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COLUMNA
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Fuera de control

Oppenheimer es un avatar de Prometeo, el héroe que roba el fuego a los dioses y luego queda encadenado a un castigo eterno

El hongo causado por la bomba nuclear lanzada sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945.
El hongo causado por la bomba nuclear lanzada sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945.
Lluís Bassets

Tina Cordova lloró al ver Oppenheimer, la película de Christopher Nolan sobre el físico nuclear que dirigió la detonación de la primera bomba de fisión. Su entera familia ha sufrido distintos tipos de cáncer como consecuencia de las radiaciones. Lo sufre también ella, de la cuarta generación desde aquella prueba, y su sobrina de 23 años, de la siguiente.

Tina dirige una asociación de afectados de la cuenca de Tularosa, donde se efectuó el ensayo, jamás indemnizados por los efectos de la explosión sobre su salud. Lo ha contado en un artículo en el Times de Nueva York en el que lamenta que también Nolan se haya olvidado de ellos. Hoy mismo, 6 de agosto, difícilmente olvidará que Hiroshima fue obliterada hace 78 años en idéntica fecha por la primera bomba nuclear, lanzada 20 días después de aquella prueba efectuada cerca de su casa. Tendrá quizás un pensamiento para Ucrania, a la que Putin amenaza desde hace 18 meses con un golpe nuclear, que sería el primero después de los dos lanzados sobre Japón en aquel agosto de 1945.

La película de Nolan, como Prometeo americano, la biografía de Robert Oppenheimer escrita por Kai Bird y Martin Sherwin en la que se inspira, actualiza el mito del héroe que roba el fuego sagrado a los dioses, pero recibe como castigo una tortura eterna a cargo de un águila que devora su hígado a picotazos. El moderno protagonista que despertó al genio de la autodestrucción de la humanidad fue un sabio enorme, torturado por una deletérea mezcla de orgullo y mala conciencia, apóstol desatendido del control internacional de la energía nuclear y víctima ilustre de la caza de brujas anticomunista en la Guerra Fría recién inaugurada.

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Oppenheimer era plenamente consciente del alcance del arma. No tan solo por los centenares de miles de civiles que morirían incinerados y la carrera de armamentos que acechaba. También por el paradójico instrumento de paz que entrevió en la disuasión por el terror. No pensó en cambio en los prolongados efectos de la radiación sobre la salud, ni en quienes vivían cerca del desierto de Nuevo México donde se produjo aquel aciago experimento.

El mito y la historia no son excepcionales. Ha sucedido con la energía atómica y ahora sucede con la inteligencia artificial, que tiene sus Prometeos y sus Oppenheimers, sus descubridores y sus profetas. La entera era industrial es una hazaña prometeica que ahora rinde sus inquietantes frutos. Como demuestra el cambio climático, la humanidad ha vivido siempre al día. El cortoplacismo lastra cualquier capacidad para enderezar los caminos torcidos que conducen a la autodestrucción. Y siempre una nueva tecnología se ofrece para salvarnos. Su utilidad inmediata, como la bomba para vencer a Japón, es lo que se impone, pero si nadie la somete a control, como quería Oppenheimer, el mundo desgobernado acelera su marcha hacia el despeñadero.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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