, que no deja de ser un incentivo para que los delirios totalitarios de Putin se repitan en estos u otros escenarios. También frente a Hitler hubo quién aposto por el apaciguamiento.

Tenemos a un palmo de distancia la guerra de ocupación de Israel sobre Gaza. Más allá de algunos gestos de Pedro Sánchez y del propio Emmanuel Macron, ¿qué ha hecho Europa para evitarla? Nada. Presumimos de pacifismo y ni siquiera hay consenso para aceptar que el ataque de Hamás es susceptible de ser caracterizado como crimen contra la humanidad, pero la respuesta de Israel también, con el agravante de la destrucción masiva de un territorio.

No tengo ninguna duda de que la apuesta por la paz tiene que ser la posición referencial. Pero no puede servir de coartada para facilitar la tarea a los que operan sin contemplaciones destruyendo vidas y pueblos. El riesgo de catástrofe en medio de tanto armamento atómico es real, pero no se resuelve mirando a otra parte, sino con mucha actividad política y de presión cuando sea necesario. Personalmente, tengo que confesar que no entendería que Europa fuera disminuyendo la ayuda a Ucrania para facilitar el acomodo ruso, y que si un día Putin da un paso más los dirigentes europeos se limiten al papel de resignados espectadores de la caída del régimen de Ucrania. Por la paz, por supuesto.

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