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Columna
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Sísifo en la franja de Gaza

Hay que volver a empezar, evitar la escalada bélica, trabajar para una nueva tregua, conseguir que sea definitiva

Varios palestinos llevan algunas de sus pertenencias al sur de la Franja de Gaza.
Varios palestinos llevan algunas de sus pertenencias al sur de la Franja de Gaza.AHMED ZAKOT (REUTERS)
Lluís Bassets

Retumba otra vez el cañón. Solo siete días ha callado. No sabemos qué hará a partir de ahora, si será una breve embestida, seguida de otra tregua, ojalá definitiva, o alargará su acción devastadora durante meses, años incluso. La guadaña ha funcionado a placer desde el primer minuto, como un mero añadido a su siniestro balance de más de 16.000 vidas segadas a ambos lados de la frontera de Gaza.

Empezó como una bárbara incursión en la que Hamás ganó su primera batalla. Fue una victoria política, que situó el conflicto palestino de nuevo en el corazón de la tensión mundial. También militar, pues exhibió la vulnerabilidad de las fronteras israelíes. E ideológica contra el sionismo, la más trascendente, por la exhibición de salvajismo y de odio que advirtió de la precariedad de Israel como refugio necesario para los judíos de todo el mundo ante la persistente amenaza del antisemitismo.

Llegó la respuesta con la declaración de guerra, el asedio y los bombardeos. Esta fase ya se cobró una altísima factura en vidas palestinas, pero fue solo el principio de la catástrofe que se avecinaba en cuanto entraran tropas y tanques. La jerarquía del gobierno israelí era clara: primero, terminar con Hamás; luego, liberar los rehenes; y, en último término, aliviar el asedio. Pocos podían estar de acuerdo con este orden. Ni siquiera Estados Unidos. Menos todavía los familiares de los secuestrados. No hubo forma de parar la invasión, un mes entero a sangre y fuego, hasta la destrucción de los hospitales y la desbandada de la población despavorida.

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Por la presión de los familiares de los rehenes, de Biden sobre todo, y de la entera comunidad internacional, llegó la tregua y el intercambio de secuestrados por presos, niños y mujeres en todos los casos. Si se mantenía, como temía la extrema derecha israelí, podía convertirse en permanente y conducir a la liberación de los rehenes y de centenares de presos palestinos. Otra victoria moral para Hamás y un aliciente para las conversaciones de paz, cuando a Netanyahu le urge declarar la victoria y eludir el clamor en favor del Estado palestino.

Ahora los rehenes regresan a la segunda casilla, detrás de la dudosa eliminación de Hamás. Washington desaconseja repetir una ofensiva como la que ya hemos visto. Prefiere operaciones quirúrgicas dirigidas a sacar a los terroristas de los túneles. No quiere tantas víctimas civiles ni desplazamientos de población. Pero no es seguro que Netanyahu haga más caso a la Casa Blanca que a sus socios extremistas. De momento solo hablan los cañones, aprieta la tenaza del asedio, los palestinos se desplazan en busca de refugio e Israel se retira de las conversaciones en Qatar con Egipto y Estados Unidos.

Mala señal. Habrá que volver a empezar. Cargar la piedra en la espalda como Sísifo y llevarla de nuevo a lo alto del monte. Para evitar la escalada bélica, obtener otra tregua, mantener viva la esperanza.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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