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Columna
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Un año como 1914 o 1940

Cuanto más dure la guerra de Ucrania, más crecerá el peligro de que se extienda, siga la escalada y adquiera el cuerpo de una guerra europea y quién sabe si global

Tumbas nuevas en el cementerio de Jersón, Ucrania, el miércoles.
Tumbas nuevas en el cementerio de Jersón, Ucrania, el miércoles.DIMITAR DILKOFF (AFP)
Lluís Bassets

Este 2022 que pasado mañana termina ha sido entero el de la guerra de Ucrania. Empezó el 24 de febrero, pero la amenaza pesaba ya sobre la actualidad internacional desde el 1 de enero. Dos meses antes, el 17 de diciembre de 2021, Moscú dio a conocer una propuesta de acuerdo para garantizar la seguridad de la Federación Rusa, que algunos gobiernos, no todos, entendieron como una amenaza en dirección irremisible hacia la guerra.

Putin exigió a la OTAN que se comprometiera a cerrar las puertas a nuevas ampliaciones, especialmente al ingreso de Ucrania, y retirara todas las fuerzas y armamento de los países incorporados después de 1997, es decir, 14 de sus 30 socios que formaron parte del desaparecido campo socialista.

De ser aceptada, significaba el sometimiento de la OTAN a una división de Europa en áreas de influencia como la que rigió durante la Guerra Fría, con derecho de Moscú a inmiscuirse en la política de cada uno de los países que habían escapado a su dominio. Fue un ultimátum, que no supieron o no quisieron entender la mayor parte de los gobernantes occidentales, con excepciones como Biden o Zelenski. Y empezó una guerra como no se había visto otra igual en Europa y en el mundo desde hacía medio siglo, en duración, extensión y sobre todo trascendencia geopolítica para el orden europeo e incluso mundial.

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Era una guerra como las de antes, desconocida para casi todas las generaciones europeas. De las que se sabe cómo empiezan, casi siempre pensando que durará muy pocos días, pero no cómo terminan ni cuándo. Una escalada devoradora de vidas, munición, ciudades, riqueza y esperanza, en la que cada parte va subiendo la apuesta mientras tiene recursos para hacerlo.

También era una guerra nueva. Por la tecnología: redes sociales, drones, satélites, armas de precisión... Por su carácter híbrido: juega la economía, la energía, los alimentos, las sanciones, la infiltración y la intoxicación informativa, todos los elementos propios de una globalización en la que los beneficios de las sinergias e interdependencias se revuelven y devienen armas temibles. Por el uso de la disuasión nuclear: la superpotencia rusa la está usando como paraguas de protección para invadir un país vecino nuclearmente desarmado, un caso calificado de “santuarización agresiva” por los expertos.

El año 2022 pinta de momento tan mal como 1914 o 1940, los años en que las dos guerras mundiales adquirieron su dimensión internacional, y ojalá los hechos lo desmientan porque 2023 sea el año de la paz. Si dura, y cuanto más dure, más crecerá el peligro de que se extienda, siga la escalada y adquiera el cuerpo de una guerra europea y quién sabe si global.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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