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Columna
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Esperando la dictadura

Vladímir Putin, Benjamín Netanyahu y Xi Jinping suspiran por una segunda presidencia de Donald Trump

Trump hablaba el jueves con la prensa durante un receso de su juicio civil en Nueva York.
Trump hablaba el jueves con la prensa durante un receso de su juicio civil en Nueva York.SARAH YENESEL (EFE)
Lluís Bassets

Será mejor que no nos llamemos a engaño y miremos de frente al peligro que se avecina. Será un milagro si Trump no gana la elección presidencial en noviembre de 2024 después de ganar las primarias republicanas, que empiezan el próximo 15 de enero con los caucus de Iowa. Las encuestas y la recaudación de fondos no suelen engañar, con Trump a enorme distancia de los otros competidores republicanos. Va como un tiro su campaña, en la que elude los debates con la seguridad de que su ausencia es la más incómoda y eficaz presencia. Y le favorece el contexto internacional: el ascenso de la extrema derecha en el mundo, el desgaste de la guerra de Ucrania y la profunda división que está creando entre los demócratas la destrucción de Gaza.

Si ya era un monstruo en 2016 cuando derrotó por sorpresa a Hillary Clinton, ahora es un monstruo todavía más monstruoso gracias al rencor acumulado por su derrota frente a Joe Biden en 2020, los dos impeachments o procesos de destitución parlamentaria fracasados y los cuatro procedimientos judiciales en marcha. Gracias a su caótica experiencia presidencial, tiene planes precisos para que todo vaya todavía peor que entonces, cuando el caos se apoderó espontáneamente de la Casa Blanca. Esta vez será el caos planificado.

Con su habitual sentido del humor, sombrío y amenazante, ha reconocido que le basta un solo día como dictador, el primero de su segunda presidencia, para cerrar la frontera con México y levantar todas las limitaciones a las prospecciones petrolíferas. Fue para desmentir sus intenciones dictatoriales, pero solo sirvió para confirmarlas. Cuando llegó a la Casa Blanca en 2017, ya tenía la idea de que sus poderes presidenciales no debían tener límites, incluso a la hora de dictar a su capricho los resultados electorales. Inmunizado por los obstáculos judiciales y parlamentarios superados y con un Partido Republicano domesticado, piensa en dóciles equipos humanos que no le lleven la contraria como sucedió en su primera presidencia y en disciplinar bajo su mando todas las instituciones federales, como el FBI, las Fuerzas Armadas, los funcionarios o el Departamento de Justicia, al que quiere convertir en el Ministerio de la Venganza contra Joe Biden y todos cuantos le han perseguido o traicionado.

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Nadie espera tanto de la dictadura que se prepara como Vladímir Putin, Benjamín Netanyahu y Xi Jinping. Los dos primeros obtendrían una excelente póliza de seguro para su expansionismo, su aversión a la legalidad internacional y su propensión a resolver los conflictos por el uso brutal de la fuerza militar, a costa de los ucranios y los palestinos, respectivamente. Para Xi Jinping, en cambio, es un caso distinto, aunque más estratégico. Sería otro regalo del cielo (¿cuántos van ya?) que le permitiría a China pisar los talones o incluso superar a la primera superpotencia en influencia mundial. Quizás hasta invadir o al menos hacerse con el control de Taiwán.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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