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ANATOMÍA DE TWITTER
Columna
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El último vaso de leche

Las redes sociales pueden tener en agosto un punto irreal, y así descubrir que Lars von Trier busca pareja o que Kafka sigue vivo en sus cartas

Lars von Trier
Lars Von Trier, en el festival de Cannes de 2018, donde presentó 'La casa que Jack construyó'.Emma McIntyre (Getty)

Anotación de Sylvia Plath en su diario: “Lluvia de agosto: lo mejor del verano se ha ido y aún no ha nacido el nuevo otoño. Extraño tiempo irregular”. Excepto por la lluvia, las palabras aguantan. La segunda quincena de agosto se parece a la última hora del domingo, ese valle inquietante al que llegas una vez superado el aplastamiento de la tarde. El tiempo allí se ralentiza. La rutina de tu vida se vuelve irreal, como si un alienígena tratara de entenderla. Lars von Trier publica un vídeo en principio cándido donde dice que busca pareja. Tras enumerar sus taras y defectos (alcoholismo, párkinson, trastorno obsesivo compulsivo) hace el llamamiento, desconcertante y conmovedor: “Sin saber lo mínimo sobre redes sociales, busco una pareja-barra-musa femenina. Y, pese al lloriqueo, insisto que en los días buenos, en la compañía adecuada, puedo ser un compañero encantador”. Facilita un correo electrónico donde las candidatas pueden mandar sus solicitudes: bill.mrk.lars@gmail.com.

Las dos o tres personas a quienes envío el vídeo contestan lo mismo: “¿Pero no es de verdad, no?”. El director de Anticristo o de Bailar en la oscuridad no se mostraría así de vulnerable en público, como un viejo adorable y ajeno a las convenciones digitales. Debe ser un experimento, el guion de una futura película, algo que dará un giro cruel y desolador. Podría ser. Pero estamos en el tiempo irregular de final de agosto, y me parece plausible que el director danés, solitario y con miedos ingestionables, haya decidido salir en busca del amor.

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En su libro Una novela rusa, Emmanuel Carrère recuerda la vez que publicó en Le Monde una carta pseudopornográfica dirigida a su novia. Eso pasó en 2002, y no era agosto pero por poco. La carta, en segunda persona, trataba de excitar a la mujer, que la leía en el tren París-La Rochelle, con la esperanza de contagiar un estado de ánimo orgiástico a su vagón. Entonces el público también especuló sobre si el relato era una paja metaliteraria o si existía de verdad la destinataria: una mujer alta, rubia y alegremente sexual que debía leer la carta en ese tren concreto y masturbarse siguiendo sus instrucciones.

Según Carrère, la carta era real, la destinataria era real, el amor era real. Todo salió mal: la rubia no cogió el tren y la relación colapsó agónicamente poco después. El episodio resulta genial o bochornoso, según las inclinaciones de cada uno. El libro acabó en mis manos a la vez que Lars Von Trier publicó su llamada, y estaba lleno de notas de su antiguo propietario: “Pobre imbécil”, “menuda chorrada”, ”todo muy francés”. Observar la intimidad cruda de alguien es como mirar un eclipse de cara: cuando no es un montaje calculado, o un acto de relaciones públicas, puede resultar violento.

Una forma segura de hacerlo es recurrir a diarios íntimos de escritores o, en su defecto, a los bots de Twitter que reproducen sus fragmentos. Mi favorito es uno llamado El lado luminoso de Franz Kafka. Esta cuenta recoge citas alegres de las cartas del escritor checo: ”Beberé limonada caliente, me envolveré en una toalla caliente, me aislaré del mundo y pensaré en ti”. “Te deseo un feliz domingo, padres agradables, comida deliciosa, largos paseos, la cabeza clara”. ”Al fin y al cabo solo quiero hacerte reír”. Y un último, especialmente alineado con la época por críptico y esperanzador: ”El último vaso de leche todavía no ha sido bebido”.

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