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Columna
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Los 113 detenidos

La Assemblea de Catalunya exhibía una doble naturaleza: la de coordinadora de acciones y movilizaciones pacíficas contra la dictadura; y la de embrión/suplente del Parlamento

Manifestación de la Assemblea de Catalunya en 1976.
Manifestación de la Assemblea de Catalunya en 1976.EFE
Xavier Vidal-Folch

Hace 50 años, el 28 de octubre de 1973, fueron detenidos y encarcelados “els 113″. El aniversario ha pasado casi en sordina. Eran los dirigentes de la Assemblea de Catalunya que no pudieron zafarse de la policía franquista. Asistían a una reunión de aquel mítico organismo unitario de la resistencia, cuyo nombre ha sido remedado en los últimos años por una entidad de distinto género.

La leyenda de la institución se basó en que representaba, desde 1971, a todas las fuerzas componentes de la lucha antifranquista. En que popularizó el lema triunfador “llibertat, amnistia, Estatut d’autonomia”. En que abarcó a fuerzas políticas, sociales, sindicales, estudiantiles, vecinales, colegios profesionales... y no solo a los políticos. En que eso le dio un arraigo popular más denso que los organismos más bien acotados a los partidos clandestinos, como el Consell de Forces Polítiques a nivel catalán, o la Plataforma y la Junta Democrática en el conjunto español.

Exhibía, así, una doble naturaleza: la de coordinadora de acciones y movilizaciones pacíficas contra la dictadura; y la de embrión/suplente del Parlamento. No es extraño que en la nómina de detenidos figurasen gentes luego muy relevantes en las élites de la Transición y la democracia: los senadores Josep Benet y Pere Portabella; el líder socialista Raimon Obiols; el comunista y vicepresidente del Parlamento Europeo, Antoni Gutiérrez Díaz; el de Esquerra y vicepresidente de la Generalitat, Josep Lluís Carod-Rovira; los dirigentes nacionalistas Magda Oranich y Miquel Sellarés; el ministro de Universidades, Joan Subirats...

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Su principal secreto estuvo en la voluntad, fragua y práctica del consenso democrático, lejos de faccionalismos posteriores. Su trayectoria fue bien radiografiada por el periodista Antoni Batista (La gran conspiració, Empúries, 1996) quien además recopiló las, digamos, deliciosas fichas policiales de los encarcelados para la revista Sàpiens.

Así que todo esto es conocido —no tanto como se merece—, aunque voluntariamente olvidado por la dirigencia oficial de este momento. Hay otra parte de la historia, también fructífera, pero menos documentada, de esa aventura: los meses en que los prisioneros (en la cuarta galería de la Modelo, ellos; en la cárcel de la Trinitat, ellas), junto a otras levas como la de los enclaustrados por las protestas contra el proceso 1001 (a los sindicalistas de Comisiones Obreras) hicieron de ambas prisiones espectaculares zonas de libertad, irradiadoras de pensamiento, levadura y empuje colectivo. Hay ahí mucha lección humana y humanista, desgarrada y tierna, aún desaprovechada.

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