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Columna
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El gambito de Crimea

Rusia conoce de sobra lo que es la derrota, pero Ucrania no tiene todavía una idea clara del punto en el que debe buscar la victoria

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, este jueves en Zaporiyia.
El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, este jueves en Zaporiyia.Associated Press/LaPresse (APN)
Lluís Bassets

Para estos mismos últimos días de principio de la primavera de hace un año debía culminar la invasión, quizás con la excepción de algunos retazos que pertenecieron a Polonia o Hungría antes de la Segunda Guerra Mundial. Las tropas rusas que avanzaron desde Bielorrusia hacia Kiev llevaban en sus mochilas los uniformes de gala para el desfile de la victoria que preveían celebrar a los pocos días. Según le explicó de forma anticipatoria el portavoz de Vladímir Putin, Dmitri Peskov, al politólogo francés François Heisbourg en 2014 (Leçons d’une guerre. L’Ukraine, la Russie, les États-Unis et nous…, Odile Jacob), debía formalizarse la anexión, región a región, directamente con la Federación Rusa.

Tras este primer aniversario, es imposible disfrazar el descalabro, fruto de numerosos errores de cálculo del Kremlin. Los mayores, la capacidad de resistencia de Ucrania, la debilidad del Ejército ruso y la actitud de Estados Unidos y de la OTAN, que impidieron la repetición de la vergonzosa anexión de Crimea en 2014. Lo sabe Putin, al que solo le queda ahora el recurso de una guerra prolongada en la que venza por agotamiento, por cansancio y división entre los aliados, e incluso por una nueva victoria republicana en Estados Unidos en noviembre de 2024, y no por las armas.

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Rusia conoce de sobra lo que es la derrota, pero Ucrania no tiene todavía una idea clara del punto en el que debe buscar la victoria. El plan de Volodímir Zelenski, perfectamente legítimo, es recuperar la integridad del territorio perdido desde 2014, incluida Crimea. ¿Y después? ¿Podrá hablar de victoria si Putin sigue en el poder y su régimen mantiene sus malas intenciones y sus enormes medios ofensivos? Algunos piensan que la guerra solo terminará si cambia el régimen en Moscú. En el vecindario más inmediato y más escarmentado, los hay incluso que sueñan en una Rusia disminuida y fragmentada como única garantía para un futuro de tranquilidad. Otros, en cambio, Francia y Alemania, por ejemplo, quizás Estados Unidos, China sin duda alguna, quisieran buscar un portillo de salida más o menos ancho y digno al imperio derrotado.

A la vista de la acumulación de atrocidades y crímenes de guerra, sumados al crimen de agresión fundacional, es grande la repugnancia que produce la idea de transigir con Putin o con quien le suceda o le destituya. Aunque las características de Rusia, sobre todo su profundidad territorial, junto a esa arma nuclear que desenfunda cada vez que le van mal las cosas en los campos de batalla, hacen inimaginable una derrota total y una rendición incondicional como sucedió en 1945 con la Alemania nazi y el Japón imperial.

Crimea es la pieza que todo lo explica. Por su simbolismo histórico para el nacionalismo imperial ruso. También por su doble valor estratégico, como acceso y control del mar Negro por la flota rusa radicada en la ciudad legendaria de Sebastopol, y como enorme plataforma para mantener a la entera Ucrania bajo la amenaza de su artillería terrestre y marítima. Cuando las dos partes lleguen a sentarse, el ingreso de Ucrania en la OTAN y la soberanía sobre Crimea serán dos que estarán cartas boca arriba sobre la mesa o escondidas en las mangas de los negociadores.

Ucrania jamás podrá admitir una Crimea en manos de Moscú, una auténtica espada de Damocles que amenaza su seguridad y su integridad territorial. Solo una garantía extrema, es decir, la protección del paraguas nuclear del Pacto Atlántico, podría neutralizar tal peligro. Si Zelenski quiere conseguirla, antes deberá cortar el pasillo terrestre que comunica a Crimea con Rusia, hasta dejarla en situación precaria y de difícil defensa, el punto exacto en el que Putin se vea obligado a reclamar la negociación. Crimea está en el principio y Crimea estará en el final.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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