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ANATOMÍA DE TWITTER
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Cómo grabar el vídeo perfecto (sin que se enfade nadie)

Algunos creen que el mundo es su plató, pero eso no significa que nosotros debamos convertirnos en sus figurantes

Unos gofres de estudio fotográfico.
Unos gofres de estudio fotográfico.Getty
Jaime Rubio Hancock

Es probable que hayan visto el vídeo: una tiktokera, @addictedtoana, se marca un bailecito absurdo mientras le sirven unos gofres con nata. En TikTok lleva más de 40 millones de reproducciones y en Twitter, unos 120 millones. Lo que ha llamado la atención no es el baile, que no resulta ninguna novedad, sino una mujer que está sentada en otra mesa y que mira la escena con cara de “no quiero seguir viviendo en este planeta”.

En Twitter se formaron dos bandos, como era de esperar. El primero, propiciado por el tuitero que compartía la imagen, se sentía identificado con esta señora que mira la escena con desagrado: ¿es que todo tiene que ser contenido para redes? ¿Ya no basta con fotografiar los platos? ¿Ahora también tenemos que hacer bailecitos cuando nos los sirven?

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Admito que, de entrada, me puse ahí, sobre todo porque soy un rancio, pero el otro grupo tiene mucha razón. Parafraseando al Fary: si a los jóvenes les gusta influenciar, déjales que influencien. ¿Por qué no puede esa tiktokera hacer algo que, se supone, le divierte y que a lo mejor le da algo de dinero, ya que la siguen medio millón de personas? Sobre todo, si tenemos en cuenta que es algo que no molesta a nadie, a no ser que nos pongamos ridículamente exquisitos. No es como si nos obligara a todos a bailar o, como si, yo qué sé, le pidiera al camarero que pusiese el fútbol con sonido.

Es verdad que todo esto se puede llevar al extremo: hace unos días, otra tuitera se quejaba de que no se puede grabar un vídeo bonito en el metro porque la gente se cuela en la imagen, y compartía un vídeo de TikTok como ejemplo de esta dura experiencia: ¿es que no podemos esperar 10 segundos a que termine la grabación o caminar por detrás de la cámara? Los comentarios le recordaban que los que viajamos en metro solo queremos llegar al trabajo y no estamos en condiciones de esquivar trípodes. A lo mejor hay gente que vive como si el mundo fuera su plató y quiere grabarlo todo, desde el gofre que llega a la mesa al metro que llega a la estación, pero eso no significa que nosotros seamos sus figurantes.

Existe una solución, al menos hasta que se ponga de moda, que todo es posible: madrugar. Pero madrugar mucho, en plan profesional, no vale con levantarse media hora antes. Hay influencers que a las cinco de la mañana ya están en la Fontana di Trevi para hacerse fotos y vídeos, con su vestuario y maquillaje. Y todo sin que estropeen sus planos los turistas de a pie, los plebeyos que se hacen fotos que no consiguen ni miles de me gusta ni el patrocinio de ninguna marca. Sí, puede parecer ridículo, pero no caigamos en el error que comentábamos al principio: si los influencers quieren madrugar, déjales que madruguen.

El único problema es que ya hay otras cuentas de Instagram, las de viajes, que recomiendan que vayamos todos a la Fontana di Trevi a esas horas para evitar a los turistas (porque los turistas siempre son los demás). Así que el amanecer va camino de convertirse en una nueva hora punta, con lo que los influencers empezarán a madrugar antes, o a trasnochar más, hasta que, sin darse cuenta, acabarán haciéndose fotos a las cinco de la tarde, como todo el mundo.

Por desgracia, solo he ido una vez a Roma. Y la fuente estaba en plena reforma. Tendría que haber aprovechado para grabar un vídeo: “Este es el mejor momento para visitar la Fontana di Trevi: ni un turista, ni un influencer. Solo yo, con cara de tonto, porque no sabía que había obras. Seguidme para los mejores vídeos de andamios”. A mi edad lo de ver obras empieza a resultar atractivo y ahí existe un nicho de público potencial, teniendo en cuenta que Instagram ya está lleno de cuarentones. Pero nada, carezco de visión de futuro. Así me va.

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Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Editor de boletines de EL PAÍS y columnista en Anatomía de Twitter. Antes pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor, entre otros temas. Es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', además de la novela 'El informe Penkse', premio La Llama de narrativa de humor.

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