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TRIBUNA
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Joe Biden, ¿el último proisraelí?

La cuestión relevante no es tanto la doble faceta del presidente en la guerra de Gaza, sino la reacción de asociaciones, políticos y organismos de Estados Unidos, que muestra que los vientos están cambiando

Biden Netanyahu Guerra Israel Gaza
Biden conversaba el 18 de octubre con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en Tel Aviv.EVELYN HOCKSTEIN (REUTERS)

¿Será Joe Biden el último presidente demócrata que respalde firmemente a Israel? Es la pregunta que muchos judíos e israelíes se estarán haciendo en estos momentos. Dada la importancia crucial que tiene para Israel la alianza con Estados Unidos, la respuesta a la misma conlleva importantes decisiones estratégicas.

De cara a la galería, la gestión que Biden está llevando a cabo resulta impecable. De hecho, más que impecable: ha sido el primer presidente norteamericano en viajar a Israel en un momento de guerra. En sus declaraciones, Biden ha manifestado repetida y categóricamente su apoyo a la operación militar israelí, absteniéndose de mencionar la posibilidad de un alto el fuego y solo concediendo tímidamente que Israel debe tener en cuenta las necesidades humanitarias de Gaza. Mientras tanto, la Casa Blanca ha publicitado el envío de material y asesores militares a Israel. Como colofón, Biden ha ordenado el despliegue de dos flotas en la región para disuadir a Hezbolá e Irán de un posible ataque sorpresa mientras Israel se encuentra centrado en eliminar a Hamás en Gaza. Básicamente, Biden ha comprometido la asistencia de buques y cazas norteamericanos en caso de una entrada directa y a gran escala de Hezbolá o Irán en el conflicto.

En privado, las gestiones de Biden resultan más complejas de lo que podría parecer a simple vista. Para empezar, mientras reitera ante los medios el derecho de Israel a defenderse, en sus reuniones a puerta cerrada y en las conversaciones telefónicas con el Gobierno israelí afirma cosas bien distintas. En estas comunicaciones discretas, Biden presiona para retrasar o cancelar la ofensiva terrestre en Gaza. A su vez, los asesores militares norteamericanos tratan de disuadir a sus colegas israelíes de una operación terrestre señalando todas sus desventajas. Por último, la Casa Blanca filtra a la prensa el parecer contrario de analistas y generales del Gobierno norteamericano a una invasión de Gaza. Biden, en definitiva, más que una carta blanca, le está dando el abrazo del oso a Netanyahu.

No obstante, todo esto forma parte de las tiranteces habituales entre los presidentes norteamericanos e Israel. Washington nunca ha ofrecido un apoyo sin fisuras a las operaciones militares de Israel. Los debates broncos entre israelíes y norteamericanos han sido habituales en momentos de crisis. La invasión israelí del Líbano fue un quebradero de cabeza para Ronald Reagan, igual que la Segunda Intifada lo fue para George W. Bush. Estados Unidos siempre ha presionado a Israel para que limite la ambición de sus planes militares, acorte su duración y limite su alcance e intensidad.

La cuestión no es tanto la doble faceta de Biden en este conflicto, sino la reacción al mismo por parte de asociaciones, políticos y organismos en Estados Unidos. Es en este punto donde uno percibe más claramente que los vientos están cambiando. Si nos fijamos en las manifestaciones, se trata de la primera vez en que cientos de miles de personas han salido a las calles de Estados Unidos para apoyar inequívocamente (y exclusivamente) a Palestina (e, indirectamente, a Hamás). En Estados Unidos hay en torno a cinco millones de musulmanes. Se trata de la religión que más crece en el país, y el número de fieles se doblará en las próximas décadas. La presencia de árabes y musulmanes en los órganos de poder y los medios es cada vez más habitual. También en el cine: Disney presentó el año pasado la primera serie con una superheroína musulmana, Ms. Marvel. Se trata este de un fenómeno reciente. También influye el hecho de que en Washington se hayan consolidado varios lobbies iraníes y árabes que hacen la competencia a los judíos.

