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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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Fin de curso: pequeña carta a los estudiantes europeos

En una época marcada por corrientes que arrastran, seguidismo y exceso de estímulos, el verano es una preciosa oportunidad para oponerse

Prueba unica selectividad
Estudiantes durante la prueba EVAU en Talavera de la Reina, este mes de junio.Manu Reino (EFE)
Andrea Rizzi

En estos días, millones de estudiantes europeos se aproximan al final del curso. Se acerca el verano, espacio de libertad, para algunos con estupendas posibilidades, para otros, desgraciadamente, menos. Pero para todos regresa la maravillosa oportunidad de usar el tiempo y el espacio de otra manera. De seguir configurándose, descubriéndose, en un entorno distinto, fuera de los raíles de los sistemas educativos, del día a día habitual. No es poca cosa, y merece la pena detenerse a pensar sobre ello. Quien escribe no está en condiciones de dar consejos a nadie, pero puede tener sentido contribuir a la reflexión compartiendo errores propios y aciertos ajenos.

Eran también estas mismas fechas de 1767, el 15 de junio para ser exactos, cuando, a los 12 años, Cosimo Piovasco di Rondó, el imaginario Barón Rampante de Italo Calvino, se negó a comerse los caracoles que le querían endosar sus padres como almuerzo, salió por la ventana, y se subió a los árboles. Nunca bajaría de ahí. Puede que la historia de Cosimo sea una alegoría del rechazo de Italo a tragarse los caracoles de la tibieza del PCI tras la invasión de Hungría por parte de las fuerzas soviéticas, ocurrida un año antes de la publicación de la novela, cuando el escritor reclamaba al partido un claro posicionamiento prodemocracia ante el atropello perpetrado por la URSS. Calvino se salió del PCI con una bella carta publicada en L’Unità, y desde los árboles siguió contribuyendo tanto a la colectividad.

Cualquiera sea su verdadera génesis, la historia de Cosimo es una hipérbole que a primera vista puede parecer absurda, retrato de irracionalidad, exageración y testarudez, pero apunta a cualidades benditas a quienes quieran detenerse a entenderlas. La exhortación a pensar por sí mismos, a no seguir el rebaño, a no tragarse sin más las imposiciones de una autoridad desnortada —el padre ancien régime—, a la perseverancia, a la implicación en la cosa común desde el lugar en el que se esté y se pueda, al amor que abarca las personas, la naturaleza y la cultura a la vez. Y mucho más.

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El seguidismo acrítico empobrece; la indiferencia, tibieza, resignación o incluso la simple falta de reflejos para reaccionar adecuadamente ante injusticias y distorsiones corroe mucho por dentro a quienes tengan un mínimo de principios, conviene recordarlo siempre; la inconstancia, peligro al acecho en un tiempo repleto de distracciones como ninguno otro, es madre de triste superficialidad; el repliegue en sí mismos, el desinterés por la res pública, es virus que, por lo general, empequeñece la persona que lo padece tanto como la colectividad en la que esta vive; el concentrarse en ámbitos reducidos de la vastedad de la vida hace cojos y miopes. Y mucho más.

Se acerca el solsticio, y con él la posibilidad de salirse de los raíles, de las corrientes. De subirse a los árboles, de explorar con calma las raíces, de buscar las respuestas que están adentro, no en las pantallas, que son las únicas anclas ante los vendavales que toda vida tiene. Buscar las experiencias que forjan amistades imperecederas, los amores en los que mientras se conoce al otro, se descubren caras desconocidas de sí mismo. No pierdan la oportunidad, no se dejen arrastrar por seguidismo, indiferencia o pereza. Opónganse a las injusticias. Opónganse también a la superficialidad de nuestro tiempo, a ese entendimiento distorsionado del derecho a la felicidad que conduce a algunos a un adormilamiento estéril, y a otros a una perenne inconstancia, a cambios continuos que más que construir, causan destrucción. Buen verano, jóvenes, disfruten, no desaprovechen el tiempo. A Europa le vendrá muy bien si aprenden a subirse a los árboles y explorar las raíces.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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