_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Dónde está el arte, en Van Gogh o en los que tiran tomate?

Los activistas combaten contra un mundo que prefiere los girasoles pintados a las flores silvestres, pero su ‘performance’ política es de una banalidad insufrible.

Las dos ecologistas que arrojaron tomate sobre 'Los girasoles' de Van Gogh en la National Gallery de Londres el día 14, con sus manos pegadas con cola a la pared.
Las dos ecologistas que arrojaron tomate sobre 'Los girasoles' de Van Gogh en la National Gallery de Londres el día 14, con sus manos pegadas con cola a la pared.AP
Sergio del Molino

Maldito sea Marcel Duchamp. Desde que coló aquel urinario con el título de Fuente y cuestionó el ser mismo de la obra de arte, no hay quien se aclare. Puede uno pasear encantado por las salas solemnes de la National Gallery, atento al eco de sus tacones, y no saber dónde carajos está la obra de arte, si en Los girasoles de Van Gogh o en los niños que le arrojan tomate. Según la estética contemporánea, los artistas aquí son los vándalos, cuyo acto es una performance digna de la cotización más alta de Arco. Sin embargo, en el catálogo del museo se dice que la obra de arte es la que está en el marco, chorreando tomate ultraprocesado. Para complicarlo todo más, la propia lata —al menos, la de marca Campbell— es una reconocidísima obra de arte pop.

Si fuéramos consecuentes con el canon del arte contemporáneo, la National Gallery no debería haber llamado a la policía para desalojar a las activistas, sino ponerlas un cordón y una cartela e incluirlas en el catálogo. Total, ya estaban pegadas, listas para la exposición. Dicen los perpetradores del tomatazo que su acción era política y que con ella buscaban llamar la atención de la sociedad y generar una reflexión sobre el uso de los combustibles fósiles. Es decir, lo mismito que argumentan miles de creadores pluridisciplinares y performativos justo antes de que el galerista salude al ministro de Cultura, sirva el vino y las croquetas y dé por inaugurada la exposición.

No hay quien reflexione nada con tanto griterío. El único gesto profundo tal vez sea el del empleado encargado de limpiar los grumos de tomate. En la soledad de su tarea ingrata, admirará como pocos las pinceladas de Van Gogh, que conforman uno de los actos de amor más sublimes que un ser humano ha dedicado a un paisaje, es decir, a la naturaleza. Como el gran arte desde Lascaux y Altamira, intenta romper las distancias que el lenguaje y la tecnología han impuesto entre la realidad tal y como es y las personas capaces de servirse de ella. Honrar la belleza natural es el mayor alegato contra su destrucción. Los activistas combaten contra un mundo que prefiere los girasoles pintados a las flores silvestres, pero su performance política es de una banalidad insufrible. Como toda gamberrada, se abrasa en su propio fulgor. Hay más compromiso con la preservación del planeta en un trazo de Los girasoles que en un millón de latas de tomate.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_