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ANATOMÍA DE TWITTER
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La paradoja francesa: trabaja la izquierda, sube la extrema derecha

El partido de Marine Le Pen aprovecha las salidas de tono de la Francia Insumisa en las redes sociales para demonizar a sus miembros y sacar rédito de la contestación social contra la reforma de las pensiones

Francia
Marine Le Pen, líder de la extrema derecha en Francia, posa el 22 de junio con los miembros de su partido que han entrado en la Asamblea Nacional francesa.BENOIT TESSIER (REUTERS)
Carla Mascia

Desde que empezó en enero la contestación contra la reforma de las pensiones en Francia, una pregunta lleva atormentando a buena parte de la izquierda: ¿por qué, a pesar de la fuerte movilización de sus filas en la calle a lo largo de estos meses y de un trabajo parlamentario intenso por parte de la Nupes (la alianza de las izquierdas), quien sube en los sondeos, sin haber hecho prácticamente nada, es Marine Le Pen? La líder de una formación que ni siquiera es bienvenida en las manifestaciones y cuyas propuestas en materia de pensiones no hacen más que reafirmar el amateurismo y la confusión programática es, según los últimos sondeos, la favorita para ganar las próximas elecciones. A esta paradoja Libération dedicó su portada hace unos días, titulando: La gauche à la rue malgré le boulevard (la izquierda en la calle —à la rue también significa sufrir un fracaso estrepitoso— a pesar del bulevar, es decir, a pesar de tener todo a favor para aprovechar la crisis). Un análisis que no le gustó nada al jefe de los insumisos, Jean-Luc Mélenchon. “Hoy Le Figaro [diario de derechas] ha publicado dos ediciones”, tuiteó enseguida el político.

No es sorprendente ver a Mélenchon rehuir de cualquier ejercicio, aunque sea mínimo e insignificante, de autocrítica. Intuyo que leer los comentarios de algunos de sus militantes pidiendo que deje de una vez por todas el liderazgo de La Francia Insumisa (LFI) y renuncie a presentarse a las presidenciales de 2027 no lo puso en las mejores condiciones para dedicarle unos minutos a esa práctica desconocida. Aunque la cuestión que puso sobre la mesa Libération bien hubiera merecido una respuesta por su parte, en su lugar prefirió acudir a Twitter. La herramienta con la que mejor controla y presiona a distancia a la Nupes desde que abandonó su escaño en la Asamblea Nacional para demostrar, a golpe de sondeos, que él sigue siendo el más fuerte ante todo aquel que pueda tener la mínima duda. El líder sin el cual jamás la izquierda podrá acceder al poder.

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El problema es que su visión de la política, basada en la conflictividad permanente en la calle y en el hemiciclo, y la imposición de un liderazgo aplastante —probablemente su único punto en común con Macron—, no solo cansa a sus correligionarios y compañeros de coalición, sino que está resultando ser contraproducente —¿os recuerda a alguien?—. Para una coalición que sufre un déficit de credibilidad y que no llegará al poder si no consigue ampliar sus bases, la estrategia de “el ruido y la furia”, que es como se define a sí mismo Mélenchon, parece haber llegado a su límite ante un sentimiento de inseguridad social cada vez más fuerte entre la población. En este contexto, el resentimiento que alimenta una reforma percibida como injusta, al golpear, una vez más, a las clases populares, se lo está llevando Le Pen. Solo tiene que agacharse y recoger.

No ha hecho ni falta que ella y sus esbirros, más que avalados por los medios de comunicación, hablaran de un programa social que por lo demás es bastante débil. La estrategia era mucho más básica: criticar a Macron y demonizar a la Nupes aprovechando las salidas de tono de LFI, tanto en la Asamblea como en las redes sociales. Oponer a la supuesta contención de los diputados del Reagrupamiento Nacional, siempre bien trajeados y respetuosos con las instituciones, la voluntad de crear desorden por parte de un grupo que, en palabras de Jordan Bardella, viene vestido con harapos y considera el Parlamento como una “casa okupa para punks con perros”. El siempre muy sutil y entregado a la verdad de los hechos Santiago Abascal no lo hubiera expresado de mejor forma. Una estrategia de la corbata que, aunque parezca barata, está dando sus frutos en las pequeñas ciudades en las que el RN ha conseguido implantarse en las últimas legislativas y donde sus cargos electos son cada vez más populares. Y eso a pesar de un amateurismo flagrante, como nos lo recuerdan las imágenes de los debates locales en los que vimos a candidatos incapaces de contestar preguntas tan sencillas como “¿qué haría usted en materia de educación?” o “¿qué políticas públicas pondría en marcha?”.

Jamás he sentido tan cerca la posibilidad de ver el país que tanto quiero en manos de la extrema derecha, de un partido que sigue enarbolando la preferencia nacional como valor supremo. La responsabilidad es colectiva. Nadie puede darse el lujo de mirar para otro lado o lanzar exabruptos por Twitter cada dos por tres. Menos aún puede hacerlo el que se ve a sí mismo como el líder supremo de la izquierda.

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Sobre la firma

Carla Mascia
Periodista franco-italiana, es editora en la sección de Opinión, donde se encarga de los contenidos digitales y escribe en 'Anatomía de Twitter'. Es licenciada en Estudios Europeos y en Ciencias Políticas por la Sorbona y cursó el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Antes de llegar al diario trabajó como asesora en comunicación política en Francia.

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