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Tribuna
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Alemania, aislada una vez más

Berlín tiene una larga historia de pasividad en los conflictos internacionales que se remonta a la Guerra Fría. No se trata solo de una preferencia política. Es un modelo de negocio. Scholz no es un aliado fiable

El canciller alemán, Olaf Scholz, en una rueda de prensa el 25 de enero en Berlín.
El canciller alemán, Olaf Scholz, en una rueda de prensa el 25 de enero en Berlín.LISI NIESNER (REUTERS)
Wolfgang Münchau

Olaf Scholz ha acabado cediendo a las presiones para enviar tanques Leopard 2 a Ucrania. Pero no piensen ni por un momento que ha cambiado de postura. Está haciendo lo mínimo que necesita hacer para fingir que Alemania sigue siendo un miembro fiable de la alianza occidental. Scholz transmite alto y claro a su electorado y al resto del mundo que es el socio reacio del bloque. Preveo que este mismo patrón se repetirá cuando discutamos la próxima tanda de tanques o cuando se trate de aviones de combate.

Oigo a algunos afirmar que el primer ministro apoya subrepticiamente a Rusia al tiempo que simula dar su apoyo a Ucrania. Nunca podemos estar seguros de lo que pasa en su cabeza. No sabemos si está mintiendo, si tiene una agenda oculta, o si es sencillamente débil e incoherente. Dar por sentado lo peor es una reacción razonable cuando las acciones y las palabras no concuerdan. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que no es un aliado fiable.

Desde la perspectiva nacional alemana, los acontecimientos actuales se presentan de otra manera. Los medios germanos reconocen que el canciller tiene un problema de comunicación, pero no hablan demasiado del aislamiento diplomático del país. Alemania tiene una larga historia de pasividad en los conflictos internacionales que se remonta a la Guerra Fría. No se trata solo de una preferencia política. Es un modelo de negocio. Scholz y su partido, el SPD, son los principales representantes de lo que yo llamo el modelo neomercantilista, cuya finalidad es maximizar el superávit comercial. El neomercantilismo también define la política exterior. Angela Merkel fue la representante por excelencia del periodo neomercantilista. Su golpe maestro político fue dimitir justo cuando este tocaba a su fin.

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Scholz, que se inscribe en la misma tradición, no tiene tanta suerte. Muchas empresas alemanas han realizado inversiones estratégicas en Rusia y han entablado relaciones personales y de amistad con rusos. Me han dicho que los directivos alemanes están presionando con fuerza al canciller e insistiendo para que se llegue a un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania a cualquier precio. Lo último que quieren es que Ucrania gane la guerra con la ayuda de las armas alemanas. Solo estarían contentos con un trato sucio que devolviera las relaciones germano-rusas a su estado anterior a la guerra y les reportara lucrativos acuerdos comerciales para reconstruir Ucrania. Como es tradición, quieren hacer negocios con ambas partes, igual que hicieron en el pasado. El problema con el que se encuentran es que el Gobierno alemán no tiene poder suficiente para decidir el desenlace de la guerra.

En una ocasión afirmé que la relación germano-rusa era la más estratégica de toda Europa, más que cualquier relación bilateral en el seno de la Unión Europea, incluida la de Alemania con Francia. Las relaciones germano-rusas tienen una larga historia. Desde el punto de vista cultural, Berlín se siente más cerca de Moscú que de Londres o París. La única amistad política profunda que entabló el excanciller Gerhard Schröder fue Vladímir Putin. Sus familias iban juntas de vacaciones. La relación era menos personal con Angela Merkel, pero durante su largo mandato, los lazos comerciales se estrecharon sobre todo a través de los dos gasoductos Nord Stream y los numerosos acuerdos comerciales bilaterales. El foro económico de San Petersburgo era una cita anual al estilo Davos para las élites empresariales y políticas alemanas y rusas.

Todo eso acabó cuando Rusia invadió Ucrania el pasado febrero. En respuesta, Scholz canceló el gasoducto Nord Stream 2 y prometió un cambio de era en la política de seguridad alemana. Pero no cumplió su promesa. A lo largo del año pasado se multiplicaron las noticias de que su Gabinete había vetado las entregas de armas a Ucrania. La saga del Nord Stream 2 ha abierto una brecha entre Alemania y Europa del Este, que está mucho más dispuesta a ayudar a Ucrania. Nunca había visto las relaciones bilaterales tan mal como ahora.

Estados Unidos también está irritado por la torpe diplomacia alemana. Para colmo, Scholz se las ha arreglado para enemistarse con Francia, el aliado más importante de Alemania en la Unión Europea. Esto último posiblemente sea lo más grave.

Hace un año, Scholz comprometió una partida adicional de 100.000 millones de dólares para gastos de defensa con el fin de compensar la falta de inversión de la década anterior. Emmanuel Macron cometió el error de suponer que ese dinero se destinaría a ayudar a financiar proyectos europeos de defensa conjunta. No fue así. Scholz decidió comprar misiles israelíes Arrow 3 para un sistema europeo de defensa aérea y cazas Lockheed F-35 estadounidenses. Merkel coincidía con la idea de Macron de la autonomía estratégica de Europa con respecto a Estados Unidos, pero nunca gastó capital político en ella. Scholz ni siquiera finge estar interesado.

Yo caracterizaría la actual actitud de Macron hacia Alemania como de desconcierto. No es la Alemania que él creía conocer. A menudo me parece que los franceses y los alemanes son propensos a tener una visión idealizada los unos de los otros. El pasado domingo, ambos celebraron el 60º aniversario del pacto de amistad bilateral conocido como Tratado del Elíseo. Se reunieron todos, pero la realidad política no podría ser más diferente de las imágenes autocomplacientes del acto. Por supuesto, es posible que a Scholz le suceda alguien dispuesto a invertir en la relación con Francia, y también con Europa del Este. Pero para entonces, es posible que Macron ya no esté en el cargo. No es de extrañar que esté redescubriendo la relación franco-británica y la franco-española como antídoto.

La consecuencia del distanciamiento diplomático entre Francia y Alemania es la consolidación de la política de Estados nacionales en Europa. Si Francia también se volviera nacionalista, Marine Le Pen saldría beneficiada. Su hostilidad hacia la Unión Europea solo es comparable con su hostilidad hacia su vecino alemán. Si ella sucediera a Macron en la presidencia, no resulta difícil imaginar una alianza política entre los Gobiernos de derechas de Europa que se definen por su oposición a Alemania.

Para Alemania, y para Europa, esto representaría el siguiente desastre geopolítico, que tampoco vieron venir. El legado del primer año de Scholz en el cargo es una serie de promesas incumplidas y relaciones rotas.

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