Votar sin ganas
Aunque con la sensación de estar eligiendo entre Guatemala y guatepeor, mañana sí iré a las urnas
El sábado pasado mi padre no leyó esta columna porque iba sobre la aplicación del Ministerio de Igualdad para repartir las tareas del hogar. No es que el hombre esté hasta la cencerreta de las ocurrencias de Montero y Pam, que también; es que le pareció que, en campaña electoral, escribir sobre cualquier cosa que no fueran las autonómicas era desaprovechar este espacio. Y aunque la fiesta de la democracia me parece una filfa, la partitocracia que nos hemos dado se me antoja una estafa y creo que lo necesario sería otro 15-M, los que escribimos lo hacemos siempre para alguien. En mi caso, ese alguien es mi padre, así que aquí va mi columna sobre las elecciones.
Mi padre esperaba, supongo, otra pieza hablando de Ayuso, como la que escribí hace dos semanas. En ella señalaba su espíritu anticristiano, que muchos obviarán cuando introduzcan su papeleta en el sobre. Quizá quería que hiciera la trilogía de Ayuso, que me metiera con ella, que dijera que tiene cuernos y rabo. Pero el caso es que creo que los aspavientos contra ella, algunos bastante feos, le dan más que le quitan. Eso y que, si su lema de campaña es “Con ganas”, yo este domingo votaré sin ellas.
La verdad es que he votado pocas veces, y las pasadas autonómicas no fue una de ellas. Parecía que habíamos vuelto al 36, entre el “comunismo o libertad” de una y la alerta antifascista del otro, que resultó no dar votos. Decía Pasolini sobre los antifascistas contemporáneos que “dan la batalla o fingen darla a un fenómeno muerto y sepultado, arqueológico”, y que lo hacen para evitar enfrentarse a su homólogo actual: el capitalismo. Por eso no hay jóvenes haciendo el saludo romano, pero sí viendo en Ayuso la libertad —la de que los ricos, especialmente si son extranjeros, paguen menos impuestos— guiando al pueblo.
Por tener una izquierda incapaz de reconocer esto y seguir dándonos la castaña con un fascismo inexistente fue, en parte, por lo que no voté las pasadas elecciones. Por parecer una parodia de sí mismos, por haberse convertido en la muleta necesaria y acrítica de un Gobierno súbdito de los americanos y, lo que es peor, de los alauitas. Por sacar pecho de gobernar con quienes no se toman en serio el problema de la vivienda, con los que han abandonado a los saharauis, con los que van a repartir los fondos europeos entre los de siempre. Por querer convencernos de que una reforma laboral aplaudida por la CEOE es revolucionaria, por querer hacernos celebrar que, bueno, no podemos pagar la cesta de la compra, pero dentro de nada podremos poner que somos no binarios en el DNI.
Pero, como estaba embarazada, después de esos comicios me tocó ir muchas veces a uno de esos ambulatorios madrileños dejados de la mano de Dios. Hablé con médicos y enfermeros. Con ancianos que, como yo con mi barriga, hacían cola bajo el sol en pleno verano para conseguir una cita. Y me arrepentí de no haber votado.
Por eso, aunque con la sensación de estar eligiendo entre Guatemala y guatepeor, mañana sí lo haré. Sin ganas, pero en defensa de todos ellos. Y en contra de quienes critican las paguitas salvo si son para los ricos, becan a los hijos de los cienmileuristas o niegan la existencia de los pobres y la necesidad de justicia social. De quienes creen que hacer política es dar muchos zascas.
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