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CONFLICTOS INTERNACIONALES
Tribuna
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Netanyahu y Gallant, premios ‘Nobel de la Muerte’

Gabriel García Márquez encabezó así su tribuna del 28 de septiembre de 1982 en este mismo diario. En él aparecían los nombres del entonces primer ministro de Israel y su ministro de Defensa

Yoav Gallant y Benjamín Netanyahu.
Yoav Gallant y Benjamín Netanyahu.EFE / REUTERS

El título no es nuevo, Gabriel García Márquez encabezó así su tribuna del 28 de septiembre de 1982 en este mismo diario. En él aparecían los nombres del entonces primer ministro de Israel y su ministro de Defensa. “Si existiera el Premio Nobel de la Muerte, este año lo tendrían asegurado sin rivales el mismo Menájem Beguin y su asesino profesional Ariel Sharon”. Una voz en solitario entre los intelectuales de la época que les reclamaba el asesinato de miles de civiles palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Shatila durante la invasión de Israel al Líbano ese mismo año, y a la comunidad internacional su inacción e hipocresía. Cuarenta y un años después, cuando Israel nuevamente demuestra con el despiadado bombardeo a Gaza la capacidad de superarse a sí mismo en crueldad y criminalidad, gasolina que impulsa el proyecto sionista desde el siglo XX, las palabras de Gabo nos ayudan a entender la tragedia del pueblo palestino.

Escasas voces dentro del establishment sionista, así como algunos de sus aliados en Occidente, hoy critican con palabras sedosas a Netanyahu ante la presión de la sociedad civil mundial que lleva un mes llenando plazas al son de ‘Palestina Libre’. No hay que dejarse engañar. Lo que estas voces lamentan no es el horror del asesinato de civiles, a quienes Israel les niega su condición humana, sino dejar en evidencia su proyecto colonial. Bien podía seguir Israel asesinando y secuestrando niños palestinos de a docena por mes en Cisjordania como lo hizo en 2022 o bombardeándolos de a cuatro como hizo en 2014, mientras juegan en las playas de Gaza. Tampoco, pensarán, había necesidad de borrar del mapa bloques enteros de edificios y viviendas, o bombardear caravanas de ambulancias cuando ya se saciaron de hacer lo propio con hospitales; han podido seguir demoliendo casa por casa como las setenta y cinco entre enero y marzo de este año en sólo Jerusalén Este, o las 144 del año pasado, sin que los gobiernos de Occidente hicieran más que darle una palmada en la mano. Y tampoco les importa si en el camino de la demolición el buldócer se lleva por delante a alguna activista, como en 2003, precisamente en Gaza, le sucedió a la valiente Rachiel Corrie. Para ellos lo importante es que el genocidio pase desapercibido.

¡No!, Netanyahu y su camarilla de fanáticos no han surgido de la nada. Si calcamos las palabras de García Márquez para referirse al accionar de Beguin en el 82 entendemos perfectamente que lo que pasa en Gaza hoy, como lo que pasó en Beirut y viene pasando en Palestina desde el siglo pasado es “la ejecución metódica de un proyecto estratégico que aún no ha culminado”. El proyecto del sionismo: construir un hogar nacional judío limpiando étnicamente la Palestina histórica. Descrita minuciosamente por el historiador israelí Ilan Pappé en su libro La limpieza étnica de Palestina, esta destrucción que hoy vemos en vivo y en directo hace parte de un plan que inició en 1917 cuando Inglaterra, luego de erigirse victoriosa en la Gran Guerra, toma posesión de Palestina bajo la figura de protectorado. Al mismo tiempo que prometen a los palestinos su independencia, Lord Balfour le promete al sionismo un hogar allí. En 1948, luego de permitir por décadas la inmigración de miles de judíos europeos, que aún en ese momento no superaban a la población nativa, y la entrada al país de millones de dólares en armas, los ingleses deciden abandonar a Palestina a su suerte. El sionismo, en cabeza de David Ben Gurión y Golda Meir, al no poder crear su Estado en una tierra ocupada por árabes, desencadenó una campaña de “intimidación a gran escala; asedio y bombardeo de las aldeas y centros poblacionales; incendio de casas, propiedades y bienes; expulsión; demolición”, como lo cita Pappé. El resultado: la expulsión de más de 700 mil palestinos en lo que se conoce como la Nakba o Catástrofe. Esta campaña de exterminio encuentra hoy un nuevo epígrafe con el genocidio en Gaza, donde el objetivo final de este baño de sangre no es otro que provocar el desplazamiento de los gazatíes a Egipto. Meir, a quien la industria del cine pretende lavarle la cara con una nueva película, acuñó la frase más repetida por los órganos de promoción sionistas y sus áulicos. Durante una entrevista al Sunday Times en 1969, la entonces primera ministra admitió la intención específica o dolus especialis que tipifica un genocidio cuando declaró que: “No existe tal cosa como el pueblo palestino”.

¿Podemos esperar que sean las cortes internacionales o las Naciones Unidas quienes pongan fin al padecimiento de los palestinos cuando hay decenas de resoluciones incumplidas, como la 194, que exige se permita el regreso de los refugiados, muchos hoy acorralados y bombardeados en Gaza, a sus pueblos y ciudades dentro de Israel? Nuevamente encontramos respuesta en la lucidez de quien meses después recibiera el Nobel de Literatura, cuando compara las reacciones del mundo frente a tres hechos ocurridos entre 1981 y 1982: la implantación de la ley marcial en Polonia, la masacre de Sabra y Shatila y la recuperación de las Islas Malvinas por parte de Argentina. “La crisis de Polonia produjo en Europa una especie de conmoción social”, y en el caso argentino “el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no esperó 48 horas para ordenar el retiro de las tropas ni la Comunidad Económica Europea lo pensó demasiado para imponer sanciones comerciales”; pero “cuando las tropas de Israel invadieron y ensangrentaron Líbano, el silencio fue casi unánime aun entre los más exaltados Jeremías de Polonia, a pesar de que ni el número de muertos ni el tamaño de los estragos admitían ninguna posibilidad de comparación entre la tragedia de los dos países”.

La incapacidad que las organizaciones internacionales demostraron en el 82 no ha sido superada; la gobernanza mundial ha fallado en implementar un sistema justo que ponga fin a la ocupación israelí y sus crímenes de lesa humanidad contra el pueblo palestino. Pero a diferencia de aquel año, hoy vemos el discurso del sionismo resquebrajarse ante una opinión pública más enterada y menos dispuesta a permanecer callada. Las imágenes de millones de seres humanos en las calles del planeta exigiéndole a Israel un cese al fuego inmediato, miles de ellos judíos y judías antisionistas, son alentadoras. Sin embargo, se siente todavía demasiado el silencio de quienes, pudiendo marcar la diferencia, no levantan la voz. Para ellos también escribió Gabo: “Tengo muchos amigos, cuyas voces fuertes podrían escucharse en medio mundo, que hubieran querido y sin duda siguen queriendo expresar su indignación por este festival de sangre, pero algunos de ellos confiesan en voz baja que no se atreven por temor de ser señalados de antisemitas. No sé si serán conscientes de que están cediendo -al precio de su alma- ante un chantaje inadmisible”.

*Afif Siman Slebi es miembro de la Fundación Cultural Colombo-Palestina de Barranquilla, ciudad de la que fue secretario de Cultura

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