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Columna
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Una desescalada bélica, por fin

La paz y el Estado palestino podrían abrirse camino con la prórroga de la tregua y luego un alto el fuego ya definitivo

Una familia camina hacia el sur de la franja de Gaza durante el alto el fuego, este viernes.
Una familia camina hacia el sur de la franja de Gaza durante el alto el fuego, este viernes.MOHAMMED SABER (EFE)
Lluís Bassets

La tregua ha dado sus primeros pasos. La liberación de rehenes y prisioneros alivia el dolor de sus familias e insufla un soplo de esperanza en los corazones encogidos. Que haya empezado bien indica que puede seguir, alargarse e incluso conducir a la total liberación de los secuestrados.

Regresa la vida a Gaza, sin la negra lotería de los bombardeos que han destruido la mitad de la Franja y acabado con más de 14.000 vidas, en gran parte de niños y mujeres. Se interrumpe el asedio, la privación de agua, alimentos y medicamentos y el sufrimiento de una población aterrorizada, exhausta y hambrienta.

Es una desescalada en una guerra de peligroso potencial expansivo. Un éxito de la diplomacia en la tierra disputada donde solo hablan las bombas. Son muchos los que han trabajado para alcanzar esa tregua, que unos entienden solo como una pausa técnica y otros quieren convertir en permanente.

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Netanyahu quiere guerrear hasta obtener algo que se asemeje a una victoria, pero ha concedido la pausa por la presión de los familiares de los rehenes y la demanda humanitaria exterior, sobre todo de Estados Unidos, su imprescindible aliado. Quiere mantenerse en el poder por encima de todo, sin desprenderse de la extrema derecha belicista y mesiánica pero tampoco perder palancas internacionales. Su popularidad está por los suelos, pero de todo saca provecho, del cierre de filas patriótico ante el ataque de Hamás y de la tregua para liberar rehenes y proporcionar algo de alivio a los gazatíes.

Todo es ambivalente en este Oriente complicado. Para Hamás la tregua alivia una inocultable y dura derrota militar, encajada tras su siniestra victoria terrorista del 7 de octubre. Los rehenes no le han servido para frenar la ofensiva israelí, ha perdido la mitad de Gaza, han caído muchos de sus comandantes y se cuentan a millares los milicianos muertos o detenidos. Pero políticamente es un éxito. Ha colocado a la causa palestina, eclipsada durante años, en el centro del paisaje mundial. Gracias al canje de rehenes, obtiene la hegemonía entera del nacionalismo palestino. Su rama militar podrá ser descabezada, pero su rama política tendrá un lugar en la negociación de la paz, y quizás en la gestión de la nueva Gaza junto a la Autoridad Palestina, tal como demandan ya algunas voces sensatas.

António Guterres, el deprimido secretario general de Naciones Unidas en sus horas más bajas de la historia, ha salvado los muebles con la tregua que demandó con tanto énfasis, hasta provocar la airada reacción de Israel, el país que más debe y el que menos atiende a la organización internacional. En diplomacia, los méritos se reparten entre Estados Unidos, Egipto y Qatar, pero solo tendrán pleno sentido si la tregua se alarga, se mantiene y al final se convierte en el alto el fuego definitivo y la ruta directa hacia la paz y el Estado palestino, contraviniendo así los designios de Netanyahu y sus halcones mesiánicos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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