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columna
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Necesito que bailen una canción esta noche

Hay lugares donde el pensamiento no puede llegar sin la danza del cuerpo. Y otros donde, además, los cuerpos nunca llegarán solos

Sílvia Pérez Cruz
Silvia Pérez Cruz posa durante la promoción de su disco 'Toda la vida en un día', este jueves en Barcelona.Marta Pérez (EFE)
Nuria Labari

No sé si se pueden conseguir grandes cosas escribiendo columnas. Leyendo las que otras (y otros) escriben, yo he conseguido sentirme acompañada, confrontada a veces, fascinada otras. He reído, he leído en alto una frase genial en mitad del desayuno, he agradecido que me lean el pensamiento y más aún que me lo enciendan. La cuestión es que hoy escribo esta con un objetivo. Necesito que bailen una canción después de leer este texto, en concreto, Mi última canción triste, del último disco de Sílvia Pérez Cruz. Necesito además que lo hagan con una persona varias décadas mayor o menor: valen abuelos, amigas, parejas, compañeros de trabajo o paseantes del parque. Se lo pido por favor, por su bien y porque de otro modo va a ser imposible que se entienda lo que quisiera decir. Hay lugares donde el pensamiento no puede llegar sin la danza del cuerpo. Y otros donde, además, los cuerpos nunca llegarán solos.

Doy por hecho que la mayoría aún no conocerá la canción en cuestión, porque se publicó hace solo 24 horas y no la ha producido Bizarrap. Pero así como la popularidad y la conversación social son buenos motivos para comentar, bailar o corear un tema, la excelencia y la belleza deberían serlo también. En este caso, les aseguro que el último disco de Sílvia Pérez Cruz, Premio Nacional de las Músicas Actuales 2022, merece llegar a sus oídos. Pero no es por su calidad por la que les ruego el baile, sino por su revelación. El disco se titula Toda la vida, un día y se compone por 21 canciones repartidas en cinco movimientos que son, a la vez, cinco etapas vitales diferencias por la artista. Infancia (desde el nacimiento hasta los 20 años), Juventud (de los 20 a 40), Madurez (de los 40 a 60), Vejez (de los 60 al final) y renacimiento.

Un trabajo que se erige en reivindicación de la belleza de todas las edades en un momento social donde un edadismo atroz atraviesa nuestras vidas. “Tengo la sensación de que nos fijamos más en los comienzos de los artistas que en su evolución posterior”, denunciaba Sílvia Pérez Cruz en la presentación. “Y me encantaría crear equipos entre muchas generaciones. Es bellísima la ingenuidad y la rapidez del joven, pero el peso del que ya ha vivido, no tiene precio”. En realidad, el estigma sobre la edad es tan fuerte que no solo nos perdemos a grandes artistas, sino también a muchas de las personas que tenemos cerca. Hasta que, en el peor de los casos, llegamos a perdernos parte de la grandeza de nuestra propia vida. Así, la ideología edadista devalúa nuestra existencia por el mero hecho de cumplir años. Podríamos incluso llegar a pensar que existen edades más lejos del éxito, de la amistad, de la alegría, del amor o del sexo que otras. Una ideología convertida en creencia capaz de generar tanta injusticia como resentimiento: no son pocos los mayores que se protegen de la amenaza de la juventud con un injusto desprecio.

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Sin embargo, cuando escucho este disco, me admira el talento con que Sílvia Pérez Cruz ha hecho su deseo realidad. En primer lugar, ha decidido no cantar sola, pues no cabría toda la vida en una sola voz. Y se ha rodeado de muchos compañeros capaces de aportar el peso de lo vivido a su música. Ese peso que “no tiene precio”, como no lo tienen la inocencia de la niñez o la frescura de la juventud. Escucharán a Natalia Lafourcade (39) en la canción que les toca. Pero si se animan a más, descubrirán también a Pepe Habichuela (79), Liliana Herrero (75), Carmen Linares (72), Carles Benavent (69), Roly Berrío (51), Juan Quintero (45), Salvador Sobral (33), Rita Payés (23)… Y así hasta 90 artistas de todas las décadas que cantan a la vida y a la soledad, propias y ajenas. Brillan los solistas tanto como los coros. Y les acompañan las letras de Sílvia, como también los versos de Idea Vilariño, Fernando Pessoa o William Carlos William. Escucharán voces en directo, autotune, trombones de Semana Santa, una lira vaporosas, eléctricos sintetizadores, violines, una viola de gamba, un saxo, muchos chelos… El resultado se queda flotando en el cuerpo. Y en el pensamiento. Hasta que una llega a sentir, por un instante, la eternidad que nos habita. Comprenderán que este pensamiento no puede experimentarse únicamente a través de la razón. Por eso necesito que bailen para terminar este texto. Porque hay razones de la razón que el corazón no siente. Les diré que mientras escribo imagino que una madre y su hija bailan en la cocina. Que una ha dado al play y la otra ha decidido compartir los auriculares para escuchar lo mismo por una vez. Juraría que los airpods son teen y el móvil, boomer. Veo también a dos hombres amantes bailar lento en una terraza de, por ejemplo, Valencia. Observo la diferencia de edad entre ellos, pero también la pasión que los reúne. Pienso en la niña y la vieja y la mujer que me habitan y con todas quiero salir a bailar esta noche. Pero sobre todo, deseo que bailen Mi última canción triste con quienes prefieran. Porque, en realidad, para eso escribimos, para bailar juntos.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.

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