El diluvio de la inmigración
Ese desarme de la sensibilidad es el viraje más vil de la mentalidad europea desde que nos dimos una redacción de los derechos humanos
Nadie sabe cómo se percibiría en España que una comunidad autónoma cargara de inmigrantes sin papeles un autobús y los enviara, engañados y sin permiso, a otra región vecina. Si la mera competencia fiscal se percibe como una puñalada innoble, el envío de inmigrantes causaría una enorme crisis política. Pues esto ha sucedido de manera reiterada en Estados Unidos, donde un Estado como Florida ha enviado cientos de personas sin papeles a otros departamentos del país que gozan de políticas de acogida más humanas. En los últimos dos años hemos experimentado una nueva forma de ataque, aún más indigna, consistente en el bombardeo con rehenes humanos. Se trata de golpear a un país causando una entrada incontrolada de inmigrantes. Lo practicó Bielorrusia para frenar la solidaridad vecinal con sus opositores y Rusia podría intentar generar un éxodo descontrolado para disuadir la ayuda europea a Ucrania. Más cerca, España lo vivió con Marruecos, que en una jornada permitió la llegada a Ceuta de más de diez mil jóvenes. Desde ese día, reconducir las relaciones con el país vecino se convirtió en una prioridad estatal. La búsqueda del apaciguamiento pasó por encima del plan para el Sáhara occidental, las revelaciones sobre espionaje en altas esferas e incluso tiñó la respuesta, intragable, del Gobierno español tras la tragedia de junio en la valla de Melilla en la que murieron al menos 23 inmigrantes que acometieron un salto masivo.
La tensión entre las políticas de acogida humanitaria y aquellos que fundamentan en un rechazo agresivo de los migrantes toda su seducción electoral se sucede elección tras elección. El recién nombrado Gobierno de Meloni en Italia acaba de pactar con Grecia, Turquía y Malta rechazar el desembarco de náufragos en sus puertos para dirigir el punto de mira contra las organizaciones de salvamento marítimo, que son las únicas que hacen una valiosa labor al rescatar de la muerte a cientos de condenados. Que la imagen de los alrededores de Melilla con los cuerpos de sudaneses reventados amontonados en el suelo no nos indigne, al menos no lo suficiente, responde precisamente a ese ejercicio de deshumanización que comienza por ignorar los cadáveres en el fondo del Mediterráneo. Ese desarme de la sensibilidad es el viraje más vil de la mentalidad europea desde que nos dimos una redacción de los derechos humanos.
No hay otro plan que el disimulo, la formulación de una nueva teoría del despiste consistente en que mirar para otro lado no parezca forzado, sino fruto del peso de tantas y tantas preocupaciones como ya tenemos de por sí. Hacer a nuestros países grandes de nuevo, como dicen los eslóganes exitosos, consiste en ignorar de modo olímpico los problemas del resto del mundo. Y de retranquear y retranquear nuestra frontera militarizada, hasta que todo lo que pase quede como un accidente en la acera de enfrente, donde como mucho ofrecer un vaso de agua a la víctima ya es un gesto de generosidad que nos honra. Hay algo insostenible en asumir que si la tragedia no nos roza por centímetros deja de ser tragedia. Bueno, ahora toca disfruodiar el Mundial de Qatar donde la presencia de jugadores de origen africano en las selecciones europeas quizá nos ayude a comprender que ni el mejor impermeable detiene un diluvio.
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