Pero la presencia de musulmanes o la mejor organización de la comunidad árabe no bastan para explicar la masiva afluencia a las manifestaciones en apoyo (tácito) a las acciones de Hamás. Lo cierto es que la izquierda estadounidense (especialmente sus miembros más jóvenes) está experimentando un giro en esta cuestión. Tenemos aquí el manifiesto firmado por más de 33 asociaciones estudiantiles en Harvard que culpa a Israel por la masacre del 7 de octubre. A pesar de la polémica suscitada, tanto el Rectorado de Harvard como los decanos de las facultades se mantuvieron en silencio. Las manifestaciones, concentraciones y comunicados en favor de Palestina pronto se extendieron por los campus de Columbia, Arizona, Indiana, California, Chapel Hill… Lo más llamativo es que en los eslóganes y manifiestos no había una mínima consideración a las víctimas israelíes, mientras que las consignas de apoyo a los palestinos eran de una radicalidad hasta ahora asociada a grupos islamistas, terroristas y regímenes como el iraní: “¡Del río al mar, Palestina será libre!”. La implicación de esta afirmación es que uno ya no aboga por la existencia de dos Estados y por la coexistencia de palestinos e israelíes. Al gritarlo, uno propugna la implantación de un único Estado palestino que acabe con la existencia del Estado de Israel y conlleve la expulsión de los judíos. Al colgar pósteres ensalzando el ataque terrorista de Hamás, el movimiento Black Lives Matter (BLM) no se ha quedado a la zaga a la hora de abrazar el extremismo ante la crisis en Israel. En la cartelería del movimiento BLM, los terroristas de Hamás son presentados como libertadores y, sus atentados, como hazañas.

En Washington, 411 empleados del Congreso firmaron una carta abierta en la que denuncian la actitud proisraelí de los congresistas (sus jefes). Afirman que, como descendientes “de supervivientes de la esclavitud, el Holocausto, el colonialismo, la guerra y la opresión” , se ven en la necesidad de denunciar las atrocidades de Israel en Gaza. En el Departamento de Estado, el secretario Antony Blinken se ha visto obligado a calmar los ánimos de los funcionarios tras la dimisión de un alto cargo en protesta por la política proisraelí de Biden. Se temía que docenas de funcionarios del departamento estuvieran preparando una carta para hacer pública su disconformidad con la política del Gobierno. Algo similar ha ocurrido en la propia Casa Blanca, donde Jake Sullivan se vio obligado a citar al personal del Consejo de Seguridad Nacional a una reunión, calificada como “tensa”, para calmar los ánimos y responder a sus quejas. La Casa Blanca también ha organizado unas “sesiones de escucha” en las que los funcionarios musulmanes y/o árabes pueden expresar sus frustraciones con la política del Gobierno y proponer alternativas. Por último, no hay que olvidar la presencia del Escuadrón en la Cámara de Representantes. Compuesto por ocho congresistas liderados por Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar y Rashida Tlaib (las dos últimas, musulmanas), el Escuadrón es todavía una facción radical y minoritaria dentro del Partido Demócrata. Pero es llamativo que los líderes del partido y sus compañeros más moderados se abstengan sistemáticamente de confrontar abiertamente las posturas radicales del Escuadrón. Saben que las bases del partido, y en especial sus miembros más jóvenes, simpatizan con la actitud de dicho grupo.

Biden y la actual Administración demócrata continúan con el patrón establecido desde la presidencia de John F. Kennedy, pero aquellos que algún día les tomarán el relevo muestran una actitud muy diferente. Las universidades, semillero de las futuras élites políticas, económicas y culturales, se han revelado como fábricas de extremistas de izquierda. El asunto de Israel y Palestina no iba a ser una excepción en este adoctrinamiento. En un futuro no muy lejano, no es impensable imaginar una Administración demócrata que no solo sea más tibia en su apoyo a Israel, sino que quizás sea decididamente propalestina.

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