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ANATOMÍA DE TWITTER
Columna
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En defensa del cuñado

Esta figura casi mitológica sigue vigente en X gracias a memes y chistes

Desde la izquierda, Xosé A. Touriñán, Federico Pérez Rey y Miguel de Lira, en 'Cuñados', de Toño López (2021).
Desde la izquierda, Xosé A. Touriñán, Federico Pérez Rey y Miguel de Lira, en 'Cuñados', de Toño López (2021).
Jaime Rubio Hancock

El cuñado es ese personaje que siempre aparca en la puerta, que sabe cortar jamón y que tiene la clave para acabar con el paro. Y la Navidad es tiempo de cuñados. Hace ya nueve años, en 2014, se vivió una Nochebuena tuitera que recogió los grandes tópicos sobre este personaje en gran parte mítico, pero basado en hechos reales. Y no era una novedad: un año antes, El Mundo Today resumía su espíritu con un titular que aún se comparte: “Pide un vino y su cuñado, al catarlo, lo rechaza”.

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La figura del cuñado, sea más o menos realista, continúa siendo útil. Por ejemplo, cuando alguien califica las declaraciones de algún escritor o político como de “cuñadez”, sabemos perfectamente a qué se refiere e incluso podríamos adivinar alguna de las frases sin que nos den más pistas. Al fin y al cabo, el cuñado es ese todólogo que cree que cualquier cosa resulta más fácil de lo que parece y, de hecho, él lo solucionaría en un par de tardes si le dejaran.

Aunque a estas alturas puede parecer que las bromas de cuñados ya son de cuñados, lo cierto es que se mantienen en forma, como todos los clásicos: podemos apreciar su vigencia en un hilo reciente de @parrobot7, una cuenta que ha recopilado las 100 mejores frases de cuñados para estas Navidades. La lista incluye clásicos como preguntar “¿qué hemos roto?” al ver la cuenta o una de mis favoritas, que admito haber dicho en alguna ocasión: comentar en un restaurante que tardan en servir la carne porque “están matando la vaca”. No hay nadie que sea un cuñado total, o al menos son más raros de lo que dan a entender las caricaturas de X ―la antigua Twitter―, pero todos somos un poco cuñados de vez en cuando. Y sí, soy consciente de que esta última frase es una metacuñadez.

Hay una parte del cuñadismo que resulta, como mínimo, irritante, incluso aunque la consideremos inofensiva. Es esa seguridad del hombre de mediana edad convencido de que tiene algo que decir, pero que luego no suelta más que tópicos que ha escuchado, imagino que a otros cuñados (¿tendrán un grupo de WhatsApp?).

Pero la verdad es que me dan un poco de envidia. A mí también me gustaría saber cortar perfectamente un jamón (ni siquiera compro jamones enteros), aparcar en la puerta (casi no conduzco) o tener claro cómo arreglar “lo de Cataluña” (el asunto político más aburrido de la historia). Como decíamos, hay mucho mito: mi cuñado no es así, no sé si por suerte o por desgracia, e imagino que él piensa lo mismo de mí, que podría ser más cuñado, que no me esfuerzo lo suficiente, que a ver si me invitan de una vez a ese grupo de WhatsApp.

La figura del cuñado tiene un punto reconfortante en las redes, porque internet nos ha hecho ver lo frágiles que son nuestras certezas: la idea de que alguien crea saberlo todo resulta casi ridícula hoy en día, pero también tranquilizadora. Un cuñado clásico puede caer simpático, al menos en pequeñas dosis, y despierta la nostalgia, como ver tarta al whisky entre los postres de un restaurante.

Pero tampoco olvidemos que el cuñadismo tiene su lado peligroso porque —como diría tu cuñado— todo en exceso es malo. Cuando políticos y tuiteros defienden conspiranoias electorales o insisten en que les gusta la fruta, como el típico pesado que repite un chiste 15 veces porque no entiende que no nos haga gracia a la primera, se están comportando como turbocuñados. Por incómodo que sea, es bueno dudar y es normal no saberlo todo. Dejemos las cesiones al cuñadismo para pedir la tarta al whisky de la que hablábamos antes y soltar eso de “aunque me voy a ahorrar la tarta”. Pero no al camarero, que no tiene culpa de nada: mejor a nuestro cuñado, para que tome nota y aprenda.

Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Editor de boletines de EL PAÍS y columnista en Anatomía de Twitter. Antes pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor, entre otros temas. Es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', además de la novela 'El informe Penkse', premio La Llama de narrativa de humor.
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