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EXTREMA DERECHA
Columna
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La nueva extrema derecha y su atracción por la Biblia y las religiones

Los nuevos líderes ultra emblemáticos, Trump, Bolsonaro y Milei, se sienten atraídos por los movimientos cristianos que se inspiran en el Viejo Testamento

Javier Milei y Donald Trump
Javier Milei y Donald Trump.EFE / REUTERS
Juan Arias

El avance de los partidos de extrema derecha que van multiplicándose en el mundo empiezan a ser analizados por los expertos. Como bien ha escrito en este diario mi colega Marc Bassets, “no es una ola, es una corriente de fondo”. Quizás por ello, porque no se trata de una moda sino de algo más hondo y preocupante, no puede minimizarse. Se trata de un movimiento que se va cristalizando con diferentes facetas que acaban confluyendo en algunos denominadores comunes. Una de esas facetas que quizás caracterice de un modo especial a estos nuevos movimientos ultraderechistas sea su confluencia en un interés especial por la Biblia y más concretamente por el Antiguo Testamento, el del “ojo por ojo y diente por diente”, el de la violencia, el apocalíptico. Nunca el del perdón, el de la defensa de los humillados de la tierra.

Quizás no sea una simple coincidencia que tres de los nuevos líderes ultra emblemáticos, Trump, Bolsonaro y Milei, se sientan atraídos por los movimientos cristianos que se inspiran en el Viejo Testamento de la Biblia. Empezando por Bolsonaro, es curioso y sintomático que, tras haber sido católico toda la vida, de repente decidiera bautizarse de nuevo pero como evangélico y en las aguas del Jordán, tierra bíblica. Y todo hace pensar que ganó las elecciones apoyado por la propaganda según la cual el frustrado atentado contra su vida fue una señal de Dios de que era su elegido. Y enseguida enarboló su eslogan, “Dios por encima de todo, Brasil por encima de todos”. Y levantó en alto la Bíblia. Su verdadero evangelio, sin embargo, fue el de la violencia, su pasión por las armas, su lenguaje crispado y hasta soez, su desprecio por la mujer y su exaltación del machismo. Y como era de esperar, se enamoró enseguida del actual primer ministro de Israel, el ultraconservador Netanyahu.

Trump, el padre espiritual de Bolsonaro, también quedó fascinado por los evangélicos, por los más ligados al Antiguo Testamento, el del Dios vengador, y hasta fue comparado con Ciro el Grande, el rey persa que, según la Biblia, permitió que los judíos regresaran a Israel desde su exilio en Babilonia. Trump llegó a decir: “Ningún presidente ha luchado tanto por los cristianos como yo”. Trump aparece ante los movimientos conservadores evangélicos como el hombre malo que hace cosas buenas y sus errores son vistos como aciertos.

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No a caso, en general, estos nuevos líderes ultras que están resucitando lo peor de los movimientos políticos revolucionarios del pasado, se han sentido atraídos por los aspectos más guerreros del Antiguo Testamento, al mismo tiempo que tachan de “demonio”, como lo hizo, Milei, al papa Francisco, que lucha por devolver al cristianismo, nacido del judaísmo, su carácter liberador, cercano a los descartados por el poder.nales, que fueron en sus raíces, religiones progresistas, defensoras de los derechos humanos, de los desamparados y de los perseguidos.

No es una casualidad que, en general, estos nuevos líderes ultras que están resucitando lo peor de los movimientos políticos revolucionarios del pasado se hayan sentido atraídos por los aspectos más guerreros del Antiguo Testamento, al mismo tiempo que tachan de “demonio”, como lo hizo, Milei, al papa Francisco, que lucha por devolver al cristianismo, nacido del judaísmo, su carácter liberador, cercano a los descartados por el poder.

Todos estos movimientos ultra intentan resucitar la gran epopeya de la Biblia, que no es otra cosa que la historia de la humanidad, con sus luces y sus sombras, primando no obstante su lado oscuro, de violencia, de atraso cultural y de guerras y conquistas.

En algún momento el movimiento judío y el nuevo cristianismo, que buscan un regreso a sus orígenes rompedores abriendo nuevos caminos de liberación, deberán hacer frente a este nuevo movimiento político, inspirado en la vieja ultraderecha guerrera y que, al final, está empobreciendo y adulterando dos de las grandes religiones monoteístas más importantes de la historia.

Esta pasión de los ultraderechistas por un judaísmo y un evangelismo que son caricaturas de su verdadera realidad libertadora tiene características que también les une a todos ellos de un modo u otro. Lo hacen recurriendo a la ambigüedad del lenguaje hablando de libertad, de ruptura, de iconoclastas, de patriotas, mientras hacen alarde a la vez de la violencia, de la irreverencia, de la desfachatez, de una masculinidad exacerbada, del miedo y desprecio por los nuevos movimientos feministas y, claro, todos ellos se ven campeones del patriotismo.

Las grandes religiones monoteístas deberían hoy preocuparse más frente a estos movimientos de ultraderecha, que son fundamentalistas religiosos que están vaciando a la Biblia de su fuerza renovadora convirtiéndola en una marioneta a la que usan y y de la que abusan para sus locuras ultrancistas.

Puede parecer secundaria esa coincidencia de los nuevos movimientos políticos ultraconservadores y su connubio con la Biblia, pero no lo es. La historia nos enseña que cuando las religiones monoteístas acaban prostituyéndose e instrumentalizando a Dios como el vengador y no el liberador, al final se dan de narices con las guerras. Con todas, con las religiosas y las políticas. Recuerden, si no, por parte del cristianismo, las guerras de religión, las cruzadas, la Inquisición, apellidada eufemísticamente “santa”, la persecución de los defensores de un Evangelio de la liberación y por parte del Islamismo, su actual oscurantismo, violencia y atraso histórico.

Y para no olvidarnos también en España donde el caudillo Franco, bajo cuyo Gobierno se derramó tanta sangre, al parecer, de joven era ateo, mientras cuando llegó al poder, se convirtió en el católico más fervoroso al que los papas acabaron cubriendo de privilegios y bendiciones, permitiéndole salir en las procesiones bajo baldaquino, como algo sagrado. Hasta mi madre, una maestra que escogía, por fidelidad a su fe cristiana, las escuelas que durante el franquismo se quedaban sin maestros por ser consideradas peligrosas o demasiado aisladas, me quería convencer que el generalísimo era un hombre de Dios.

Si un día existieron las guerras de religión, hoy las guerras y políticas más ultras vuelven a abrazarse tristemente con los movimientos evangélicos y hasta judíos que acaban prostituyendo la fuerza renovadora de sus orígenes.

El Dios vengador de los nuevos movimientos políticos ultras vuelve a resucitar tristemente bajo la máscara hipócrita de una fe que en vez de la liberación de las iniquidades, nos devuelve a los tiempos de la tinieblas en las que se prefería a los dioses guerreros al que bendecía a los sembradores de paz, a los limpios de corazón, a los que sufrían persecución por defender la justicia.


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