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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Mundial intercontinental

Asumir la organización del principal campeonato de fútbol masculino es una gran oportunidad para España de demostrar progreso y eficacia

Comisiones FIFA
Gianni Infantino, presidente de la FIFA, este miércoles en Zúrich (Suiza).Fifa / reuters
El País

La concesión del campeonato mundial de fútbol de 2030 a la candidatura impulsada por España es una gran noticia. Tras los intentos frustrados de los últimos años de organizar un gran evento deportivo —con los Juegos Olímpicos para Madrid a la cabeza—, el liderazgo de la federación española en esta propuesta europea ha dado sus frutos. Para ello ha sido clave que se sumaran también Portugal y Marruecos, en un intento de aunar apoyos para esa suerte de subasta que acaba siendo la adjudicación de un campeonato que mueve un capital simbólico incalculable y otro muy tangible. El Mundial de Rusia de 2018 costó 11.600 millones de dólares y el de Brasil de 2014, 15.000 millones. El caso de Qatar del año pasado tiene una dimensión muy distinta. Fue con diferencia el más caro de la historia: 220.000 millones. Solo el coste de la construcción de estadios en el emirato del Golfo supuso un desembolso de entre 8.000 y 10.000 millones.

Asumir la organización de una Copa del Mundo masculina, uno de los mayores eventos internacionales a los que puede aspirar un país, es también una magnífica oportunidad. Sobre todo para demostrar progreso y capacidad de organización. También para mejorar las infraestructuras y fortalecer el deporte base. La España de hoy ya no es la España de Naranjito, aquella que en 1982 acogió un Mundial apenas siete años después de la muerte del dictador Francisco Franco y con el país llamando todavía a las puertas de la Unión Europea. Tampoco los equipos nacionales son los mismos: la selección absoluta masculina se hizo en 2010 en Sudáfrica con el trofeo más codiciado del deporte planetario; la femenina hizo lo propio en Sídney en agosto pasado.

El torneo más inmediato debe celebrarse en 2026 en Canadá, Estados Unidos y México. Luego será el turno de un conjunto de sedes cuya candidatura se ha movido con maestría en los campos de la estrategia y la geopolítica. Sumar a Portugal y Marruecos fue decisivo para concitar adhesiones más allá de Europa y hasta se especuló con la posibilidad de incluir a Ucrania en un gesto de solidaridad contra la invasión rusa. Quedan, no obstante, menos de siete años para concretar la organización de un campeonato que dura casi un mes coordinando además con la misma diligencia a un total de seis países, implicados como estarán también Uruguay, Argentina y Paraguay, que acogerán, entre otros, el partido inaugural.

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España aspira a presentarse como sede principal del Mundial 2030 después de haber resuelto el expediente del caso Rubiales y de haber renovado las estructuras de unas federaciones deportivas todavía muy masculinizadas. La decisión final de la FIFA es un voto de confianza. Al menos en parte, los jugadores de la selección masculina —clasificados directamente como anfitriones— tienen otra cosa más que agradecer a sus compañeras de la femenina.

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