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Columna
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El sueño de una Europa blanca

En nuestras democracias occidentales, las fuerzas ultras lucen ya la oportunista bandera del antisemitismo para encubrir el hedor de su infame agenda

ilustración Máriam 10.12.23
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

Desde ahora, será necesario un compromiso personal por escrito sobre “el derecho del Estado de Israel a existir” para convertirse en ciudadano alemán en Sajonia-Anhalt, uno de los Estados donde la ultraderechista AfD tiene más apoyo. Lo contaba la corresponsal en Berlín de este diario, Elena G. Sevillano. También habrá que comprobar, según dijo la ministra del Interior del land, Tamara Zieschang, que el solicitante no muestre “indicios de actitudes antisemitas” o, incluso, otras que vayan “en contra del orden democrático liberal básico”. Todo este dislate podría leerse como una pieza más del discurso de responsabilidad histórica de Alemania por el Holocausto, pero también como una pauta de comportamiento que empieza a asomar en nuestras queridas democracias occidentales, donde las fuerzas ultras lucen ya la oportunista bandera del antisemitismo para encubrir el hedor de su infame agenda: el sueño de una Europa blanca, la semilla de las teorías del reemplazo de la población de origen europeo orquestado por las élites. El delirio.

La decisión tomada por el Estado alemán y el alto apoyo a AfD están, claro, estrechamente ligados al racismo, en particular a una arraigada islamofobia que conoce bien, por ejemplo, la migración de origen turco. También en Francia ha surgido un repentino interés por lucir la bandera contra el antisemitismo, con Le Pen como la más ferviente defensora de los judíos franceses, sin que importe que el fundador del antiguo Frente Nacional, su padre, Jean-Marie Le Pen, fuese condenado por provocar el odio racial y negar el Holocausto. Qué tiempos aquellos. También lo vemos con nuestra ultraderecha, con un doliente Abascal visitando Israel para trasladarle en persona su apoyo a Netanyahu en su santa cruzada contra el terrorismo de Hamás.

Pero lo interesante será el debate más amplio que tendrá Alemania en pocos meses, no ya sobre su posición con respecto a Israel, sino sobre la revisión de las normas de concesión de la ciudadanía. Dicho debate será un magnífico termómetro de cómo la agenda ultra contamina al resto de fuerzas políticas, incluida la coalición de gobierno entre socialdemócratas, verdes y liberales, y sobre cómo uno de los efectos globales de la guerra entre Israel y Hamás podría proyectarse en el interior de las democracias como una guerra de civilizaciones monitoreada por la ultraderecha. Es en ese contexto donde se sitúan las recientes declaraciones de Macron advirtiendo sobre el peligro de confundir “el apoyo a los judíos con el rechazo a los musulmanes”, después de que todos los líderes ultras, desde Zemmour a Marion Maréchal, confirmaran su presencia en la manifestación contra el antisemitismo celebrada el pasado noviembre donde, por cierto, la izquierda de Mélenchon, como siempre, les regaló todo el protagonismo no acudiendo a la misma. Detrás del sofisma de la “Europa de las fronteras y las identidades” que reivindica la ultraderecha a seis meses de las elecciones europeas hay una vieja conocida: la Europa blanca, impoluta y autoritaria que nos llevó, hace no tanto, al más absoluto de los desastres.

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